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Las vidas alternas

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Etiqueta: Paul Klee

La tristeza que diluyes

2022-06-19

La tristeza que diluyes

Camino en un desierto de arena y niebla,
no me atrevo a avanzar ni retroceder,
tampoco sé si tengo que hacer una cosa y la otra.
Si debo caminar hacia la luz
o perderme entre los recuerdos de miles de colores.

Estoy empapado, siempre,
No sé si en el purgatorio o el infierno.
Cada gota de sudor es un trozo de vida que se escapa entre mis dedos
y siento dolores inefables,
que te tengo que agradecer a ti Señor
por todas las molestias que te tomas en alargar esta agonía.

Tenía un cuerpo, ahora no lo tengo,
sólo me queda esta sensación de malestar
y, aunque no te lo creas,
puedo sentir como cada una de mis células
se pudren, mueren y desaparecen.

En esta cama de hospital, pienso Señor,
cuando podré conocerte,
si lo haces cuando llegas o debe pasar un tiempo
o si nunca te relacionas
y sólo te dedicas a crear catástrofes,
grandes o presencias,
con las que demostrar tu poder.

La tristeza que diluyes

La tristeza que diluyes

¿Crees que cuando llegue me recordarán?
Te pregunto ahora a ti que,
sentada en esa silla,
te ves obligada a ser testigo principal
de este caso de envenenamiento.

Debí saberlo;
el tabaco es veneno,
el alcohol es veneno,
la comida es veneno
y el aire que respiramos.

Mis recuerdos son cada vez menos y se mueven más despacio.
Te observo a cámara lenta,
con esa sonrisa que iluminaba mi lívido
y ese olor que inundaba nuestra habitación.
El sexo que tantas veces devoré,
los abrazos que rechacé y ahora echo de menos.

Ahora quisiera volver a ver el mundo cuando media más de veinte metros
y las vistas daban a las montañas
y no a un patio interior plagado de camas de hospital.
Cuando clavábamos puñales en la espalda de la vida,
que era como un caballo desbocado, al menos para mí.
Antes de que me encontraras,
cuando la vida me sangraba
y me adoptaste como a un chucho malherido.

La tristeza que diluyes

La tristeza que diluyes

Ahora que soy todo destemplanza y excitación,
cuando la vida se me escapa sin remedio.
De vez en cuando, entre las luces,
Puedo ver tu sonrisa,
siempre tierna, sincera y balsámica

Ahora que me abandono al sueño reparador de los opiáceos
creo que he dejado atrás el dolor y la melancolía
que siempre me han caracterizado.
“¿Por qué te empeñas siempre en ser infeliz?”
Fue una pregunta que nunca pude contestarte.

Hoy, ya casi carne de crematorio,
Tras una vida de no creer en nada,
con tu permiso, ¡oh Señor!,
me reservo la esperanza de quedarme aquí para siempre.

Sólo flotar, confundirme con todas las cosas bellas que hay en el mundo,
convertirme en la tierra y el agua
que te abraza en esta tormenta
que ha convertido en papel mojado esa carta que nunca te escribí.

Aquella en la que te confesaba que siempre me hiciste feliz
por más que yo me empeñara en demostrártelo;
en poner tu vida patas arriba cometiendo,
una y otra vez,
los mismos errores.

Que sólo desearía que,
en un futuro lejano o no,
nuestras memorias volvieran a repetirse una y otra vez.

Cabalgando, arañándonos la espalda cada noche
e iniciando intactos de nuevo el camino,
envueltos en la ilusión de que ese nuevo día
volveríamos a repetir, de nuevo,
cualquiera de nuestras cien mil primeras citas.

La tristeza que diluyes

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Poesía Paul Klee

Silencio

2018-04-20

Silencio

“Y recordé viendo el Muro
algo que un buen día te oí:
‘Vivo al norte del norte
Hace frío en mi país
Lejos de todo, lejos de ti'”
Nacho Vegas, Al norte del norte

Silencio

No me conozco.
A veces ni siquiera sé si existo
más allá de mi imaginación,
y me cuesta tanto explicar
mis actos inexplicables.

Creo que los hace otro,
que tampoco sabe por qué,
porque tiene que hacerlo,
aunque no haya otro motivo,
sólo si rima,
destrúyelo.

Enfrente de ti,
indispuesto a confesar mis pecados,
cuando sabes qué decir yo ataco,
cuando no sé que decir yo me defiendo.
Dejo que sea él quien se explique
pero no se pueden explicar los actos inexplicables.



Y me sumerjo en un océano de silencio
te grito,
desesperado,
todo el tiempo,
quizá no las palabras que quieres oír,
sí las que quiero decirte,
pero nadie puede escuchar.
Porque las palabras
quedan atrapadas entre nuestras paredes.
Porque entre mi mente y el exterior
existe un mundo de miedos y fantasmas.

Es mi muro de silencio
donde pinto mis excusas
esperando que puedas leerlas algún día.
Donde confieso que no soy perfecto,
que estoy profundamente dañado,
y que, aunque mi vida sí es perfecta,
me empeño en destruirla,
sin motivo aparente,
sin quererlo
sólo porque necesito el dolor
océanos de ruido imperceptible
con la esperanza de algún día
satisfacerte en la calma.



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Silencio

Poesía Nacho Vegas, Paul Klee

Palabras sin voz

2
2018-04-12

Palabras sin voz

“Que la realidad es triste, y que los libros, hasta los más duros, la embellecen”
Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista

Palabras sin voz

Los textos banales. La cotidianidad. Aquellos que sus profesores de literatura en el instituto comentaban con un entusiasmo nada contagioso. La descripción pormenorizada de la mujer amada, los sitios abandonados, los Campos de Castilla o las narices superlativas. Lecturas que no eran épicas, que estábamos seguros de que nunca nos podrían cambiar, viejos que miraban al mar sin la esperanza de encontrar una isla del tesoro, santos inocentes que nunca visitarían nuevos planetas o amantes rudos como el de Lady Chatterley.

De niño supongo que muchos querían ser como D’Artagnan. Lo cierto es que yo prefería la profunda melancolía de Athos. Soñaba con enamorarme de una mujer como Milady de Winter, y lo hice: de sus encantos y de sus oscuras artimañas. Leí su historia tumbado en la cama, despreciando el sueño, buscando desesperadamente una nueva línea, batiendo mi récord de páginas.

El blanco y negro de La Ley de la Calle me aburría tanto como la voz melosa de Mickey Rourke. En Rebeldes había un rescate, una gran pelea donde se diluían la decepción y las aspiraciones de los protagonistas. Había realismo, sí, pero se disfrazaba de grandilocuencia, como también lo disfrazaba Monseñor Escrivá de Balaguer en El Camino, sean sinceros, no nieguen que estas líneas animarían a cualquiera a entregar su vida a Dios: “Voluntad. —Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas —que nunca son futilidades, ni naderías— fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!…, que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio”.

Monseñor habla de despreciar la cotidianidad, los pequeños placeres, buscar la trascendencia, abrazar la fantasía con la misma determinación con la que lo hacíamos cuando éramos niños. Siempre hemos despreciado el realismo, con la misma intensidad con la que odiamos nuestras limitaciones, porque creemos que la vida no debería ser una repetición en plano fijo. Los enamorados deben serlo hasta la muerte, como Romeo y Julieta, como Athos y Milady, teñidos en tragedia.


Palabras sin voz

Insistimos en que el amor es la fuerza irrefrenable que mueve el mundo, pero no se engañen, eso no nos convence, porque muchas veces nuestras decisiones dicen lo contrario, y dejarse llevar por una pasión incontrolada suele ser una buena excusa para arruinarnos la vida. En el cine americano siempre pasan cosas, en los funerales siempre hay alguien que da un discurso exhortando a los asistentes a derramar ríos de lágrimas o alguien que les recuerda que siguen vivos y que han de vivir la vida con gran intensidad, como contagiados por un hechizo de locura, otra fuerza irrefrenable que les lleva a adquirir incluso responsabilidades penales.

Por eso solemos despreciar a los realistas. No nos sumergimos en las páginas de un libro ni entramos en una sala de cine para ver lo mismo que vemos todos los días. Un funeral en que pocos lloran en silencio y muchos conversan acerca de cosas cotidianas, en el que vuelven a casa pensando en la jornada laboral del día siguiente, en los sueños que el difunto ya no podría realizar o en mejorar su dieta porque él era muy joven para que le diera un infarto. Permítanme decirlo de manera clara: No mola en absoluto.

Sin embargo, acabamos llegando un punto en que nos damos cuenta de las cosas a las que damos verdadero valor. Y aunque a veces se salgan de la rutina otras están perfectamente insertadas en ella.

Cuando visitamos a tu abuela en el hospital, aquel sitio no era gran cosa, una habitación sin ventanas y mínima luz artificial. Le había dado una embolia, no estaba para darnos discursos acerca de lo fugaz que es la vida, ni para revelarnos ningún terrible secreto. Sólo se expresaba con la mirada, pude ver en sus ojos incomprensión y el miedo al final trágico para el que nunca estamos preparados. Y tú no le soltaste ningún discurso, ni le dijiste cuanto le querías, sólo le acariciaste con suavidad, le sonreíste y le arropaste. No te tumbaste junto a ella, no derramaste toda tu sal en su almohada. Sólo le hablabas con una dulzura que no necesitaba ser acompañada de ninguna música que la resaltara.

Y cuando le temblaba el labio te diste la vuelta o con tus ojos húmedos y una voz menos decidida me preguntaste: “No se morirá ahora, ¿no?” y yo sentí la fragilidad de siglos y siglos de literatura.

Y supe que nunca más me querría separar de ti.

Después volvimos al coche. En el camino hablamos de cosas triviales. Preparamos la cena y vimos algo en la televisión para despejarnos un poco. Nunca hablamos de ese momento, no es una anécdota que nos venga a la cabeza para compartir con las visitas. Y no es que sea desagradable, no es que no sea especial o trascendente. Es simplemente que, a pesar de su importancia, nunca hemos creído que sea una historia que vaya a enganchar a nuestro público.

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Cuadernos de viaje lunar


Entrada en poémame


Palabras sin voz

Cuadernos de viaje lunar Alejandro Dumas, Anna Colom, Athos, Bernardo Atxaga, D. H. Lawrence, D'Artagnan, Francis Ford Coppola, Lady Chatterley, Mickey Rourke, Milady de Winter, Paul Klee, Romeo y Julieta, William Shakespeare

Me sobra la primavera (reflejos)

2018-04-04

Me sobra la primavera (reflejos)

“We’re coming in from the cold
And everybody’s searching for someone to hold
Have a look around you there’s no-one there
How can you call this fair?”
The Delgados, Coming in from the cold

Me sobra la primavera (reflejos)

Llegó la primavera y amanecí en soledad,
reflexionando acerca del vacío,
recordando que los huecos entre líneas no existen,
sólo los rellena la literatura.

Me levanté de la cama con la única intención de posar mis pies sobre el frío porcelánico,
un rallo de sol destaca en la pared al final del pasillo,
doy los buenos días y nadie contesta.

Nunca has necesitado mi vacío para llenar el tuyo,
y por ese motivo necesitabas rellenar mis huecos entre líneas,
subrayando tus impresiones,
recreando mi bondad y mi valor,
perfeccionando mis torpes letras.


Primavera

Hacerme atractivo era lo que te hacía tan atractiva.
Tus sinceras mentiras me hicieron creerme destinado a ser feliz.
Sentimos que éramos iguales, la razón acabó destrozándonos.
Creí que serías suficiente, olvidé que nada nunca lo es.

Y vuelvo a abandonarme a mi carácter destructivo,
a ser el hombre anciano obsesionado con un final sin sentido,
a recordar que no debería tirar de la cuerda,
a sentir que mis pensamientos flotan en alcohol,
a echarte de menos sólo para que puedas volver y echarte de más.

Los héroes sólo viven en la literatura, la vida es demasiado larga.
No quiero que vuelvas a esperar nada de mí,
no volveré a secar tus lágrimas.
Déjame ahora y vuelve en verano.
Seré más sabio,
la luz conquistará las paredes y se reflejará en tus ojos,
no habrá sábanas ni donde escondernos,
volveré a ser un niño,
estudiaré tus largas pestañas,
tus ojos redondos,
tus perfectas lágrimas.

Respiraremos abrazados las últimas partículas de oxígeno,
maravillados, absortos en la lluvia de meteoritos,
nos pasaremos el día entero en la cama,
esperando que el final del día
y el inicio de un nuevo mundo.



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Verso libre


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Me sobra la primavera (reflejos)

Verso libre MIcah P. Hinson, Paul Klee, The Delgados

Opuesto

2018-03-12

Opuesto

Opuesto. Soy yo, el destructor de mundos. Las ideas sin hogar y las batallas perdidas. Las ilusiones sin fin, truncadas; todo aquello que parece poder tocar la realidad. Lo que planificamos con tanto esmero. La imagen convertida en el monstruo que tanto odiamos: La derrota, la vergüenza, el fracaso. La violencia de la mente indecisa y la necesidad del olvido.

Lo que en realidad no importa, lo que es pasado, lo que ya no nos puede hacer daño aunque creamos lo contrario, la viceversa, los caminos que cruzamos, los que nunca creímos que existieran.

Los que se chocan al cruzar con la realidad y los que nos hacen sonreír.

La sonrisa que no se borra y la que desaparece de manera inesperada.


Opuesto

Ese discurso que vemos tan claro y no nos convence. La ley de la posibilidad y la potencialidad. El precio que no estamos dispuestos a pagar por lo que quizá sea posible. Lo que deseamos y lo que debemos hacer. Las contraposiciones y valores binarios. Las mentes complejas y las decisiones que son de todo menos fáciles.

Y te repites: primero lo pienso y después sucede. Y lo piensas y no sucede, ni sucederá. Y te desesperas.

No quieres darte cuenta de que lo que no sucede a veces es comedia y otras tragedia, como la vida misma.

Por más que lo anheles el final nunca llega. Nunca podrás decir hasta aquí, no podrás descansar.

No es tu momento para olvidar, ni para descansar, ni para rendirte. No es el momento de revolcarte en la desesperanza. Ya no importa la esperanza. Éste es el momento de hacer.

Lo que sea, da igual, sólo sigue adelante. Por favor.

Y ahí, encerrado con tus ideas puede que pienses que estás solo. Te empeñas, convencido de que esa melancolía es lo único que te queda. Pero yo estoy ahí, cada día a la misma hora, esperando a que salgas.

Opuesto de mirada triste, nunca seremos realidad.

Pero sé que más pronto que tarde saldrás y te pintaré en un retrato sobre todos esos colores tan intensos que duelen porque brillan.

Me llevarás contigo donde quieras y será mi lugar preferido.

Vestirás de negro y no sólo te acompañará tu laconismo y tu expresión impertérrita.

Podremos discutir sobre todas las cosas y me prometerás que nunca llegaremos a un acuerdo.

Cenaremos, alcanzaremos con el alcohol el grado exacto de calidez.

Pasearemos por las calles desiertas, como si fuera el último día en la tierra y no encontráramos ni rastro del tan temido juicio.

Seremos iguales en nuestra desnudez.

Disfrutaremos juntos, desposeídos del ahínco en la búsqueda de la felicidad.



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Prosa poética


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