Transmutación del virtualismo
Te despertaste a las tres
sin saber por qué.
Miraste por la ventana
y estaba lloviendo.
Volviste a la cama
y te encerraste
con tus sueños
en la habitación.
Nos conocimos aquella noche
cuando, harta de soñar,
entraste a las más sórdida de las salas.
Ninguno de los dos sabíamos
exactamente qué hacíamos ahí
aparte de entretener al insomnio.
Éramos sólo letras
que se reconocían
entre un mar de cables
y corrientes inalámbricas.
Nos dimos cuenta
de que podíamos reconocernos
en las palabras del otro,
incluso en sus silencios.
Y así empezaron a pasar las noches,
secreto tras secreto,
insinuaciones sinceras
y sexo telefónico.
La primera vez,
yo te dije que me excitaba
tu voz de profesora.
La mía, dijiste,
sonaba a la de alguien más mayor.
Y prometimos no enviarnos fotos,
no ir más allá ni enamorarnos,
sólo disfrutar de un momento
en que el uno era perfecto para el otro.
Las noches eran largas
llenas de confesiones,
graves sucesos,
pequeños misterios
y húmedos susurros.
Por la mañana,
nos levantábamos tarde,
muy tarde
y, lo primero que hacíamos,
era mover el ratón para comprobar
que el otro estaba despierto.
Seguía habiendo alguien al otro lado.
Todo un logro para una relación tan frágil.
Aquella que decidimos no alargar desde el principio
pero que se alargaba irremediablemente.
A veces te convertías en una niña
asustadiza que siempre se portaba bien,
otras en una mujer traviesa
que empezaba a masturbarse en medio
de conversaciones telefónicas sin importancia.
Cuántas veces me pregunté quien eras
y si eras real.
Cuantas veces me dijo aquella amiga
que sólo me veía sonreír cuando hablaba contigo.
Ahora que te pienso
me pregunto si seguirás siendo la misma
que baila canciones sola en su habitación
mientras te espío en mi habitación.
Hemos decidido romper todas nuestras promesas
y tu avión está a punto de llegar.
El día de mi cumpleaños,
pienso,
que la mujer más importante de mi vida
puede convertirse en un instante
en una extraña,
o que puede que haya elegido mal la ropa,
o no estar a la altura de mi imagen virtual.
Exploro las mil posibilidades de que esto vaya mal
pero sigo esperándote de pie quieto en el aeropuerto,
muriéndome de ganas de fumar, un cigarrillo tras otro.
Y pensando qué pensaras tú,
quizá si no es demasiado tarde
para que el avión de media vuelta.
Pero el avión está ya a punto de aterrizar.

Transmutación del virtualismo
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