Hay sonidos extraños en el silencio, días de llanto e incomprensión, sentimiento de soledad, culpabilidad e ira, recuerdos que por más que lo intente se niegan a ser escuchados.
El sabor a hiel y metal es miedo a todo lo que te han robado y al veneno que, sin tu permiso, han inoculado en tu cuerpo y tu mente.
Silencio de que no lo noten, que nadie se entere, que no me toquen, que no me quieran. El final de la inocencia, cuando comprendiste que ya nunca podrías ser la persona que siempre quisiste.
Voces silenciosas
El clamor taciturno, el sexo sufrido, no disfrutado, mórbido, asqueroso. Y a veces te preguntas: Por qué no puedes gritar si tanto lo deseas por qué tanto hay tanto ruido dentro de ti y, fuera, sólo silencio e introspección.
Y pasaron los años, hasta que por fin descubriste que no sólo tú gritabas, que se pueden escuchar voces ahí fuera, que hay seres que te escuchan en tu sigilo, que no quieren hacerte daño, sólo ayudarte a levantar todo ese silencio para que no te aplaste.
Te voy a escribir una carta para que no la entiendas. Te voy a confiar mi salvación para condenarme. Te voy a tratar mal cuando quieras ayudarme. Te voy a hablar de las cosas de las que no se puede hablar.
Y es que parece que hubiesen pasado cientos de años o un solo segundo, desde que la suciedad se apoderó de mí y se quedó conmigo para siempre.
Y, lo he pensado, que es mejor no escribir enfadado, estándolo solo porque querías ayudarme. Estoy enfadado porque tengo que decirte que no puedes hacerlo, con tus palabras no y, sin embargo, estoy convencido de que una muestra tuya de cariño bastaría para salvarme.
La culpa es parte de mí, la parte que no entiendes La que hace que nos separen universos de incomprensión a la vez que nos dejamos contaminar por ese sentimiento llamado amor que todavía hemos sido incapaces de abandonar o comprender.
Dicen que la poesía nació para explicar lo inexplicable y aún así no conseguiría explicártelo aunque desgastara en ello las llamas de mis dedos, tiñera las letras de rojo y llegara hasta el esqueleto.
Y querría decirte que sólo me separo de ti para mantener un cordón sanitario. A veces por miedo al rechazo, casi siempre porque no sé si todo lo que me rodea es tóxico por naturaleza o sólo por haber entrado en contacto conmigo.
Y subo el volumen del televisor para no escuchar tus palabras para no sentirme culpable de sentirme culpable, de no sentirme bien y me enfado, y te embisto como un toro que se resiste a una muerte anunciada.
Y aunque me sienta solo y tenga miedo aunque sea incapaz de ver la luz al final del túnel sé que estás ahí para salvarme, que siempre vas a venir y que me vas a querer incondicionalmente.
Y eso me confunde, porque tal falta de fe resulta irritante. Cómo te irritan mis discursos, que unas veces son silencio y otras jeroglíficos.
Esta noche tuve pesadillas terribles y tenía que asegurarme de que estabais bien, y ver como dormíais fue como un milagro.
Yo que siempre me creí indiferente a la palidez de la luna creo que la echaré de menos el día en que mi cerebro se apague. Cuando todo deje de estar dentro de mí y por fin consiga escapar.
Mientras tanto anhelo sólo aquel día en el campo. La niña jugando, cubierta de tierra de principio a fin, tú la vigilabas y me contabas historias con entusiasmo de cuando eras joven, aquellos diecinueve a los que volverías sin dudar. Y yo, tumbado en aquel banco te escuchaba con atención, desearía haberte conocido entonces. El Sol permanecía agazapado entre las ramas de los árboles.
Sólo sé que en aquel momento mi mente no tenía la necesidad de escapar. Si pudiera elegir, me quedaría ahí para siempre. Pero no puedo y, cuando todo está dentro de mí, no puedo escapar, sólo fugarme contigo.
Puedes poner música a un poema, pero no puedes convertir una melodía en palabras. Sólo en un conjunto de notas musicales que no significan nada para casi nadie, al menos no para mí. Y, sin embargo, muchas veces, hay en mi mente una melodía que se repite cuando escribo. Hasta incluso intento adaptar los versos a esa canción. Una canción que puede que exista o no. Depende del día, depende del momento, de si he escuchado a Mingus o a Stars Of The Lid. Entonces la letras deben ser improvisadas, caóticas hasta un punto y ligeras, o bien lentas, pesadas, encerradas en sí mismas.
Cuando un periodista del futuro me pregunte de cuales son mis influencias, le contestaré con muchas influencias musicales y muy pocas literarias; siempre he hecho ver que he leído mucho más de lo que he leído en realidad. Como Nacho Vegas sólo pretendo captar de algún modo actos que son inexplicables, abstractos pero que, sin embargo, son lo más importante en nuestra vida. Casi nunca lo consigo, a veces sí. Pero cada una de mis letras no pretende otra cosa que componer una imagen dentro de una película críptica sin principio ni final. Se trata, en definitiva, de encontrar una serie de frases que tengan un significado por sí mismas en un ambiente de ausencia total de sentido.
Nunca he visto que se le pregunte a alguien por el sentido de una melodía y, por eso, no me parece razonable que nadie me pregunte por el sentido de mis palabras. Incluso en la música, sólo se busca esa influencia en la letra. ¿Ha sido tal o cual ruptura la que te ha llevado a componer esta canción? ¿En quién pensabas cuando escribiste ese poema? Pues quizá sólo en la melancolía. Quizá ella sea la protagonista y el resto un montón de frases sin sentido.
Tenía su objetivo fijo en ti. Sonreías y apartabas la mirada. Sentías escalofríos, porque aquello significaba todo lo que siempre habías odiado: quedarte para siempre en aquel lugar.
Porque ninguna cárcel es nunca lo suficientemente grande y menos aquel instituto de una ciudad pequeña donde todas tus amigas insistían en que le dieras una oportunidad.
Y, a veces, te levantabas de madrugada y, desde tu ventana, podías sentir el mundo en calma. Y te ponías nerviosa, consciente de que no podrías saborear aquel silencio sin conocer antes el ruido.
Sueños polares
Entre los espacios de mis palabras siempre habrá un lugar para ti. En mis sueños antárticos, cuando el sol brille sobre la nieve, siempre acabaré encontrándote, bailando con los pingüinos o jugando a pillar con un oso polar. Siempre estarás ahí. Serás mi modelo cuando quiera dibujar la perfección.
Medianoche
De nuevo despertaré a medianoche y cerraré ojos para ver la completa oscuridad. Me taparé y, cubierto de frío, echaré de menos tu cálida piel.
Y, por más vueltas que le dé, no podré apartar de mí esa melodía: la canción que me cantas en la oscuridad.
Procesiones
Como las procesiones aterran a quienes no son católicos me asusta en la oscuridad el canto de tus labios.
Aquella sonrisa devoraría mi alma y acabaría por convertirme en aquel ser dependiente al que siempre he odiado.
Extraña sensación
Esa sensación extraña de pertenecerte sin que tú lo quieras.
De que nuestra historia se cerró sin acabarse.
De que todavía hay algo que yo pueda hacer para que vuelvas conmigo.
De que la persona que me enamoró con aquella extraña sonrisa volverá para quedarse.
Hace ya algún tiempo, que decidí perderme en un laberinto. Consagrar mi fe en la humanidad sólo a sus creaciones artísticas. Ni a la vida ni al perdón.
Dicen que la caída de una hoja y el asesinato son hechos que, racionalmente, tienen el mismo valor. Quizá, entonces, nuestras mentes se hayan vuelto excesivamente racionales.
No es posible sentir lástima por los asesinos de los asesinos porque, como dice la canción, cuando se aprende a llorar por algo, también se aprende a defenderlo. La cuestión es quien fue el primero en defenderse y por qué tantos de vosotros os ofrecéis al fanatismo de las cárceles, de las ejecuciones, de los campos de concentración.
Quisiera que mi voz fuera tan fuerte, pero no lo es, sólo es una más, no atravesará montañas ni removerá conciencias. Tampoco volverá a confiar en vosotros, de la misma forma que nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl.
Si tú me llamas a mí fascista, yo te lo llamaré a ti. Si dices que soy un asesino, te recuerdo las torturas y la absoluta necesidad del tiro en la nuca De tu nombre, dentro de mi punto de mira. De la cal viva, del asesinato de chavales inocentes . Construid un campo de concentración en cada pueblo consagradlo vuestra ideología de mierda. Ésa misma que no se sostiene porque hace agua por todas partes.
Creo que llegué a esconderme en aquel laberinto, por la misma razón que lo hacéis vosotros. Para no sentir nuestra pérdida colectiva de humanidad. Por no reconocer que sólo somos cerdos, con un origen, peor que el de los cerdos.
No sé quién disparó primero. Pero la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado. No sé. Quizá sólo sea el aburrimiento que nos lleve a comprar cualquier doctrina de sado.
Tal vez, sólo seamos una especie destinada a la autodestrucción.
Tal vez sea lo único que nos merecemos.
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