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Etiqueta: Los Enemigos

Sueña conmigo

2023-05-25

Sueña conmigo

“El hombre sano no tortura a otros,
por lo general es el torturado el que se convierte en torturador.”
Carl Gustav Jung

Sueña conmigo Sueña conmigo

“¿Sueñas conmigo?”, dijo ella, mirada seria y gesto adusto, vestida con una camiseta roja y unos también minúsculos pantalones cortos de color negro. “Te ordené que soñaras conmigo, ¿lo has hecho?”. Él no recordaba sus sueños, no sabía si mentirle o decirle la verdad. Estaba atrapado. Si no le decía que sí ella no estaría satisfecha y le castigaría y si le mentía el castigo sería mucho mayor. Si decía que sí, ella no se conformaría con aquella afirmación, le preguntaría una y otra vez por el sueño, buscando errores y contradicciones y, si encontraba alguna, ya lo he dicho, las consecuencias serían terribles para él.

No obstante, decidió que sería mejor mentir, y contestó: “Sí, soñé contigo, pero era todo muy confuso”.

“¿Confuso? ¿Qué quieres decir con eso?”.

“No le des más importancia, por favor, mis sueños nunca significan nada”, dijo él, le imploraba. “Detengamos este juego aquí”.

“Esto no es un juego. Desde un principio lo pactamos así. Tú me lo darías todo. Tu vida, tus pensamientos, tus recuerdos, todos tus datos personales, bancarios, todo”, y sonriendo, añadió: “Y yo, a cambio, te daría una razón por la que vivir. Una hora cada noche en la que poder hablar conmigo de lo que yo quiera”.

Alex se quedó pensativo. ¿Afirmó con la cabeza? No puedo decirlo con seguridad. Sólo sé que cogió un cigarrillo del paquete de tabaco que tenía encima de la mesa, tiró para atrás la silla y dio una calada larga que, al expirar, reflejó el humo sobre la pantalla del ordenador y, poco a poco fue invadiendo las paredes de aquella habitación ya amarillentas. Tras unos segundos contestó, simplemente: “Es que ya no tengo claro quién soy”.

Sueña conmigo


Sueña conmigo

Sueña conmigo

“Claro que no. Por eso estoy yo aquí, para recordártelo. No eres nadie. No hay nada que te haga especial excepto yo. Sin mí no eres nada. En eso consiste el verdadero amor, Alex. En la entrega. Te entregas a mí como las monjas de clausura lo hacen a Dios, incondicional y absolutamente, en silencio, obedientes”. Entonces hizo una pequeña pausa y volvió a preguntar: “¿Qué soñaste?”.

“Soñé contigo. Estabas en una habitación, sin puertas ni ventanas, gris cemento por todas partes y un agujero al cielo, también cemento, eran nubes oscuras pero no traían agua. Tenías frío y estabas atada a una sencilla, de madera”. Se quedó un momento pensativo. “Continúa”, le dijo ella. Él obedeció: “Tenías cada pierna atada con cinta aislante a cada una de las patas de la silla. Las manos detrás, entrelazadas, y otra cinta en el pecho que te inmovilizaba también los brazos. No tenías ninguna opción. No había nada que pudiera salvarte y, hubo un momento, en que cerraste los ojos y, al abrirlos, viste una inscripción en la pared, escrita con sangre ‘Nina Gold, ésta es tu hora’”.

“¿De qué película de Saw has sacado esa escena?”. Dijo Nina Gold. “¿Quieres imaginar? De acuerdo, imaginemos. Ahora eres tú el que está atado a esa puta silla, desnudo e indefenso”, dijo: “Te voy a hacer un regalo. Te voy a dotar de un don que no tienes: personalidad, la misma capacidad de opinar. ¿Te sientes atado a esa silla? ¿Lo sientes de verdad?”.

“Sí, lo siento así Nina, estoy atado, desnudo y no puedo hacer nada para soltarme”. Y era cierto, no podía moverse. No podía apagar la pantalla del ordenador ni dejar de mirarla, por más que lo intentara. Lo peor era si intentaba cerrar los ojos, porque dolían como si hubiera ácido bajo sus párpados. ¿Estaba soñando ahora?

No tenía una respuesta para aquella pregunta. Nina estaba al otro lado de la pantalla mirando su móvil, escribiendo mensajes no sé sabe a quién. Siempre sospechó que había alguien por encima de ella. Alguien por encima de todos nosotros que nos concede la existencia a su antojo. Que decide que niños llegan a nacer o son abortados por el camino, quien decide quién es alfa, beta y omega. Un Dios cruel que planeó que conociera a Nina en algún momento y que ordenó ella lo fuera todo para él. Que abandonase sus amistades, a su familia, que apenas saliera a la calle para comprar lo justo para alimentarse o comprar sustancias que le permitieran afrontar aquellas veintitrés horas de ausencia.

Siguió mirando la pantalla. Nina había cogido un mando de televisión que apuntó hacia él. Y le dio a la pausa. Ya nubes dejaron de moverse y un aire congelado se quedó quieto, florando a su alrededor. Todos los relojes se detuvieron y su habitación empezó a hacerse cada vez más pequeña, sus paredes murmuraban, a la vez que se oscurecían y tomaban la apariencia y el tacto del cemento. Alguien le había hecho una herida en el brazo y, en la pared, había una frase escrita con su sangre: “Alex debe morir”. Aquellas letras estaban escritas debajo de una pantalla en la que seguía viendo a Nina, inmóvil, con una extraña sonrisa que nada tenía que ver con la de la Gioconda. Un gesto cruel, los ojos de un demonio que se burlaban de él porque se había meado encima.

Sueña conmigo


Sueña conmigo

Sueña conmigo

“Niño malo”, dijo Nina ahora estaba a su lado, le cogió el pelo, moviendo su cabeza hacia atrás y dijo: “Voy a tenerte que dar unos azotes”. Y Alex sintió de repente una excitación tremenda seguida de un tremendo cansancio. “Ya basta de jugar en la distancia”. “¿Qué quieres decir?”, contestó Nina.

“Que no puedes azotarme, porque tú tampoco te puedes mover”.

“Supongo que la sangre que hay en mi cuello, la que se utilizó para pintar la pared es real, un corte escandaloso pero no mortal. Un corte igual al de tu cuello, ya que ahora estamos los dos sentados, mirando la pared. Los dos atados sin poder movernos, sólo mirarnos de reojo. De este modo puedo ver también un círculo de orina debajo de tu silla. Porque alguien viene, alguien que nos aterra a los dos y no sabemos qué hacer para impedirlo”.

Nina estaba en shock. Hasta ahora, sólo ella había tenido la capacidad de modificar la realidad en la que vivía Alex. Nunca había ocurrido al revés. Y, sin embargo, ahí estaban, los dos atrapados en el mismo sueño sin poder salir. Probablemente dormidos, recostados sobre la mesa con los ojos cerrados frente a la pantalla. “¿Puedes oír mi voz, Alex?”.

“Sí, puedo”.

“¿Cómo vamos a salir de aquí?”.

“No lo sé, Nina, creo que todo depende de ti”.

Nina pensó, ¿cómo que todo dependía de ella? Estaba tan atrapada como él. E, igual que él notaba aquella presencia maligna que, de un momento a otro, aparecería en la habitación. Y cuando apareciera se haría de noche. Y de noche hay criaturas terribles. De noche pasan cosas aterradoras.

“Debes reconocerlo Nina. No hay alfa ni beta. Sólo estamos tú y yo. Y sólo hay una razón por la que quieres conocerlo todo de mí, sólo una razón para controlarme y esa razón es que tú también estás enamorada de mí. Tú también sientes miedo cada noche. Cuando enciendes el ordenador y le das al botón de llamada. Mientras suenan los tonos pensando que puede que llegue el día en que nadie conteste. En realidad, los dos somos frágiles. Tú, yo, todos los demás, lo somos, tenemos miedo de seguir solos en un mundo que cada vez nos asusta más. Cada vez más grande y lleno de peligros sobre los que no tenemos ningún tipo de control”.

“¡Cállate!”.

“Nina, tienes que soltarlo, controlarme así no te servirá de nada. No te protegerá de nada. Sólo podremos salir de aquí si tienes el valor suficiente de confesar que estás enamorada de mí”.

“Estás loco”.

Entonces, alguien apareció, una sombra salida de algún lugar imposible puesto que no había ninguna puerta de entrada. Era un hombre alto, silencioso, vestido todo de negro y con una máscara pegada a su rostro también de color negro. Tenía cierto parecido con Michael Myers.

Sueña conmigo


Sueña conmigo

Sueña conmigo

“No siempre es el mismo. A veces depende de algo que haya visto en el cine, oído en la radio o visto por Internet”, dijo Alex. Pero el final es siempre el mismo.

“¿Cuál es el final?”, preguntó Nina. Y Alex permaneció en silencio.

Una mesa apareció de repente delante de ellos. No fue una aparición. Era como si hubiera estado ahí todo el rato y no se hubieran percatado de ello. Sobre aquella mesa el hombre de negro comenzó a desplegar un estuche. Se movía lentamente porque sabía que ninguno de los dos sería capaz de escapar. Atento al detalle, quitándose los guantes y acariciando cada una de sus herramientas de tortura. Pensando en cuál de ellas utilizaría en primer lugar. Un ritual que Alex casi se sabía de memoria, pues soñaba con eso muy a menudo. Aunque a veces no lo recordara, siempre quedaba algún destello. No obstante, aquella noche se hacía evidente una diferencia: no estaba solo.

“Sólo me harás daño a mí. A ella no le toques. Son las reglas”. El hombre oscuro asintió después hizo a Nina una reverencia quizá algo exagerada y siguió ahí, mirando ensimismado sus herramientas de tortura. El martillo, el bisturí, las tenazas, incluso una cuchara.

“¿Por qué sólo a ti?”, preguntó Nina. “¿Qué coño es lo que te va a hacer? ¡Despierta, joder! ¡Reacciona!”.

“Ya te he dicho que yo no puedo hacer nada. Todo depende de ti. De que reconozcas que tú tampoco eres especial. Que en el fondo somos iguales. Yo necesito que me controlen, tú necesitas alguien a quien controlar. Llevas buscando a alguien como yo demasiado tiempo. Demasiado tiempo escuchando mis historias, mis pajas mentales, leyendo mis relatos, obligándome a enseñarte cualquier parte de mi cuerpo, lo que como, las pastillas que tomo, el número de cigarrillos que fumo cada día, la manera en la que me tengo que masturbar y en lo que debo pensar mientras lo hago

“La verdad es esa: tú estás tan sola como yo. Todo esto empezó como un juego, pero has terminado perdiendo el control y enamorándote. Ya no quieres esa mierda de la dominación. Quieres que vayamos al cine, que tomemos un café en uno de esos bares psicodélicos del centro, vernos fuera de las pantallas, poder besarnos. Te quiero Nina, desde el primer día en que hablamos me enamoré de ti, y he estado soportando tus torturas sólo por poder estar a tu lado. Pero ya no aguanto más. Tienes que reconocerlo, Nina, sólo así acabará esto”.

El hombre oscuro se quedó mirando a Nina. Señaló a Alex con la mano e hizo un gesto moviendo el dedo alrededor de su sien. “Ese tío está loco”. Es lo que le dijo, no con palabras, sí en su mente. “Una chica como tú puede aspirar a algo mejor. Tú te mereces más y él se merece el tormento y el olvido”.

Y entonces se decidió. Cogió el martillo. Le separaban de Alex uno, dos, tres, cuatro y cinco pasos que ocurrieron en cámara lenta.

Sueña conmigo



Sueña conmigo

Se plantó delante de él, demostrando que Alex era incapaz de mantenerle la mirada. Alex bajó la careza. “Ya está”, dijo mirando a Nina. “Supongo que ahora todo ya ha terminado”.

Entonces Nina se puso a llorar como nunca lo había hecho, de tristeza, de rabia. No era justo que le pusiera en aquella situación, no podía obligarle a enamorarse de él. Además, era un idiota. ¿Cómo podía haberse enamorado de ella después de todas las privaciones, castigos y humillaciones a las que ella le había sometido? Después del chantaje, del control constante.

El hombre sin rostro. Levantó el martillo y dio un golpe seco en la rodilla. El dolor debía ser insoportable, pero Alex lo aguantaba. Muchas veces había sido dulce y tierno con ella, y le había hecho reír después de un mal día. Él le aceptaba tal como era. A pesar de su mal humor, de las broncas injustificadas, de sus malos modos, quería estar con ella cada día, todo el tiempo que ella le permitiera.

Se preguntó qué hubiera pasado si se hubieran conocido en otro lugar. Él era tan tímido, tan torpe, ni siquiera hubiera reparado en él. No era el tipo de persona que iluminaba una habitación cuando entraba en ella. Y, sin embargo, su cara se iluminaba al verle cada noche. Qué estupidez.

El hombre oscuro había vuelto a mirar su estuche de herramientas. Iba a optar por unas tenazas, todo apuntaba a ello, pero “¡Para!”, le dijo. Fue un susurro entre lágrimas.

El hombre oscuro hizo un gesto que imitaba la estupefacción. Se acercó a ella en uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete pasos. Y esta vez ella fue capaz de mantener su mirada. Si Alex era un pusilánime, ella sería fuerte por los dos.

“Detén esto”, dijo Nina, “le quiero esa es la verdad”. Y entonces el hombre oscuro, la mesa y todas las herramientas de tortura desaparecieron. Las paredes de hormigón armado empezaron a caer; y Alex y Nina lloraron. Cada uno frente a una pantalla diferente. Cada uno en su cuarto. Solos. Como siempre habían estado.

“Te espero a las cuatro delante de la puerta de El Corte Inglés”, escribió Nina. Después apagó la pantalla, el ordenador y se echó una siesta.

Alex todavía cojeaba un poco cuando llegó al lugar indicado. Un dolor muy fuerte en el mundo virtual puede dejar secuelas en el mundo real, al menos eso dicen los expertos. Le costó conocer a Nina, esta vez tan tapada a causa del frío. Sus mejillas sonrosadas su boca, sus ojos. Siempre había sido preciosa pero esta vez era como la primera vez y no pudo hacer otra cosa que enamorarse al instante.

Se dieron un beso y Nina decidió el bar psicodélico al que irían a tomar un café. Ya juntos en la cafetería le dijo: “Como seguramente has adivinado no me llamo Nina Gold, soy Eva Lopez, pero nunca me llamarás así”. Después continuó: “Yo sigo mandando en esta relación, no te equivoques, sigues siendo mío. Hoy decidiste darme un toque de atención y he de reconocer que casi estabas obligado a hacerlo, pero que no se repita. Yo decido cuando nos vemos y cuánto tiempo, como ha sido siempre…”.

“Pero nunca lo haremos detrás de la pantalla de un ordenador, ¿verdad?”, le interrumpió Alex y Nina dijo: “Por supuesto que no”.

“Bien”, dijo Alex. “Acepto todas tus condiciones y las que estén por venir. Nunca te llamaré por tu nombre y nunca te diré que te quiero”.

Cuando la camarera les llevo el café la conversación empezó a ser banal y divertida. Primero sobre películas, series. Después sobre relaciones anteriores y, por último, se acostaron juntos. Fue la primera época en la que todo su mundo se reducía a sexo y conversación. Un imposible final feliz.

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Nina Gold


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Sueña Conmigo

Los que no vivieron, Nina Gold, Relato Carl Gustav Jung, Eva Green, Fetichismo, Los Enemigos, Michael Myers, Nina Gold, Rosendo

mi querida audrey…

2023-04-04

mi querida audrey

“Suéñame
lo que hay desde allí hasta aquí.
Suéñame
lo que nunca te pedí”
Los Enemigos, Sueña(por mí)

mi querida audrey

Sus entrañas,
su sangre,
estaban hechas
de nubes
de colores.

Mi cerebro
era gris,
y sólo sabía
que me gustaban
las tortugas.

Ella podía nadar
tan profundo,
como ellas,
darme la mano
y seguirlas
y dibujarme
una sonrisa.

En el fondo
del Mediterráneo
empezaba
a descongelarme
y pensar que
ojalá me enseñara
todos sus secretos
y ojalá me contara
por qué no
no salía corriendo
al verme.

Mil veces
la he imaginado
desnuda
y volando
como una golondrina
que camina
sobre mi cabeza
recordándome:
“Estoy aquí”.


audrey

Y al cielo gritaba
cuál era su nombre
y, como no
me lo quiso decir,
yo le llamaba audrey,
así en minúscula,
porque si no,
no sería especial.

Quedábamos en Conejera
casi todas las noches.
Ella me traía tesoros
que encontraba
debajo del mar.
Yo le contaba
mis historias de pirata
y decía:
“He mentido,
he sangrado,
he robado y he matado,
sólo por conseguir
droga y alimento
para llegar hasta ti”.

Después ella
me dejaba
poner mi cabeza
sobre sus muslos
y, acariciando
mi pelo enmarañado
me hacía sentir
que no era
un vengador tóxico.

Ni ella una superheroína,
ni teníamos
por qué enfrentarnos,
que podíamos buscar
nuestro destino
en la dirección
que marcaba la brisa.

Y ser mar
toda la noche
iluminados
por la luna y las estrellas
y, entre las olas,
acariciarnos suavemente
sin importarnos
qué corriente nos había unido
ni si mañana volvería a salir el sol
por el mismo lugar.



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Poesía, Verso libre


Entrada en poémame


mi querida audrey…

Puedes pedirme que te diga todas las mentiras del mundo pero hay algo que nunca podré negar, ni aunque me vaya la vida en ello, eso es: que nunca te amé.

Poesía, Verso libre Conejera, Los Enemigos, Mediterráneo, The New Pornographers

No desaparezcas hoy

2021-03-18

No desaparezcas hoy

Si algún día me faltas
seré viento,
para perseguir tu perfume
y poder desaparecer
donde tú desaparezcas.

No desaparezcas hoy

Si no te encuentro,
viajaré a otros lugares,
seguiré a las nubes
someteré a todas las tormentas,
vaciaré el agua de los océanos,
sembraré el caos,
ladrarán todos los perros,
volarán sus criaturas marinas,
se rebelarán las bestias
someterán a la humanidad
y reinará mi tristeza,
y mi rencor será ley.

No desaparezcas hoy

Cerrarán los cines,
llorarán los payasos,
se apagará la calefacción,
se borrará la tinta de los libros,
arderán las mantas,
se apagará el sol,
bajarán el telón las miradas,
arderán los bosques,
se secarán los grifos,
los actores olvidarán sus diálogos,
explotarán los coches,
se apagará la música,
las ensaladas no tendrán aliño,
chocarán los trenes,
se vaciarán las cajas.

Se borrarán las sonrisas,
los juegos de los niños,
el contacto y los abrazos,
el sabor de los besos,
el poder de la palabra,
la palabras:
familia, amistad,
compasión y hogar.

Y el sexo será sórdido.
Y el amor se quedará sin letras.
Y las pieles dejarán de ser un destino.
Y la desnudez será una maldición.

No desaparezcas hoy

Y todos los dedos me señalarán,
recordándome que no estás
y olvidándome de que te has ido.

No desaparezcas hoy
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Poesía La Bien Querida, Los Enemigos, Pumuki

Verte en la oscuridad

2019-03-13

Verte en la oscuridad

Necesito escribirte para decorar esta habitación.
Aquí, entre estas cuatro paredes sólo hay
ladrillos grises, unidos por cemento del mismo
color. Puedes ver la ciudad a lo lejos, siempre
cubierta por la niebla y tu recuerdo.

Los días son todos iguales. Ellos me dicen
a qué hora levantarme, ducharme, comer,
fumar o lavarme los dientes. Los mismos
que no nos dejan tener fotos en las paredes
para evitar que nos entreguemos a actividades
insanas. Mi uniforme, ya viejo, me hace notar
todas sus cicatrices y remiendos: Aquí siempre
hace frío, tanto que algunas noches no puedo
dormir porque me atenaza el miedo a morir
congelado. Entonces me siento sobre la cama,
quieto, muy quieto, y observo la pared, y,
en ocasiones, creo que puedo verte en la oscuridad.

Aquí sólo hay tiempo para pensar. No estamos
en el país de las últimas cosas, sino en el de
los últimos hombres. Aquellos a quienes hierve
la sangre cuando piensan en la suerte que les
ha traído a un lugar como éste. Pocas veces
sonrío recordando ese pasado lleno de belleza,
largos viajes en coche a través de bosques
solitarios y hoteles de noches sin final.
Cuánta imaginación derrochábamos pensando
que haríamos cuando tuviéramos
el dinero suficiente para ser realmente libres.

Y es ahora cuando caigo en la cuenta de que realmente lo éramos.

Las pocas veces que consigo verte en la
oscuridad, miro por la ventana y siempre
lo hago en el momento exacto en que
las nubes tapan la luna. Esperando los
efectos de alguna droga más que cortada
e introducida desde el interior de
alguien en este sórdido lugar.

Leo tus cartas. Me hablas de cosas cada
vez más banales. Como si no pudieras
ignorar, como yo lo hago, todos los años
que todavía me quedan por delante. Y sólo
siento ganas de pedirte una cosa: que dejes
de enviar todas esas cartas que están ya
abiertas cuando llegan a mis manos indicándome
que yo estoy dentro y tú en el exterior, que mi
imaginación está limitada y la tuya intacta,
que tienes todo el tiempo y el mundo por delante
y que ahora te aburres y no quieres esperarme más.

Verte en la oscuridad

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