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Etiqueta: La era de la Información

Sociedad riesgo

2018-05-13

Sociedad riesgo.

Sociedad red.

Siempre nos columpiamos a la vera del riesgo. Yo lo hago constantemente. Hoy, por ejemplo, había prometido que seguiría con aquella historia por entregas de la que es bien seguro que usted, mi querido lector, espera una segunda parte.

Escribiendo esto me arriesgo a que se canse de esperar; y prometiéndole que mañana me pondré con ello a lo que me arriesgo es a que deje usted de confiar en mi palabra.

Por favor, siga leyendo; el tema es más grave de lo que parece. Podría decirse que su vida y la mía están en juego. Hasta tal punto que Héctor ha entrado en crisis después de leer este artículo. Se ha ido primero al médico a que le diera la baja y después a casa. Todos nos sentimos intranquilos en la redacción, no sabemos si volverá algún día, porque para él todo ha dejado de tener sentido.

Ahora mis compañeros me odian, sólo por escribir este artículo. No sé si usted llegará algún día a leerlo, ya que cabe la posibilidad de que el informático, prototípico pajillero que ya pasa de la treintena, lo pierda de alguna manera inimaginable, o se niegue a colgarlo cuando lea mi manera de describirlo

Vengo a hablar de dos sociedades: La sociedad del riesgo y la sociedad red. Dos conceptos que no sé si he llegado a entender del todo, pero me obsesionan.

¿Qué es la sociedad del riesgo? Fundamentalmente es una definición certera del posmodernismo, una corriente que vacía de sentido a las instituciones poniendo cada vez más énfasis en las soluciones individuales. La sociedad del riesgo es la sociedad que se pone en peligro a sí misma a través de la desinformación, los rumores y la desconfianza sistemática.

Porque no hablamos de esa sociedad dividida en dos grandes bloques que disponen del armamento y la dosis de locura suficiente para acabar con el planeta, no. Hoy la cosa no va de eso, es todavía peor: Hablamos de una sociedad red que, gracias a los adelantos tecnológicos ha conseguido interrelacionarnos a todos con consecuencias que son de todo menos predecibles.

La sociedad interconectada. Un mundo nuevo en que los paradigmas culturales están más estandarizados. En que podemos contarle nuestros secretos más íntimos a una persona a miles de kilómetros de distancia, y ella puede entenderlos, y más o menos también como funciona nuestra vida, ya no somos tan diferentes porque nuestra realidad común ha sido objeto de una gran distorsión, se ha convertido al tiempo en real y virtual o, mejor dicho, virtual que pretende ser real.

Los que vivimos el cambio en primera persona y tenemos edad suficiente para recordar el antes y el después de la virtualidad vivimos ese inicio fascinados. Nuestros padres creían que todo eso de Internet era una tontería, sí, pero con el tiempo también han ido cayendo.

La primera vez que entramos en un chat no fuimos conscientes del peligro que entrañaban las microrelaciones que ahí se producían. Sólo era divertido conocer gente. No pensamos, por ejemplo, que las redes podían convertirse en vías de comunicación entre pederastas o terroristas internacionales.

Y los pocos que cayeron en la cuenta no fueron conscientes de que ése no era el mayor peligro que entrañaban las nuevas y enmarañadas redes interconectadas. Y no lo sabían por una sencilla razón: todavía no conocían en profundidad ni los peligros de la automatización ni la insondable mística que acompañaría a la información que fluye a través de las redes sociales.

El ser humano siempre ha consumido información. Siendo animales sociales es importante saber qué ocurre a tu alrededor. En la época anterior a la actual, cuando los medios preeminentes eran la radio y la televisión, esta información estaba mediatizada por el ejercicio de la libertad de prensa. En las redacciones se definía lo que era noticia y lo que no, también el enfoque que había que dar a determinados hechos, y se publicaba en consecuencia.

Ya existía la posverdad, lo que la RAE define como: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Los medios de información clásicos eran expertos en eso y empezaban a dibujar una sociedad cada vez más polarizada, donde el periódico que uno compraba cada mañana se convertía en toda una seña de identidad.

Si bien, también es cierto, que en aquellos medios existía y existe una cierta ética que, por ejemplo, permitía que actuaran como filtro de noticias falsas. Puede usted pensar que esta afirmación es un tanto ingenua. Pero le diré que si algo diferencia la posverdad actual de la de aquella época es que actualmente ésta es completamente impredecible, entre otras cosas porque nunca sabes dónde va a nacer la noticia.

Una persona no podía ir a una redacción a pedir que publicaran su foto en un periódico porque era un pederasta. Insistirían en que habría que hacer una investigación previa, le pedirían pruebas, eso si no ocurría lo más probable: que se negaran en redondo a participar en una caza de brujas.

Hoy cualquier persona dispone de un altavoz para realizar esas acusaciones y estas pueden propagarse o no fruto de la casualidad, del número de me gustas y comentarios que puedan recolectar. Cualquier persona puede generar una reacción en cadena que acabará con su vida. Porque no hacen falta pruebas, sólo que los contactos de esta persona crean en su palabra y compartan, y compartan después los contactos de los contactos que a su vez tienen más contactos. Personas que ahora mismo le injurian sin control, y lo harán hasta que, en una versión moderna de la muerte zulú, acabe rompiéndose el hilo que le conecta con la sociedad. Perderá su familia, su trabajo, sus amistades, todo, aunque la mentira acabe por demostrarse, porque ya será demasiado tarde.

Los medios de comunicación eran empresas. Hoy nuestra historia es la de un conjunto de individuos que a la vez son protagonistas y público, y que se levantan cada mañana dispuestos a enfrentarse al mundo y sobresalir entre una ingente competencia con armas mínimas. Al igual que los periódicos vivimos la fiebre del titular. Hemos de impactar a los demás. A veces lo podemos intentar con un copioso desayuno, otras compartiendo un artículo que creemos dice verdades como puños sobre éste o aquel tema, y otras veces compartiendo noticias que producen una respuesta inmediata, sin importarnos tanto la veracidad de los hechos retratados como el que esta noticia se adecúe a la imagen que queremos dar y a nuestra visión del mundo.

Vivimos expuestos al peligro de que cualquiera de mis opiniones pueda ser juzgada por la opinión pública. Una opinión que, en la era de la información, donde se vive la ilusión de que desde nuestro cuarto podemos acceder a toda la información veraz y conocer al dedillo los entresijos de las estructuras que condicionan nuestras vidas. Una opinión que nunca va a reconocer que no tiene la suficiente información para juzgar ciertos hechos. Le basta sentirse lo suficientemente indignada.

El principio de Peters sostiene que, en el momento en que un determinado número de personas se convence de la veracidad de una información, independientemente de que se ajuste a la realidad o no, ésta comienza a tener consecuencias reales. Por ejemplo, si extendemos el rumor sobre un grupo amplio de personas de que su banco va a quebrar y todas estas personas toman esta información como real, seguramente empezarán a sacar el dinero de sus cuentas para proteger sus ahorros. Si esto lo hace una masa significativa de clientes del banco, el banco quebrará. Independientemente de cual fuera el grado de saneamiento de sus cuentas antes de que empezara a propagarse el rumor.

Los rumores controlarán su vida. Fíjense, la ciencia económica se basa fundamentalmente en ellos. En profesionales que pretenden analizar una realidad compleja en tiempo real y máquinas que tomarán decisiones en base a unas calificaciones numéricas. ¿Podemos hacernos ricos gracias a la inteligencia artificial? Unos pocos tal vez puedan, pero el resto nos encontramos atrapados, esperando que no haya nadie que decida que nuestra empresa o nuestro país es un lugar al que los mercados no deben acercarse.

Y puede usted pensar que todos estos cálculos siguen un método científico. No somos juguetes del destino sino individuos libres que toman decisiones racionales. Pero lo cierto es que la ética y la legitimidad que sustenta las empresas de calificación de las que tanto ha oído hablar usted en los últimos años, está basada únicamente en la mal llamada libertad económica. Grupos de individuos que toman decisiones racionales para maximizar sus beneficios. Y todavía esperamos el giro según el cual esas decisiones serán también positivas para el conjunto de la sociedad.

De aquí proviene la desigualdad, pero no sólo. Es usted el que no deja de compartir noticias que nos hacen cada vez más desiguales. El que considera que no puede compararse su opinión informada con las de la masa de ignorantes que pueblan las redes. Y, de repente, se ve compartiendo noticias de dudosa racionalidad y calado. Como las que dicen que montones de inversores extranjeros se marcharán de su país si gana el partido de la oposición. Una situación que no se ha producido pero que empieza a tener consecuencias. Porque ya hay numerosos inversores que empiezan a plantearse la huida, porque la oposición va a ganar y eso tendrá terribles consecuencias en la economía.

Porque ya no somos capaces de asumir nuestras decisiones. No decidiremos lo correcto ni nos volveremos a lanzar nunca más al vacío. No aceptaremos nuestra evidente falta de control. Sabemos lo que va a pasar, nos hemos equivocado cientos de veces, pero seguimos sabiéndolo. Alimentando odios, destrozando vidas, creando bandos basados sólo en la opinión, despersonalizando al enemigo, toda esa gente que, literalmente, no comparte nuestras opiniones sino las que nosotros no compartiríamos nunca.

Redes interconectadas con fotos de perfil que sin duda sirven para considerar que es normal que defienda esa opinión, porque se ve que tiene cara de idiota.

Redes que cambiarán el mundo, pero no de la manera en que nosotros pensamos. Redes en las que gobiernan los estereotipos. Donde alimentamos nuestro ego. Donde la realidad es mucho más simple y podemos navegar a través de un mar de razón y no de razones. Porque las decisiones nunca son complejas. Porque la realidad puede plegarse a nuestros deseos. Porque somos la nueva sociedad, la que puede recoger la información de la propia fuente, sin que voces informadas e interesadas se la distorsionen.

Y es que las voces interesadas ya no son cuatro, sino cuatro mil millones que se juegan la victoria de su identidad, y que están menos informadas que nunca.

sociedad riesgo

Manifiesto La era de la Información, Manuel Castells, Sociedad del Riesgo, Ulrich Beck

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