Golpes Bajos – Hansel y Gretel (Siete canciones, Vol. 7)
Nos criamos en el muelle, al lado de la ría. Saltando de tejado en tejado, del de la sidrería al de la Casa Longa que, contaban los mayores, durante mucho tiempo fue el único local con televisión en el barrio. Les había escuchado tantas veces que no me resultaba difícil imaginarlos alrededor de las mesas, sentados en sillas incómodas en un local apenas iluminado. Podía escuchar los gritos señora Modesta regañando a todos los que pataleaban cuando aparecía el séptimo de caballería, dispuesto a repeler el ataque de los indios y salvar las vidas de todos los ocupantes de la diligencia. Mi padre decía que no es que hubieran repetido aquella película demasiadas veces, no hacía falta, había muchas y todas eran iguales. Me lo contaba a veces cuando paseábamos al lado de la barandilla, frente a aquel local ya abandonado donde tú y yo solíamos pasar la tarde, saltando sobre el tejado y entrando por la única ventana que quedaba abierta.
Pasamos tantas tardes ahí. Seguro que lo recuerdas. Igual que debes recordar nuestra promesa de volver algún día, cuando fuéramos mayores. Yo te estoy esperando, pero no hay rastro de ti. Parece que por fin has decidido hacer caso a nuestros padres, treinta años después, a todas las veces en que nos repitieron que no debíamos entrar ahí, en un edificio casi en ruinas que podía caer sobre nuestras cabezas, oscuro e infestado de piojos. No obstante, un lugar mágico para nosotros, donde nuestros juguetes cobraban vida y compartíamos barritas de chocolate. Al contrario que los antiguos visitantes que sólo bebían agua o vino con gaseosa, nosotros éramos de la generación del KAS y de la Coca Cola y, como siempre están dispuestas todas las generaciones, nosotros lo estábamos a no hacer caso y colarnos una y otra vez.
Como era costumbre en aquella época, tú tenías una muñeca y yo un balón de futbol, pero eso no nos impidió hacernos los mejores amigos. Ni buscar otras opciones, como conectar con nuestros antepasados y a través de la ouija hacerles preguntas sobre nuestro futuro, tan lejano ahora. Tan contaminado de adicciones y recuerdos, muertes inexplicables y vidas malgastadas en jornadas de ocho a tres.
Los espíritus nos juraron y perjuraron que íbamos a estar siempre juntos. Sin embargo, yo estoy aquí esperando y tú no te dejas caer. Miro la puerta fijamente como si sólo con eso pudiera provocar que entrarás en cualquier momento.
Y tú, bueno, tal vez hayas olvidado todas las promesas que nos hicimos. Y es una pena, porque deberías ver lo bonito que está esto, iluminado con velas, decorado con cajones llenos de nuestros juguetes favoritos y de chucherías que ya han pasado de moda.
Aún así, a pesar de todo el trabajo invertido, no dejo de repetirme la misma pregunta: ¿En qué he vuelto esta vez a fallar? Otra vez como tantas veces. Qué hice para que ahora seamos dos extraños. Quizá el problema sea que yo me quedé en esta casa abandonada, no supe avanzar como tú lo hiciste. Por eso ahora no puedo olerte, y te niegas a dar señales de vida mientras yo envejezco. Poco a poco, lo noto sólo cada cinco años, que mi cuerpo ya no es el mismo que yacía desnudo junto al tuyo en el suelo sobre una manta. Que mis huesos crujen y mi barriga se está convirtiendo en lo único que se recuerda de mí. Fuimos también esa generación de la bollería industrial y banquetes copiosos cada día de la semana.
La noche pasa y el capitán insiste en que seguramente nunca aparecerás. Yo no quiero creerle, pero al fondo se escucha llorar a Hansel y Gretel en nuestra habitación. Todos los regalos amontonados esperan dueña sin suerte. La bailarina no deja de preguntar por ti. Y todas las hadas buenas, las que protegían nuestro mundo cuando éramos niños, han decidido marcharse.
Los dulces se están perdiendo. Empieza a llover. Si te fijas bien en mí verás que parezco un holograma. Mi cuerpo se difumina en tu recuerdo. ¿Recuerdas la Casa Longa? ¿Recuerdas lo felices que fuimos aquellas tardes? Pues ya nadie más lo recuerda. Hace tiempo que desapareció y construyeron un hotel, y una carretera atravesando el muelle. Ahora pasan muchos coches pero ya nadie se para. Sólo yo, que tantas veces te he fallado y muchas más te he pedido perdón. Hasta que un día dejé de soñar con una vida perfecta juntos. Con el trabajo, el matrimonio, los hijos y demás signos de madurez. Pensé que si te esperaba en el terreno que tan bien conocíamos, allí no podría volver a fallarte. Pero tú no quisiste volver.
Y ya no puedo hacer otra cosa que esperarte aquí. Rodeado de todos nuestros tesoros. Aferrado a tu retrato que está cubierto de polvo y hundido en un bloque de hormigón. Porque formamos parte de la generación que sepultó sus recuerdos. La que tuvo que escoger entre parecer productivos o dejarse arrastrar por sus debilidades.
La generación que naufragó entre mareas emocionales.
Siete canciones:
Vol. 1 – Su mapamundi, gracias
Vol. 2 – For What It’s Worth
Vol. 3 – ¡Qué desilusión!
Vol. 4 – Disorder
Vol. 5 – Hurt
Vol. 6 – Soy ruso señor
Vol. 7 – Hansel y Gretel