Campos de concentración
Hace ya algún tiempo,
que decidí perderme
en un laberinto.
Consagrar
mi fe en la humanidad
sólo a sus creaciones artísticas.
Ni a la vida ni al perdón.
Dicen que
la caída de una hoja y el asesinato
son hechos que, racionalmente,
tienen el mismo valor.
Quizá, entonces,
nuestras mentes
se hayan vuelto excesivamente racionales.
No es posible sentir lástima por los asesinos de los asesinos
porque, como dice la canción,
cuando se aprende a llorar por algo,
también se aprende a defenderlo.
La cuestión es quien fue el primero en defenderse
y por qué tantos de vosotros os ofrecéis al fanatismo
de las cárceles, de las ejecuciones,
de los campos de concentración.
Quisiera que mi voz fuera tan fuerte,
pero no lo es, sólo es una más,
no atravesará montañas ni removerá conciencias.
Tampoco volverá a confiar en vosotros,
de la misma forma que nadie confía en la energía nuclear
después de lo de Chernobyl.
Si tú me llamas a mí fascista,
yo te lo llamaré a ti.
Si dices que soy un asesino,
te recuerdo las torturas
y la absoluta necesidad del tiro en la nuca
De tu nombre, dentro de mi punto de mira.
De la cal viva, del asesinato de chavales inocentes
.
Construid un campo de concentración en cada pueblo
consagradlo vuestra ideología de mierda.
Ésa misma que no se sostiene
porque hace agua por todas partes.
Creo que llegué a esconderme
en aquel laberinto,
por la misma razón que lo hacéis vosotros.
Para no sentir nuestra pérdida colectiva de humanidad.
Por no reconocer que sólo somos cerdos,
con un origen, peor que el de los cerdos.
No sé quién disparó primero.
Pero la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado.
No sé.
Quizá sólo sea el aburrimiento que nos lleve a comprar cualquier doctrina de sado.
Tal vez, sólo seamos una especie destinada a la autodestrucción.
Tal vez sea lo único que nos merecemos.
