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Las vidas alternas

Los que no vivieron

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Las vidas alternas

Etiqueta: Destructor de entrañas

Fango, color valentino

2020-06-26

Fango, color valentino


Ha llovido sangre,
ayer noche,
y esta mañana ha amanecido
todo
cubierto de sangre.
En las calles, charcos de sangre,
los coches salpican sangre,
las nubes rojas
son heridas en el cielo, sangre.
Te vi pasear,
y la sangre empezó a brotar de tu cuerpo
hasta que, al fin,
ya no quedó nada de él.
Sólo sangre.

¿Cuántos años tienen que pasar
hasta que un cadáver desaparezca?
¿Cuántos más para hacer desaparecer
las ilusiones que alimentamos toda una vida?
¿Cuánto tiempo en la gran ciudad
hasta que dejas de desconfiar del calor de un extraño?

¿Cuánta sangre perderás antes de reconocer el peligro?

Y las lápidas sólo son un recuerdo
de que todos, todos,
estamos condenados a fracasar.
Y nunca fue necesario esperar toda una vida
antes de que esa sangre deje de recorrer
tus venas definitivamente.
Y es tu falta de empeño, nada más,
lo que te lleva a alimentarte
de sustancias que provocarán tu muerte.

Te irás oxidando
hasta que tu piel oxidada,
hasta que tus órganos oxidados,
hasta que todo tu interior oxidado
pierda el brillo
de toda esa sangre.

¿Cuánto tiempo perdisteis adorando a un Dios
que basó su reinado en la corrupción de vuestros cuerpos?
¿Cuándo comprenderás que sólo merece la pena adorar
la santa sangre de las adolescentes vírgenes?

Porque ahí es donde la verdadera vida se esconde:
los planes de futuro sobrecargados,
la ausencia de experiencia y el exceso de esperanza.

Porque es, en definitiva,
cuando la primera gota cae en la tierra sucia
convirtiéndola en fango, color valentino,
ése es el momento en el que tu esencia
se ensucia con los convencionalismo;
tu sangre conoce el alcohol
y nunca más olvida su calor;
y tu cuerpo comienza a oxidarse
para recordarte
como a los emperadores romanos
que sólo eres mortal.


Fango, color valentino

Sangre

Destructor de entrañas


Entrada en poémame


Sombras Destructor de entrañas, Sangre

Cuchillas

2020-02-28

Cuchillas


Eras solamente un niño cuando nací,
cuando ocurrieron todas aquellas cosas terribles
¿Recuerdas?
Esperma y entrañas de animal.
Hombres santos murieron,
víctimas del fanatismo religioso.
Y tú tumbado llorando en el suelo,
frío de azulejos en tu rostro.
Eran el cadáver de tu inocencia.

Pasaron los años
y se repitieron aquellas tardes de alcohol y barbitúricos,
demasiado cobarde para continuar despierto,
enganchado al narcótico sabor de la eutanasia,
volviendo a ver esas imágenes una y otra vez,
construyen un cuadro tan atrayente,
que puedes revolcarte en el placer y el dolor simultáneamente.
Pero nada de esto tiene sentido si no hay público
y tú eres demasiado cobarde para pasar a la acción.

Duerme, niño, duerme,
yo vigilaré tu sueño,
tomaré el control,
te concederé todo lo que deseas:
sangre, entrañas, polución,
la destrucción de nuevos mundos
sustituyéndolos por otros en los que el placer no tenga límites.

Cogí a aquella muñeca,
pasado desesperado en soledad.
Ella tampoco era capaz de controlar sus recuerdos
y me dijo que le gustaba cortarse la piel.
Empezamos el ritual,
los santos lloraban excrementos
y yo acariciaba su cara con aquella cuchilla.
Sabía que Dios no me pondría límites
si conseguía destruir algo tan hermoso.
Entonces, lo tuve claro,
bebí su sangre y nos besamos,
hicimos el amor
hasta que nos explotaron las venas.
Entonces despertaste
y te convenciste a ti mismo
de que nada más había sido un sueño.

Volviendo a tu vida,
a tu dieta de alcohol y medicación,
once cápsulas,
el polvo subiendo por tu nariz,
invadiendo tu cerebro,
otorgándome el control.
Quieres volver a dormirte
pero te da miedo hacerlo.
Pones la música al máximo,
pero es sólo sonido de fondo
cuando yo te grito al oído.

Y llegas a la conclusión de que estás solo y asustando,
de que nadie va a venir a salvarte.
Sabes que volverán a ocurrir cosas horribles
y sólo tienes tres opciones:
verdugo, víctima o ambas cosas.
Te faltará valor para hacerlo solo.
Te harás cortes en los muslos,
buscando una mínima concentración,
algo que te haga olvidarme.
Pero es tarde ya,
seres mitológicos nos han santiguado con su bendito esperma.
Tomaron aquella decisión por ti.
Siempre estarás solo y asustando,
pero descuida, yo estaré siempre por aquí,
dispuesto a tomar el control
y, por mucho que pase,
puedes contar conmigo,
siempre dispuesto a redimirte
cometiendo por ti todos los pecados innombrables
y necesarios para sanar tu alma enferma de horror.


Cuchillas Cuchillas

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Sombras Destructor de entrañas, Personalidad Disociada, Sangre, Trastorno Obsesivo Compulsivo

Para leer en el transcurso de un suicidio

2019-10-23

Para leer en el transcurso de un suicidio.


Cuando te fuiste sin contarme nada de lo que había pasado, pensé que lo mejor sería dejar de pensar. Aceptarlo, sin más y seguir adelante con la ayuda de mi medicación. La que me recetan y la que consigo yo por mis propios medios. Aunque es imposible olvidar, no lo es evitar que el recuerdo te duela. En el fondo, somos pura química.

Desapareciste, negándome cualquier posibilidad de salvación, dejándome plantado en el invierno de la noche eterna, aquél del que una vez me rescataste. Desapareciste antes de leer mi carta, aquella en la que te abría mi corazón, explicándote que antes de ti no encontraba sentido a mi vida y tampoco se la encontraba a la de los demás.

Sin embargo, conseguiste pintar puntos rojos en el gris de mi nihilismo. Porque a través de tus ojos todo se veía diferente. Podría decirse que era gracias a ti que crecían flores en este planeta. Llegamos a pensar que nuestras insignificantes vidas dentro de este enorme universo significaban algo por fin. Pero no era así.

Primero vinieron las bromas por tu retraso y después los nervios por la constatación de un accidente. No lo deseamos, lo sé, pero yo lo quise con todas mis fuerzas. Aún existiendo la incógnita acerca de mis posibilidades, lo hubiera apostado todo por aquella personita. ¿Sabes cuántas veces imaginé sus abrazos? ¿Sus manitas diminutas tocando mi cara?

Tu aborto confirmó mis peores temores. No sólo yo pensaba que era perjudicial para todo lo que atraviesa mi campo visual sino que tú también lo hacías. A diferencia de mí, tú siempre supiste que toda esta felicidad fingida tenía fecha de caducidad.

Ahora me empeño en desaparecer pero no consigo hacerlo. Sé que sólo tengo que dar un paso adelante. Todo se ha acabado varias veces ya en mi interior. Pero sigo inmóvil.

Paradójicamente, parezco haber sufrido un ahíto de ganas de vivir después de haber perdido toda esperanza.

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Un gran porvenir

2019-06-11

Un gran porvenir

Mi madre se casó muy ilusionada.
Todas las mujeres consideraban
que mi padre era un hombre bastante guapo
con un gran porvenir.
Pero, lo que más le importaba a ella,
era toda la retahíla de atenciones que le dispensaba.
Con él nunca estaría sola.

Pasaron los años, entre medias yo nací,
mi padre pasaba cada vez menos tiempo en casa.
Normalmente no salía del bar hasta que el camarero,
cada día de manera un poco menos educada,
le instaba a hacerlo aunque no quisiera.

Echaba la culpa de todos sus problemas a la crisis industrial
pero yo podía sentir la vergüenza que sentía
las pocas veces que se animaba a dedicarme temerosas muestras de cariño
para compensar el color gris de nuestras paredes.

Después empezaron las explosiones de violencia,
y lo que debió ser una niñez plena de recuerdos felices
se vio alterado por el llanto de una madre,
que diazepam tras diazepam, había olvidado sus desvaríos
aferrándose a los barrotes del cabezal de la cama.

Miraba a los otros niños desde un pupitre de la última fila.
La profesora me miraba con desprecio desde la pizarra.
Mis compañeros siempre se percataban de mi presencia
cuando necesitaban alguien con quien meterse
y no para jugar al fútbol,
escogiéndome siempre al final, de mala gana,
cuando había que organizar los equipos para un partido.

En fin, sólo me hallaba feliz dentro de mi mundo,
cuando imaginaba que tenía alas y podía volar
o una espada con la que cortar las cabezas de todos mis enemigos.

Aquellas imágenes me acompañaron desde que tengo memoria,
fueron ellas y la literatura los únicos lugares en que me sentí importante,
pero siempre estaba ahí la realidad dispuesta a sacarme de mis ensoñaciones.

Y con el tiempo aprendí, observando a los animales que me rodeaban
que uno sólo puede llegar a realizarse revolcándose en el dolor ajeno.

En el instituto me reinventé, era aquel chico triste y solitario
que se había comprado una chaqueta negra
con la palabra odio escrita en la espalda.
Yo me regodeaba en mi interior,
cada vez más, gracias al dulce humo de la marihuana
y a aquella música que potenciaba mis sueños
que, día tras día, se teñían color rojo, odio y rencor.

Nadie se preocupó nunca de los secretos
que se ocultaban detrás de mi mirada
hasta que llegaste tú,
preguntándome por aquellos poemas
que escribía en aquella libreta negra.

Te gustaban aunque nunca llegaras a comprenderlos del todo,
te parecían crueles y cercanos al trastorno mental
y siempre me regañabas por su oscuridad.

Tú, una persona cuya única preocupación en su niñez
fue la de crecer y ser feliz.

Me consideraste el amigo inofensivo
al que podías contar todos tus secretos.
Y, poco a poco, te dejé entrar en los míos
protagonizar las primeras fantasías
con las que me masturbaba,
donde mi placer se mezclaba con tu dolor.

Y es por eso que ahora te escribo esta carta
mientras estás tirada en alguna parte de ese bosque
donde lo único vivo son los insectos que devorarán tu carne.

Se acabaron las buenas notas
y los ánimos que te dedicaban tus padres,
tan falsamente amables conmigo y tan orgullosos de ti.

Se acabaron las vacaciones de verano,
tus historias acerca de todos aquellos tíos
a los que te entregabas
sólo por sentirte deseada.

Se acabó la universidad,
formar una familia,
trabajar como abogada defendiendo causas perdidas,
tantos y tantos viajes que tenías planeados.

Adiós a un gran porvenir que siempre todos te vaticinaron.

Esta noche hemos viajado al fondo de mi subconsciente
y, gracias a ti, he podido realizar mis deseos más ocultos.

Durante tantos años, he sido yo el guardián de tus secretos.

Por eso te lo debía, esto: ser la silenciosa guardiana de los míos.


Un gran porvenir

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La última fila

2019-06-11

La última fila


Mi padre era alcohólico,
casi siempre estaba ausente.
Excepto cuando nos dedicaba
temerosas muestras de cariño
o excesivas de violencia.

Mi madre se enamoró de él
y se casó muy ilusionada.
Nunca más estaría sola, pensó
hasta que,
diazepam tras diazepam,
olvidó aquel desvarío
dedicando sus pocos momentos de lucidez
a llorar agarrada a los barrotes
del cabezal de la cama.

Los recuerdos felices de mi niñez
siempre acababan de forma terrible.
Era el niño que se sentaba en la última fila
y vivía feliz en su mundo.

Pero siempre había alguien dispuesto a sacarme de él.

En casa o fuera de ella.

Y con el tiempo aprendí, observando a los animales que me rodeaban
que uno sólo puede llegar a realizarse revolcándose en el dolor ajeno.

Nunca saqué muy buenas notas
pero acabé el instituto
entre el humo de la marihuana y
las canciones de los Smiths.

Escribiendo mis propios poemas sobre la mesa.

Un día mi profesora leyó uno de ellos
y vi, por primera aquella mirada.

La que significaba que detrás de aquel chico triste y solitario
se escondía alguien capaz de ser deseado,
porque la intensidad de mis pensamientos
rozaba la enfermedad mental al tiempo
que atraía los gemidos de placer más profundos.

Aquellos que siempre había escuchado en mi mente,
los que van a mezclarse ahora con tu dolor.

Esta noche tu vida acabará, con ella tus anhelos,
Las buenas notas que hacían sentir a tu padre orgullosa,
las vacaciones de verano en una bonita casa en la playa,
todos aquellos novios de una noche a los que te entregabas
como una guarra, sólo suplicando el afecto que te faltaba
y alimentando la sensación de ser deseada que te perdía.

Esta noche la sentirás, yo me encargaré de ello.
Viajaremos al fondo de mi subconsciente
para hacer realidad por fin mis deseos más ocultos.

Siempre te acercaste a mí por considerarme inofensivo,
razón por la que me contaste todos tus secretos.

Hoy seré yo quien te cuente los míos.


 

la última fila

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