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Las vidas alternas

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Las vidas alternas

Etiqueta: Desamor

Nochebuena en soledad

2020-12-26

Nochebuena en soledad


Cuando decidimos no guardar los cambios las palabras desaparecen, pero su significado sigue pesando. Quizá incluso más que antes. Porque, cuando la literatura no puede arreglar la realidad, nada puede hacerlo. Excepto tú, tú sí que podías, convertir la vida en algo perfecto con una sonrisa en una fotografía de tu cara bañada por el sol, o con frases que nunca logré entender y mi cabeza apoyada entre tus piernas mientras me tocabas el pelo con dulzura, hipnotizándome con tu voz, normalmente aguda, entonces ronca.

Nos dormimos en aquel sofá, ajenos a ese incendio que iba a devorar nuestras vidas. La luz del sol oscurece al atardecer. Esa hora en la que intenté escribirte una carta que, por arte de magia, hiciera desaparecer todo el dolor. Pero fui incapaz de despedirme y, al contrario, me limité a enumerarte todos mis reproches, a despreciar tu compañía. A pesar de que lo único que ansío en este momento es que volvamos a estar juntos.

Todo es mentira. Mentira el amor. Estúpidos esos que dicen que no podrían pasar dos meses sin follar o la idea de que sufrir por amor consiste en desollarse la piel, coleccionar heridas profundas que nunca dejarán de escocer en un mar de lágrimas. Mentira que no puedo vivir sin ti, sé que puedo hacerlo, pero la vida se me antoja tan oscura. Oscura y dolorosa, y caprichosa, decidida a recordarme tu ausencia en todo momento.

Me imaginaba que era una roca. Pero supongo que las rocas también se cansan del golpeteo constante de las olas del mar. Envejecen, poco a poco, cansadas de mirar a un horizonte que jamás alcanzarán. El problema es que quizá pensemos que el amor compensa eso. Por eso ahora pienso que mi vida está vacía. Y prefiero odiarte a pensar que antes también lo estaba. No guardar antes de reconocerlo. Aunque las palabras duelan igual.


Nochebuena en soledad

Nochebuena en soledad

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Cuadernos de viaje lunar Desamor

Audrey

2020-07-30

Audrey


Dime audrey
si volveré a ver la luz
que iluminaba tu cara
cuando pensabas en mí.

Dime, mi amor,
que nunca es demasiado tarde,
que sé que nunca fui especial
aunque tú lo pensaras.

Dime que algún día
podrás volver a pensarlo.

Comprende que no pude regresar,
durante mucho tiempo
y que no sé si me dejarán hacerlo.
Pero que esta vez
aunque débil, inseguro,
derrotado y apenas vivo,
estoy decidido a hacerlo.

Vivimos cada vez más cerca del infierno
y no puedo pedirte nada más, lo sé.
Sin embargo, es esta brisa que me acaricia,
pienso, la misma que te acaricia a ti
y es perfecta porque nos abraza a los dos.

Podría prometer muchas cosas,
pero la única verdad es que te necesito,
literalmente, te necesito.
Necesito tu manera de quererme
de odiarme y de despreciarme.
Pero no que me desprecies.

Prométeme, entonces,
que estas líneas no son en vano,
que no son sólo palabras bonitas,
el salvavidas al que se agarra el naufrago.

Prométeme que el mar no está tan sucio,
que volverá a ser transparente,
que podremos volver a navegar uno al lado del otro
en ese barco que no era grande
pero era nuestro.

Prométeme, quizá te pido en vano,
promesas de las cosas que no dependen de ti.
Dime que no necesito
seguir siendo un perro malherido
que muerde a su alrededor todo lo que le importa.
Quieto, agazapado en una esquina,
pensando que son ellos los que no me dejan volver a ti
aunque no haya nadie en esta habitación.

Dime que volveremos al mar,
que nadaremos hasta que se acabe
y que seguiremos nadando entre gritos
en aguas cristalinas.
Prométeme, mientras dejas de llorar,
que no volverás a consentirme
y que, aún así, podremos volver a divertirnos,
bailar sobre el tiempo
siendo inmunes a la idea de que todo tiene un final.


 

Audrey

Amor


Entrada en poémame


Luces, Sombras Amor, Desamor

Ardiendo

2020-03-19

Ardiendo


Días quietos, futuro incierto;
días largos, pluma inquieta,
días sin ti, noches malgastadas.
Y, mientras,
tu ausencia se cuela entre los huecos de las paredes,
no como, no duermo,
sólo escribo, trabajo y trabajo,
pinto con letras paisajes pintados en blanco y negro,
grises como este cielo de cemento.


Ardiendo

Tú te limitas a no estar.
Yo, trabajo y trabajo.
Construyo un palacio de papel
pero tú nunca quisiste reinar
y las paredes están ardiendo.

Y el Antiguo Orden Mundial
da paso a una nueva sociedad
que anhela el amor perdido
entre las cenizas.

Calcinado,
tumbado sobre las brasas
del infierno de nuestros sentimientos,
frustración y deseos incumplidos.


Tahúres zurdos – Arde


Un virus ha invadido la tierra
y, mientras miles mueren,
yo sólo deseo que vuelvas y me contagies.
Pues no tengo miedo a la muerte,
lo único que temo es darme cuenta,
antes de desaparecer,
de que no conservo nada tuyo.


Ardiendo

Y,
en mis paredes blancas
tu rostro
aparece y desaparece
como las caras de Belmez.

Cada vez más difuminado
por mi perspectiva miope
que confunde tu sonrisa,
antes cálida,
ahora extraña y conspiradora.

Extraño es el tiempo
que confunde
mis recuerdos,
como extraña es la persona
que tú eres ahora.


Los enemigos – Claro que arde


Te entregaré mi cuerpo
que no podrás tocar
sin tus guantes.
Te regalaré mi risa
que no podrás escuchar
entre todo este silencio.
Te mandaré bombones
que no te podrás comer
sin infectarte.
Te acercaré mi perfume
que no podrás oler
tras esa mascarilla.


Ardiendo

Los hombres santos rezan a Dios,
le piden que salve a la humanidad,
que detenga esta pandemia,
pero él insiste en no escuchar,
porque nada puede hacer.
El olor a putrefacción no procede del cielo
sino de nuestras almas condenadas.

Ardiendo


Amor

Desamor

Pensamiento críptico


Entrada en poemame (I)

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Luces, Sombras Amor, Desamor, Pensamiento críptico

Para leer en el transcurso de un suicidio

2019-10-23

Para leer en el transcurso de un suicidio.


Cuando te fuiste sin contarme nada de lo que había pasado, pensé que lo mejor sería dejar de pensar. Aceptarlo, sin más y seguir adelante con la ayuda de mi medicación. La que me recetan y la que consigo yo por mis propios medios. Aunque es imposible olvidar, no lo es evitar que el recuerdo te duela. En el fondo, somos pura química.

Desapareciste, negándome cualquier posibilidad de salvación, dejándome plantado en el invierno de la noche eterna, aquél del que una vez me rescataste. Desapareciste antes de leer mi carta, aquella en la que te abría mi corazón, explicándote que antes de ti no encontraba sentido a mi vida y tampoco se la encontraba a la de los demás.

Sin embargo, conseguiste pintar puntos rojos en el gris de mi nihilismo. Porque a través de tus ojos todo se veía diferente. Podría decirse que era gracias a ti que crecían flores en este planeta. Llegamos a pensar que nuestras insignificantes vidas dentro de este enorme universo significaban algo por fin. Pero no era así.

Primero vinieron las bromas por tu retraso y después los nervios por la constatación de un accidente. No lo deseamos, lo sé, pero yo lo quise con todas mis fuerzas. Aún existiendo la incógnita acerca de mis posibilidades, lo hubiera apostado todo por aquella personita. ¿Sabes cuántas veces imaginé sus abrazos? ¿Sus manitas diminutas tocando mi cara?

Tu aborto confirmó mis peores temores. No sólo yo pensaba que era perjudicial para todo lo que atraviesa mi campo visual sino que tú también lo hacías. A diferencia de mí, tú siempre supiste que toda esta felicidad fingida tenía fecha de caducidad.

Ahora me empeño en desaparecer pero no consigo hacerlo. Sé que sólo tengo que dar un paso adelante. Todo se ha acabado varias veces ya en mi interior. Pero sigo inmóvil.

Paradójicamente, parezco haber sufrido un ahíto de ganas de vivir después de haber perdido toda esperanza.

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Una medida de alegría siempre transitoria

2019-10-16

 


Una medida de alegría siempre transitoria

 


Quizá la espera no haya merecido la pena
pero, créeme: no me importa decepcionarte.
Tuve que partir, viajar alrededor
y darme cuenta de que nada importaba,
sólo tu presencia y mi esclavitud.
Aquella que daba un sentido a mi existencia.

Y tantas veces he vomitado bilis contra ti,
tantas noches desnudo en mi habitación.
Sin dejar de sudar, meditando
acerca del oscuro sentido del deseo
que raramente se confunde con felicidad.

Tu existencia era la promesa de tantas cosas
que, al final, se tuvo que imponer el dolor.
Las cuerdas que ataban mis manos
dejaron de sentir el deseo de tocarte.
La nada, habilidosa, imperó en mi mente
y, ahora mismo, suenan en mi cabeza
sirenas anunciando el ataque nuclear
de una superpotencia extranjera.

Me han prometido que destruirán
todos los lugares en los que solía esperarte.
Horas y horas, tiempo perdido
entre breves mensajes que me proporcionaban
una medida de alegría siempre transitoria.
Porque nunca conseguí sentirme
saciado con tus mentiras y tus promesas
indefectiblemente siempre incumplidas.

Y ahora escribo las palabras
que vienen a darme muerte,
y me pregunto si esta vez también
tu objetivo será otra vez el mismo,
el que me ha torturado en los últimos tres años.
Tener tan cerca tu presencia y nunca tenerte.
Mentirme, descifrando tus jeroglíficos
con el único objetivo de obtener
la respuesta equivocada,
aquella en la que al final te encontrabas tú.
Y dejabas de ser un fantasma
para convertirte en la diosa
de todos mis silencios.


Una medida de alegría siempre transitoria

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