Nochebuena en soledad
Cuando decidimos no guardar los cambios las palabras desaparecen, pero su significado sigue pesando. Quizá incluso más que antes. Porque, cuando la literatura no puede arreglar la realidad, nada puede hacerlo. Excepto tú, tú sí que podías, convertir la vida en algo perfecto con una sonrisa en una fotografía de tu cara bañada por el sol, o con frases que nunca logré entender y mi cabeza apoyada entre tus piernas mientras me tocabas el pelo con dulzura, hipnotizándome con tu voz, normalmente aguda, entonces ronca.
Nos dormimos en aquel sofá, ajenos a ese incendio que iba a devorar nuestras vidas. La luz del sol oscurece al atardecer. Esa hora en la que intenté escribirte una carta que, por arte de magia, hiciera desaparecer todo el dolor. Pero fui incapaz de despedirme y, al contrario, me limité a enumerarte todos mis reproches, a despreciar tu compañía. A pesar de que lo único que ansío en este momento es que volvamos a estar juntos.
Todo es mentira. Mentira el amor. Estúpidos esos que dicen que no podrían pasar dos meses sin follar o la idea de que sufrir por amor consiste en desollarse la piel, coleccionar heridas profundas que nunca dejarán de escocer en un mar de lágrimas. Mentira que no puedo vivir sin ti, sé que puedo hacerlo, pero la vida se me antoja tan oscura. Oscura y dolorosa, y caprichosa, decidida a recordarme tu ausencia en todo momento.
Me imaginaba que era una roca. Pero supongo que las rocas también se cansan del golpeteo constante de las olas del mar. Envejecen, poco a poco, cansadas de mirar a un horizonte que jamás alcanzarán. El problema es que quizá pensemos que el amor compensa eso. Por eso ahora pienso que mi vida está vacía. Y prefiero odiarte a pensar que antes también lo estaba. No guardar antes de reconocerlo. Aunque las palabras duelan igual.
Nochebuena en soledad
