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Etiqueta: D. H. Lawrence

La utopía destructiva

2018-10-05

Utopía: La humanidad que merece su destrucción

Siempre fui más de la opinión de D.H. Lawrence. Debemos continuar, por muchos cielos que se hayan derrumbado. Es el único sentido que le encuentro a la existencia. La supervivencia sobreponiéndose a una miriada de catástrofes cotidianas, de precisos momentos en los que todo cambió.

Y, sin embargo, a pesar de mi convencimiento, no puedo evitar, a veces, sentirme contagiado del virus posiblemente más dañino de la existencia humana. Me posee, me provoca grandes fiebres, mañanas de mantas y noches de euforia. Estimula mi inspiración y, como una musa maligna, escribe por mí esos textos que suenan tan bien. Aquellos de los que, en el fondo, no estoy especialmente orgulloso. Porque confunden realidad e imaginación.

La utopía. Corre por mis venas como las corrientes sucias y pestilentes que arrasan las calles en una inundación. Me convence de que puedo articular un discurso claro, razonable y consecuente. El discurso que cambiará tu manera de pensar. Que se propagará por la red, será traducido a todos los idiomas que existen y nos hará a todos un poco más felices.

Conseguiré crear una nueva existencia en la que ya nadie sentirá la necesidad de sufrir.

 

La utopía

 

El término fue acuñado por Tomás Moro. En su libro se refería a una isla creada por el rey Utopo, cuya organización se caracterizaba por tres principios fundamentales: la racionalidad, la uniformidad y un sistema de gobierno basado en la gerontocracia y el patriarcado.

Como se suele decir, Tomás Moro fue un producto de su época y los detalles con los que describió esta isla no son otra cosa que un reflejo de su visión de los problemas de la sociedad. Pero a mí lo que más me llama la atención es la uniformidad: todas las ciudades tenían prácticamente la misma extensión, todas las casas eran iguales, así como el perfil de los líderes: hombres de una cierta edad.

Esta uniformidad era la base de todo. Por mucho que existieran esquemas políticos que evitaran la tiranía y el gobierno estimulase la libertad de culto y el respeto a las diferentes corrientes de pensamiento e incentivase la sensibilidad artística entre sus ciudadanos, la uniformidad es el dogma. Unas mismas condiciones para todos los ciudadanos (excepto para las mujeres, claro está) constituirían el ingrediente principal de la fórmula de la felicidad.

Más allá de la visión de Tomás Moro, el concepto de la utopía ha ido evolucionando y alimentando los grandes movimientos por la liberación humana, como pueden ser el comunismo, el anarquismo, los nacionalismos o el feminismo. La mayoría de estos movimientos a pesar de sus posibles sinergias o convergencias han establecido un marco único en el que se daría dicha liberación. En el comunismo se trataba de la dictadura del proletariado, en el anarquismo de la abolición del estado, las leyes y la propiedad, en el caso del nacionalismo la aplicación sin límites del derecho de autodeterminación y, en el del feminismo, la consecución de una igualdad real entre hombres y mujeres que superase las diferencias de género.

Dejando de un lado el feminismo, provisto de tantas corrientes que hacen que resulte muy difícil establecer un único escenario final. El resto de movimientos propugnan siempre una necesidad, lo que Bakunin llamó en su momento la “educación de las clases populares”. Los nacionalistas en su caso hablarán de la “construcción nacional”. En definitiva se refieren no a otra cosa que la necesidad de una élite que muestre el camino al pueblo.

Y los elementos del mismo que expongan opiniones diferentes estarán alienados o serán llamados traidores, o simplemente, como sucede en muchos nacionalismos, radicales o moderados, se les negará su condición de pertenencia a la comunidad.

Algún cínico podría decir que el odio es el precio que tenemos que pagar por la consecución de la felicidad.

 

La utopía neoliberal y el fin de la historia

 

El caso es que todos estos movimientos propugnan esquemas en principio cerrados en los que tendrá lugar dicha liberación. Porque incluso el neoliberalismo fue definido por Pierre Bourdieu como una utopía en vías de realización, señalando que dicho sistema, abrazado como un dogma por organizaciones como el FMI, el Banco Mundial o la OMC no es otra cosa que “una pura ficción matemática fundada, desde su origen, sobre una formidable abstracción, que, en nombre de una concepción tan estrecha como estricta de la racionalidad, identificada con la racionalidad individual, consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales respecto a las normas racionales y de las estructuras económicas y sociales, que son la condición de su ejercicio”. Más allá del engaño intencionado que esconde este dogma, en él se representa de nuevo la idea utópica de que una organización basada en normas racionales podría ser aplicable a cualquier contexto o lugar.

El triunfo de esta visión del mundo viene garantizado por contar entre sus fieles seguidores con los poseedores de “todas las fuerzas de un mundo de relaciones de fuerza” y sicarios en las instituciones políticas dedicados solamente a crear las condiciones necesarias para que este sistema sea posible. Y, es por eso, que en el contexto de la caída del Muro de Berlín y del fin de la utopía soviética, surge un ensayo como “El fin de la historia” de Francis Fukuyama que, a pesar su evidente etnocentrismo y falta de rigor consigue una publicidad inaudita sólo por afirmar que la útopía ya se ha cumplido, porque el sistema capitalista ha vencido al no quedar ya sobre el tablero ningún competidor que pueda hacerle sombra. Con lo que concluye que la historia ha terminado.

Pero el neoliberalismo sigue aludiendo a un futuro en que, gracias al libre comercio, conseguiremos un crecimiento sin fin, ignorando las contradicciones que se producen en su interior y la violencia inherente al propio sistema, ejercida constantemente contra las clases populares más desfavorecidas que son las principales perjudicadas cuando se produce algún desajuste en un sistema ya de por sí basado en la desigualdad.

 

El carácter destructivo

 

Pero si definimos la historia como la consecución de la utopía me temo que ésta nunca llegaría a su fin. El Ángel de la historia, como lo definía Walter Benjamin era sólo el testigo paralizado de una serie de catástrofes que se sucedían una tras otra. Incapaz de deshacer lo hecho, de detener las injusticias o de dar la voz a los más desfavorecidos.

También es interesante la redefinición que hizo el autor del concepto de utopía o, más concretamente, interpreto yo la reflexión acerca de su inutilidad. No se trata de crear una sociedad perfecta, sino de la destrucción de todo aquello que provoca las injusticias o la insatisfacción entre las clases más oprimidas. En palabras del propio autor: “Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen”. Porque no importa tanto lo que venga después como la destrucción en sí, porque: “destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se encuentra. A esta imagen apolínea del destructivo nos lleva por de pronto el atisbo de lo muchísimo que se simplifica el mundo si se comprueba hasta qué punto merece la pena su destrucción”. El autor coloca la destrucción en el núcleo central de su discurso. Nuestra necesidad de destruir aquellas estructuras que nos oprimen y no nos dejan respirar. La necesidad de combatir y erradicar las injusticias. Sin otro propósito concreto más allá de darnos la oportunidad de poder caminar entre las ruinas de lo existente, entre las que será posible hallar caminos por todas partes.

 

La confusión siniestra

 

Fukuyama tenía razón en una cosa: hoy en día no existe ningún sistema o ideología que aglutine por sí solo la fuerza suficiente como para hacer sombra al capitalismo. La izquierda se ha dividido en infinidad de movimientos a veces incompatibles entre sí. Por ejemplo, los movimientos ecologistas o antibelicistas pueden chocar con grandes partidos de izquierda preocupados de mantener los puestos de trabajo en ciertos sectores. Un ejemplo claro de ello es Cádiz, donde la producción de armamento militar para países con regímenes crueles y totalitarios se ha convertido en el principal medio de subsistencia de gran parte de la población.

La izquierda se enfrenta cada vez más a decisiones fatales en las que ha de escoger entre abandonar a su base social y traicionar sus ideales. Por otro lado, se le han ido pegando vicios de la derecha basados en la negación de la realidad, donde no se mira la realidad tal cual sino tal cual querríamos que fuera, negándose a legislar en temas como la prostitución que sigue siendo objeto de debate, incluso dentro del feminismo.

Mientras la derecha se dedica a buscar enemigos o promocionar teorías más o menos estrafalarias como las de Pinker o puramente reaccionarias como las de Sartori, recientemente fallecido, la izquierda se pierde en los detalles incapaz como es de ofrecer una alternativa o un nuevo modelo de sociedad.

Quizá sea mejor. Que el debate se centre en las decisiones concretas. En los problemas que afectan a la población. Porque lo cierto, es que en una sociedad de clases endeudadas pero aun así razonablemente acomodadas, resulta imposible plantear una ruptura con el régimen actual.

 

El fin de la historia

 

El debate se ha vuelto confuso. Los movimientos son cada vez más, sustituidos por una marea de opiniones. Las redes sociales han cobrado vida propia y empieza a ganar importancia no la realidad en sí, sino los sentimientos, nuestra idea de cómo debería ser. Y por eso sólo consumimos las opiniones que apuntalan nuestra manera de pensar, independientemente de su veracidad. Porque la realidad, el verdadero sufrimiento han dejado de importar. Ahora sólo importa justificar a los nuestros.

La utopía sigue existiendo. A ratos. Guardando las formas. Hoy ningún líder político saldrá a decirnos que otro mundo es posible. Por lo menos no nos lo dirá en serio. Las nuevas repúblicas son sólo duran segundos. Las personas están cada vez más polarizadas, pero también aisladas. Los problemas se resolverán en un futuro.

Pero el problema sigue ahí. El odio. Al traidor. Al diferente. No nos importa cómo se sienta la persona que hay delante. Ni sus motivos. Ese rencor crece y crece. Se busca un enemigo y uno de los bandos debe ganar. Se cebará sobre su oponente. Vendrán catástrofes futuras.

Y el ángel de la historia sigue observando, impertérrito, como los imperios se levantan y después caen, como la guerra lo convierte todo en ruinas.

Y a la humanidad sólo le queda la opción de seguir adelante, por muchos cielos que se hayan derrumbado.

utopía

Manifiesto Angelus Novus, Bárbara Ayuso, Carácter Destructivo, D. H. Lawrence, Destructor de mundos, Feminismo, Francis Fukuyama, Giovanni Sartori, Mijail Bakunin, Pierre Bourdieu, Steven Pinker, Tomás Moro, Utopía, Walter Benjamin

Palabras sin voz

2
2018-04-12

Palabras sin voz

“Que la realidad es triste, y que los libros, hasta los más duros, la embellecen”
Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista

Palabras sin voz

Los textos banales. La cotidianidad. Aquellos que sus profesores de literatura en el instituto comentaban con un entusiasmo nada contagioso. La descripción pormenorizada de la mujer amada, los sitios abandonados, los Campos de Castilla o las narices superlativas. Lecturas que no eran épicas, que estábamos seguros de que nunca nos podrían cambiar, viejos que miraban al mar sin la esperanza de encontrar una isla del tesoro, santos inocentes que nunca visitarían nuevos planetas o amantes rudos como el de Lady Chatterley.

De niño supongo que muchos querían ser como D’Artagnan. Lo cierto es que yo prefería la profunda melancolía de Athos. Soñaba con enamorarme de una mujer como Milady de Winter, y lo hice: de sus encantos y de sus oscuras artimañas. Leí su historia tumbado en la cama, despreciando el sueño, buscando desesperadamente una nueva línea, batiendo mi récord de páginas.

El blanco y negro de La Ley de la Calle me aburría tanto como la voz melosa de Mickey Rourke. En Rebeldes había un rescate, una gran pelea donde se diluían la decepción y las aspiraciones de los protagonistas. Había realismo, sí, pero se disfrazaba de grandilocuencia, como también lo disfrazaba Monseñor Escrivá de Balaguer en El Camino, sean sinceros, no nieguen que estas líneas animarían a cualquiera a entregar su vida a Dios: “Voluntad. —Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas —que nunca son futilidades, ni naderías— fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!…, que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio”.

Monseñor habla de despreciar la cotidianidad, los pequeños placeres, buscar la trascendencia, abrazar la fantasía con la misma determinación con la que lo hacíamos cuando éramos niños. Siempre hemos despreciado el realismo, con la misma intensidad con la que odiamos nuestras limitaciones, porque creemos que la vida no debería ser una repetición en plano fijo. Los enamorados deben serlo hasta la muerte, como Romeo y Julieta, como Athos y Milady, teñidos en tragedia.


Palabras sin voz

Insistimos en que el amor es la fuerza irrefrenable que mueve el mundo, pero no se engañen, eso no nos convence, porque muchas veces nuestras decisiones dicen lo contrario, y dejarse llevar por una pasión incontrolada suele ser una buena excusa para arruinarnos la vida. En el cine americano siempre pasan cosas, en los funerales siempre hay alguien que da un discurso exhortando a los asistentes a derramar ríos de lágrimas o alguien que les recuerda que siguen vivos y que han de vivir la vida con gran intensidad, como contagiados por un hechizo de locura, otra fuerza irrefrenable que les lleva a adquirir incluso responsabilidades penales.

Por eso solemos despreciar a los realistas. No nos sumergimos en las páginas de un libro ni entramos en una sala de cine para ver lo mismo que vemos todos los días. Un funeral en que pocos lloran en silencio y muchos conversan acerca de cosas cotidianas, en el que vuelven a casa pensando en la jornada laboral del día siguiente, en los sueños que el difunto ya no podría realizar o en mejorar su dieta porque él era muy joven para que le diera un infarto. Permítanme decirlo de manera clara: No mola en absoluto.

Sin embargo, acabamos llegando un punto en que nos damos cuenta de las cosas a las que damos verdadero valor. Y aunque a veces se salgan de la rutina otras están perfectamente insertadas en ella.

Cuando visitamos a tu abuela en el hospital, aquel sitio no era gran cosa, una habitación sin ventanas y mínima luz artificial. Le había dado una embolia, no estaba para darnos discursos acerca de lo fugaz que es la vida, ni para revelarnos ningún terrible secreto. Sólo se expresaba con la mirada, pude ver en sus ojos incomprensión y el miedo al final trágico para el que nunca estamos preparados. Y tú no le soltaste ningún discurso, ni le dijiste cuanto le querías, sólo le acariciaste con suavidad, le sonreíste y le arropaste. No te tumbaste junto a ella, no derramaste toda tu sal en su almohada. Sólo le hablabas con una dulzura que no necesitaba ser acompañada de ninguna música que la resaltara.

Y cuando le temblaba el labio te diste la vuelta o con tus ojos húmedos y una voz menos decidida me preguntaste: “No se morirá ahora, ¿no?” y yo sentí la fragilidad de siglos y siglos de literatura.

Y supe que nunca más me querría separar de ti.

Después volvimos al coche. En el camino hablamos de cosas triviales. Preparamos la cena y vimos algo en la televisión para despejarnos un poco. Nunca hablamos de ese momento, no es una anécdota que nos venga a la cabeza para compartir con las visitas. Y no es que sea desagradable, no es que no sea especial o trascendente. Es simplemente que, a pesar de su importancia, nunca hemos creído que sea una historia que vaya a enganchar a nuestro público.

Palabras sin voz



  • Por si decides volver (I): Te odio, te necesito (versión alterna)
  • Todo a la vez en todas partes (Dan Kwan, Daniel Scheinert, Daniels, 2022)
  • Restos desordenados de una personalidad traumática
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  • Chris Hemsworth detiene su carrera al descubrir que tiene un riesgo elevado de desarrollar Alzheimer

Cuadernos de viaje lunar


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Palabras sin voz

Cuadernos de viaje lunar Alejandro Dumas, Anna Colom, Athos, Bernardo Atxaga, D. H. Lawrence, D'Artagnan, Francis Ford Coppola, Lady Chatterley, Mickey Rourke, Milady de Winter, Paul Klee, Romeo y Julieta, William Shakespeare

Habitaciones blancas

2018-02-27

Habitaciones blancas.

Desperté en habitaciones blancas,
paredes blancas,
sábanas blancas,
luz fría
y tormenta en el exterior.

Hoy no estás
y no sé si volveremos a vernos.
Si nos atreveremos a enfrentarnos a la tormenta
o si ella, quizá acabe devorándolo todo.

Sólo tu presencia me calmaría ahora,
sólo tu voz asusta a los rayos y los truenos,
sólo tus abrazos me curan,
sólo tus labios me hacen sentir,
tantas cosas.

Vuelves a hacerme sentir inseguro,
como cuando era un adolescente.

Vuelves a hacerme recordar
los portales oscuros,
los abrazos
y los besos robados.

Rozas mi chaqueta,
me dices que esté tranquilo,
sólo somos dos personas,
dos que pasean,
siempre haciendo el mismo recorrido,
que toman café,
visitan mercadillos
y ven películas en el cine.

Somos dos personas,
unidas,
quizá podríamos hacer tres o cuatro
y no siempre nos mostramos lo mejor de cada uno.


Habitaciones blancas

Somos palabras sobre fondo blanco,
cenas y ritos cotidianos,
de incierto futuro,
trastornados,
ilusiones nunca vanas,
destructores de mundos,
justicia imaginada,
ansiedad descontrolada,
música pegadiza,
tardes de nada,
habitaciones llenas,
tacto en un sofá,
risas desenlatadas,
no desencantadas,
cadáveres valientes
o actos cobardes,
resiliencia o fin del mundo,
tormenta o calma,
magdalenas con pepitas de chocolate o agua de mar embotellada,
confusión o claridad.

Soy el amante de Lady Chatterley y su marido impedido,
celebro homenajes en tu honor y escupo sobre la tumba de aquellos antepasados
que tanto nos perturban,
y a veces decido olvidarte,
porque las noches me derrumban
y ya no necesito tu sonrisa,
y puedo sentirme triste,
y sentirme libre de ti,
y necesitarte.

Necesitar tu calor cuando el sudor empapa mi cuerpo
y siento frío al soplar el viento de la mañana.
Eres el rayo de sol que no sé si llegará a quemarme,
eres la redención de millones de cielos que optaron por derrumbarse,
eres la ausencia que desespera,
las palabras que nunca llegan,
mi ilusión matutina,
y mi malyor pesadilla

Eres tan dulce.

¿Por qué no quieres aparecer en mis sueños?



Habitaciones blancas

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Poesía, Verso libre Boris Vian, D. H. Lawrence, Dizzy Gillespie, Rigoberta Bandini, Sonny Rollins, Sonny Stitt, Verso libre

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