Midsommar es una película de horror que convierte lo insólito en cotidiano. Se cuece a fuego lento para acabar en un incendio, después de una sucesión de imágenes construidas bajo un prisma diferente donde no se muestra al espectador lo obvio, lo que está ocurriendo, mientras construye un escenario donde todo puede pasar.
Crea una constante sensación de peligro en un mar de calma cuyas aguas se vuelven a veces turbulentas y teñidas de sangre. Mientras tanto, entre impacto e impacto, nada. Tranquilidad, seres cocinando y tomando el sol de noche, en el solsticio de verano, en los límites de nuestro mundo. La naturaleza en todo su esplendor. Gente vestida de blanco repitiendo rituales sin prisa, donde nadie se sienta hasta que llega el momento preciso y nadie come hasta que empieza a hacerlo quien tiene que empezar. Aunque nunca sepamos quién es ni por qué le han escogido.
Midsommar
Ari Aster construye su holocausto caníbal desde una perspectiva totalmente opuesta. No se trata de los occidentales que se encuentran con una comunidad salvaje que se rebela contra el estado sino de una comunidad de gente culta, nacida en Suecia, summum de la civilización occidental, donde los asesinos no odian ni pretenden dar una lección al turista del primer mundo, sólo siguen un sencillo ritual que tiene todo el sentido en su interior.
Sólo es un oso. Sólo son drogas que te hacen perder el sentido de la realidad. El coito como un ritual aceptado y escoltado por toda una comunidad que mira y participa de manera activa. Pequeños toques numinosos que nos indican que lo que está pasando es cierto, nada más que lo que tiene que pasar, la naturaleza sigue su curso. El suicidio como ritual familiar. La vida y la muerte supeditadas a un ritual macabro. Sacrificio que se entrega al sol de la medianoche.
Midsommar
No hay porno de torturas ni escenas no aptas para estómagos sensibles. Porque estamos ante un director que sabe que estamos de vuelta de todo. Yo todavía no, pero empiezan a surgir las generaciones que se han criado en Internet, una herramienta que nos brinda a acceder a todo tipo de imágenes, por macabras que sean, y desincentiva nuestra imaginación. Todo lo contrario que esta película en la que una casi eterna luz del día esconde terribles secretos que sólo podemos recrear en nuestra mente porque nunca sabremos lo que ha pasado exactamente. Porque lo más importante es lo que no se muestra.
Lo mejor: Florence Pugh. Lo peor: La forma en que se plantea la relación entre la pareja protagonistas.
Arrebato intimida. No sé si por su estigma de película maldita*. Quizá porque no es bueno ir acumulando tanta información sobre algo que no has llegado a experimentar por ti mismo. Porque Arrebato no es una película; es una experiencia. Mejor o peor, eso ya queda al criterio de cada uno, pero es innegable que se trata de algo diferente a lo demás. Nunca habrás visto o verás nada parecido.
Eso puede decepcionar mucho o cambiarte para siempre. Supongo que era eso lo que realmente me intimidaba. Puedo decir que me fascinaba antes de verla, pero después empezó a fascinarme mil veces más.
Es difícil definir las sensaciones que Arrebato provoca. Lo primero que puedo decir es que, a pesar de estar completamente integrada en la época en que se rodó** ha conseguido convertirse en un relato universal asimilable desde un gran número de perspectivas.
No me canso de verla. Cada vez surge un nuevo detalle, algo que me sorprende o una nueva interpretación. Todas sus escenas están dotadas de un aura especial, aportando valor a su mensaje sin duda críptico. Creo que Iván Zulueta pretendía explicarnos algo, imposible de captar a través de una historia más convencional, que tiene que ver con la fascinación, el paso del tiempo y el precio que nos obligan a pagar nuestras obsesiones y adicciones.
Arrebato es una metáfora del paso del tiempo a través del lenguaje cinematográfico. A través de dos personajes, Eusebio Poncela y Will Moore, directores cinematográficos ambos, aunque con concepciones muy diferentes, nos muestra su obsesión por las imágenes como una vuelta a la infancia, donde nos maravillamos por cada nuevo descubrimiento sin ser perfectamente conscientes del paso del tiempo. De que la vida, como una película, tiene una duración determinada y no podemos desprendernos de la entrega que nos exige por muy conscientes que seamos de que se acerca el final.
Esto estaría plasmado, en mi opinión, en los fotogramas que van desapareciendo y convirtiéndose en manchas de sangre. Los personajes no pueden dejar de grabarse y comprobar esas grabaciones, aún siendo conscientes de que, cuando más se graben más cerca estarán del final.
Y esto nos lleva a una segunda interpretación relacionada con el consumo de heroína. En que la cámara se convierte en un vampiro que contamina su sangre. Las imágenes podrían ser la sensación que la droga provoca en los personajes, la manera en les van alejando de la realidad hasta el punto que acaban desapareciendo dentro de ellas.
Pero más allá de esas interpretaciones, pudiendo haber muchas más siendo válida cualquiera de ellas. Arrebato es la historia de una obsesión. De una insatisfacción profunda provocada por la existencia que lleva a sus protagonistas y a su director a sumergirse en algo, ya sean recuerdos o sustancias, que les aleja cada vez más de la realidad sin que haya nada en sus vidas que les empuje a volver a ella.
Quizá Arrebato no fuera más que un grito de socorro de su director o quizá sólo la rodó porque le ayudaría a entender algo que nunca podría entender con palabras, no lo sé. Lo único que puedo decir es que a mí me vuelve a atrapar una y otra vez, y sus escenas ya han pasado a formar parte de mi mente.
* Hay infinidad de información en Internet a este respecto centrándose en los múltiples problemas acaecidos durante el rodaje, las pésimas críticas en el momento de su estreno y la manera abierta en que se trata el tema de la heroína a lo largo del filme. En mi caso fue una película a la que intenté acceder durante años, pero era imposible alquilarla o comprarla en ningún sitio, por lo que tuve que esperar a su estreno en TVE, muchísimos años después de su estreno para poder verla.
** Se puede decir que Ivan Zulueta fue uno de los fundadores de aquello que se vino a llamar la movida. La estética que aparece en la película ha sido imitada hasta la saciedad y ha quedado integrada en los primeros filmes de Pedro Almodóvar o en vídeos como el Embrujada de Tino Casal, que según algunas leyendas fue dirigido por el propio Zulueta.
Si le gusta el cine, si le gusta de verdad, estoy seguro de que sin duda sabe quién es Paul Thomas Anderson. No necesitará ninguno de esos instructivos artículos que se han puesto tan de moda, del tipo Diez cosas que (quizá) no sabías de Paul Thomas Anderson o Te vamos a contar un secreto sobre Paul Thomas Anderson que (seguramente) te dejará helado. Y, por supuesto, podrá saltarse varios párrafos de esta crítica ya que no le aportarán lo más mínimo. Me disculpo por adelantado, en mi defensa sólo puedo decir que el redactor jefe de este blog da demasiada importancia a eso de ubicar al lector, y además es un tirano. Me temo por tanto que tendrá que recorrer todavía varias estaciones antes de llegar a El Hilo Invisible.
Tras un debut sin duda estimable, Paul Thomas Anderson pasaría a ser mundialmente conocido gracias a Boogie Nights. Película que sin duda se adaptaba muy bien a aquello que en los noventa se consideraba innovador. Deudora del estilo de todos esos grandes directores a los que ahora se agrupa bajo la etiqueta New Hollywood, recuperaba a otrora una gran estrella en horas bajas (Burt Reynolds), abusaba de movimientos de cámara al más puro estilo Casino o Uno de los Nuestros, trataba un tema quizá transgresor como la industria del porno, incluso colaboraba en ella alguna de las estrellas más rutilantes del sector, y contaba asimismo con la presencia de Julianne Moore, actriz de la que, si de verdad le gusta el cine, seguramente esté enamorado (no se preocupe, le guardaré el secreto).
Debo decir, sin embargo, que aquella película, a pesar de contener escenas por las que siempre daré gracias a Dios me resultó un pelín larga e insulsa como, dicho sea de paso, viene siendo tradición en la mayoría de películas comerciales decididas a introducirse en el mundo del porno.
Después de Boogie Nights vino Magnolia, una de esas películas que salen en artículos del tipo Las cien películas que deberías ver antes de morir, o aquellos otros del tipo Grandes películas que (quizá) no conozcas. Para no alargarme sólo diré que es miel y que esta escena es magistral, como también lo son ésta y ésta. Paul Thomas Anderson disipaba cualquier duda acerca de su talento y demostraba tener el valor necesario para rodar escenas que quizás algunos pudieran considerar, ejem, en exceso arriesgadas (o no).
El hilo invisible
Con Magnolia se cerró el siglo XX y el XXI no empezó hasta el estreno de There Will Be Blood, película imprescindible en todas las listas del tipo Los críticos dicen que estas son las mejores películas del nuevo milenio ¿estás de acuerdo?
Años después, de una nueva colaboración con Daniel Day Lewis surge Phantom Thread (El Hilo Invisible). He suplicado durante semanas a mi redactor jefe que me dejara escribir una crítica sobre esta película, de verdad, nuestro blog no debería limitarse a la pseudoliteratura, existen otros placeres que también alimentan nuestras almas. Creo que es, aludiendo al tópico una de esas películas de las que sales del cine quizá no siendo otra persona, pero sí sintiéndote diferente. Hablaré de ella, por supuesto, pero el tirano insiste en que siga ubicándoles.
Para mí, serían estas tres sus mejores películas, sin embargo, debo decir que el cine de Paul Thomas Anderson, guste o no, siempre merece una especial atención. Si dirige alguna película hay que ir a verla, así de simple.
Y vayamos a lo que nos ocupa. Podría ir a ver El Hilo Invisible cada día hasta que la quiten de la cartelera sin temor a equivocarme. Es una película de factura clásica y contenido transgresor, en la que cada escena se abre a infinidad de interpretaciones.
(Antes de empezar a hablar permítanme OTRA pequeña digresión: No sé lo que escribiré a partir de ahora cuando me centre en la película, pero debo advertirles que este blog es indiferente a los SPOILERS. Si siguen leyendo ésta o cualquier otra crítica literaria o cinematográfica futura lo harán bajo su propia responsabilidad).
Si pertenecen a ese grupo de personas a las que les encanta llorar en el cine, discúlpenme, pero ésta no es su película. Es una historia de amor, sí, y quizá una de las más tristes jamás contadas, pero estamos ante una película de Paul Thomas Anderson y no tras el efectismo estudiado de otros directores como Juan José Campanella (al que no menosprecio, pero es lo que hay).
Dicho esto, la película me decepcionó en sus primero minutos. Observaba aquellos vestidos, aquellos salones, aquellos paisajes, y pensaba que el director o el encargado de la fotografía se habían equivocado con el objetivo, considerando que si yo hubiera sido el hombre sentado en la silla hubiera escogido otro que proporcionara más profundidad a las escenas. Me hubiera recreado más en la belleza de las imágenes, los trajes, los decorados y me habría equivocado. Sobre todo porque todavía no sabía de qué iba de verdad la película.
Esos primeros planos tan agresivos, los viajes nocturnos en coche a la velocidad de la luz, las habitaciones que se acortaban, tenían un objetivo claro: introducirnos en la psicología de los personajes, en pequeños mundos de objetivos a veces indispensables, a veces inenarrables y siempre opresivos. Donde para él cada día de rutina sin sobresaltos es una victoria y su trabajo una religión. Donde ella lucha constantemente por encontrar su lugar en un universo rendido a las rutinas de Reynolds Woodcock, en una casa llena de gente que trabaja para hacer su voluntad. Trata de encontrar un hueco entre las infinitas rutinas y obsesiones a las que Reynolds vive entregado gracias a la fe del converso, las mismas que le atrapan y le hacen tremendamente infeliz.
En el apartado interpretativo, Daniel Day Lewis está perfecto en el papel de un hombre tremendamente desequilibrado que sólo encuentra la paz en un orden perfecto y cuyo único camino a la liberación conduce directamente a la enfermedad. Su personaje evoluciona a lo largo de todo el metraje, primero seduciéndonos, después descolocándonos hasta llegar un momento de odio supremo en el que deseamos que ella salga corriendo sin mirar atrás. Y, sin embargo, después aquel dictador empieza a mostrar sus deseos, sus debilidades y acaba conduciéndonos a la empatía, deseando que logre obtener la catarsis que tan desesperadamente niega necesitar.
Se dice que la desazón que le provocó interpretar este papel es uno de los motivos que le ha llevado a tomar la decisión de retirarse, algo que no resulta extraño dada la intensidad con la que el actor interpreta siempre sus papeles. La etiqueta de mejor actor de su generación siempre me ha parecido una boutade, no obstante hay que reconocerle una trayectoria intachable, no siendo capaces en esta redacción de recordar título alguno que no sea relevante.
A pesar de la lección dada por su compañero de reparto, su labor no eclipsa la de la para mí hasta ahora semidesconocida Vicky Krieps. Interpreta un personaje fuerte, a pesar de estar atrapada por la admiración, el amor y demás circunstancias dañinas, lucha durante todo el metraje por destacar sus opiniones, su aportación, la originalidad de su personalidad y, finalmente, también por encontrar el modo de comunicarse de una forma única y sincera con la persona que más ama en este mundo.
Al contrario de lo que ocurre con él, del pasado de ella apenas conocemos nada. Nada que nos haga entender el motivo por el que se entrega a ese amor descorazonador y mínimamente pasional. Sin embargo, la actriz consigue crear un personaje fuerte, que a pesar de haber entregado todo su ser a su gran amor es incapaz de conformarse con ser solamente un maniquí, de ocultar su personalidad, sus opiniones, sus aportaciones y su manera suicida de resolver los problemas. A destacar también el tour de forcé que mantiene con Leslie Manville, el tercer pilar, la hermana de él, a quien domina y por quien hace esfuerzos sobrehumanos para mantener el orden de su universo.
Finalmente, no me queda claro si el amor triunfa o quizá sólo se trata de las últimas reacciones químicas de dos almas moribundas. No lo sé, me encuentro indeciso, vean la película y saquen sus propias conclusiones porque yo no puedo ayudarles.
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