Resucito en el preciso instante en que muere el momento.
Entre las telarañas de la radio comercial,
atrapado en debates que no tienen sentido para mí.
Así paso mi nuevo primer día en la tierra.
Dicen que hay catalanes picando el suelo en las fronteras,
convertirán el país en isla, y la isla en Arcadia.
Siento indiferencia,
y personas vestidas con banderas de idénticos colores
me lanzan reproches en el Eroski de la intermodal.
La cajera, una chica colombiana,
me ofrece comprar un máster
dice que hoy están en oferta
y que los más golosos sirven para entender
el funcionamiento del Estado Autonómico.
Marca Rajoy, Marca España,
contenido nulo,
mentiras disimuladas,
derecho al fascismo,
réquiem por la libertad de expresión.
Sosias de Lázaro, ya soy famoso.
La prensa me ama y la gente me odia.
El hombre occidental no precisa de buenos modales,
signo de hipocresía y desprecio a la gente humilde.
Paparazzis quieren hacerme tantas fotos que temo quedarme ciego,
todos intentan llamar mi atención,
Ernesto, aquí, míranos.
Y en el momento preciso,
cuando el más preparado tenía ya la mejor toma,
una mujer rubia se coloca entre él y yo.
Doy las gracias al Dios que me conserva la vista.
Pido cárcel para todos los que se caguen en él
y en la corona salvadora.
Alimenta y celebra el olor de sus deposiciones,
nuestros líderes compran alimento de la mejor calidad,
fueron lectores ávidos de Fukuyama,
siguen celebrando el fin de la historia,
alimentando el suyo propio,
el tuyo también,
aunque prefieras no darte cuenta.
Cuando llegue,
se encontrarán en el mismo lugar:
las nupcias de Preysler y Vargas Llosa.
El destructor de mundos
recopilará argumentos,
y saldré en la televisión,
os pediré que abandonéis vuestros hogares,
y nadie me hará caso
porque una mentira repetida tantas veces nunca es verdad.
Voy a operarme,
cambiaré mi rostro,
nunca me encontraréis.
Me construiré una casa en la naturaleza.
Cuando me falte sal se la pediré a Kaczynski.
Buscaré mi propia comida,
perderé al día más de un millón de calorías,
y cuando estemos en los huesos,
cuando el sol se cuele por nuestra ventana,
una fría mañana de invierno,
nos miraremos, no sonreiremos,
se nos escapará algún beso,
sin hablar lo sabremos,
yo soy el último y tú la última,
y ya nunca más tendremos nada malo que decirnos.