Cien pasos en falso
Me desperté tarde. Odiaba despertarme tarde. Para mí, es como si hubiera gafado el resto del día. Y, sin embargo, era el cuarto día seguido que lo hacía. Me preocupaba pensar que dejaría de preocuparme.
Recorrí los armarios de la cocina en busca de algo que pudiera servirme como desayuno. No había nada. No debería haberme extrañado puesto que no recordaba la última vez que había ido al supermercado. Apenas recordaba haber salido a ningún sitio. Pero, después de días y días de consumo constante hoy no me podría librar: tendría que salir a la calle.
Y en la siguiente escena ya estaba en el bar. Pedí un café con leche y medio bocadillo de jamón serrano. Estaba normal tirando a normal. Y en una de las mesas del fondo había una chica jugando con su pelo.
No se me hubiera ocurrido hacerme ilusiones. En un 99% de las ocasiones no lo haría por mí. Pensándolo bien, que eso pueda ocurrirme una vez de cada cien es una previsión demasiado optimista. Pero esta vez sí, era rubia, bastante guapa, vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con una inscripción en letras rojas, supongo que japonesas y me miraba fijamente.
En las películas lo que se hace normalmente es acercarse a la mesa de la otra persona, preguntar si puedes sentarte y presentarte. Me traté de animar diciendo que no tenía por qué salir mal, que yo era el protagonista de mi propia película.
Pero llevaba una camiseta sucia, unos pantalones rotos no a la moda y olía a perro mojado. Así que decidí que lo mejor sería apartar la mirada y centrarme en el periódico. Ni siquiera el hecho de pensar en el poco tiempo que nos quedaba me sirvió para reunir el valor suficiente.
Aunque la verdad es que tampoco me apetecía mucho hablar con nadie. Estaba a punto de iniciarse la Tercera Guerra Mundial y todo el mundo a mi alrededor se empeñaba en seguir con su vida como si no pasara nada.
Volví a mirarla, y ella no apartaba la mirada de mí. Nos miramos fijamente, yo seguía paralizado. Ella, por suerte, no. Resultó que esta era su película y yo sólo un secundario. Y entendí por fin que es quien se acerca quien tiene toda la ventaja, porque el protagonista no puede desaparecer de su propia historia. Pero yo tal vez sí.
Se sentó sin pedir permiso, siguió mirándome y extendió su mano:
-Odio a las que dan dos besos. Me llamo Laura y todo esto no tiene ningún sentido.
-¿Perdón?
-Venga Nilo, tú ya sabes de lo que te estoy hablando. –Pensé que quizá estaba loca, pero sabía mi nombre. Y era verdad que todo esto no tenía ningún sentido porque, continuó hablando: Ayer noche estaba en tu casa, me habías drogado y después me habías atado. Mi vida entera pasó ante mis ojos, y hoy me despierto aquí. En un mundo donde los líderes políticos han decidido iniciar una nueva guerra mundial y los ciudadanos, todos excepto tú y yo, no podemos hacer nada al respecto.
Entonces hizo una pausa. Creo que mi cara, bastante elocuente, dejó claro que no entendía nada de lo que decía sobre el secuestro. Sabía que tenía que hacer algo. Si quería seguir en esta historia debía reaccionar rápido. Y de repente mi expresión cambió, se afiló. Me convertí en una persona decidida sin saber por qué. Decidí que tenía tanto derecho a estar en este relato como ella.
-Si ayer te tenía secuestrada y hoy estás aquí. ¿Cómo escapaste? Es decir, yo creía que había venido aquí a desayunar sólo porque no quedaba nada en casa. Pero igual no es así, igual sólo vine aquí a buscarte. Porque eres preciosa y porque nada más verte…
Me interrumpió, su expresión cambió bruscamente, y dijo:
-Ernesto, Senén o como se llame es un puto cursi. ¿Vale? No te dejes llevar por él, no digas las chorradas que él diría. Porque lo que quieres decirme es que soy una puta. Que me acuesto con todos excepto contigo y que tú me podrías hacer feliz.
Intenté protestar, pero no me lo permitió.
-¿Sabes? Creo que no escapé, creo que sigo ahí. Que esto es parte de tu experimento. –Hizo una pequeña pausa y continuó: fíjate. Mira por la ventana. ¿Lo ves?
Podía ver las setas nucleares explotando más allá de las ventanas, podía ver como el cielo se teñía de rojo y los edificios a nuestro alrededor se deshacían por efecto de la onda expansiva. Todos excepto el edificio en el que estábamos nosotros. En aquel bar todos estaban sentados en sus mesas, mirando las explosiones a su alrededor, sin hacer ninguna broma, sin inmutarse.
Pensé entonces que quizá era sólo uno de los personajes del sueño de Laura. El chico al que se acercaba con una estrategia disparatada para ligar. El mismo que acababa de ver como el mundo se destruía a su alrededor, cuyos padres, hermanos, amigos, ahora mismo todos estaban muertos, y a mí sólo me quedaba ella. Sólo existía porque sus ojos me miraban y, si no conseguía interesarle lo suficiente no tendría nada. Esta historia acabaría para mí. Y entonces le dije:
-Sí, lo eres, eres una puta. Desde que te conozco lo único que has hecho es aprovecharte de mí. Te secuestré por lo que él me dijo. Su método es la única manera de hacértelo entender.
-¿Sí? Ésta es la única manera. ¿De verdad, Nilo? ¿Crees que me he olvidado de Martín? ¿Crees que metiéndome en sueños sin sentido vas a conquistarme? – Nunca había visto esa expresión en su rostro: Me das asco Nilo, esa es la verdad. Y ni tú ni el hombre del maravilloso método me vais a convencer de lo contrario. ¿Quién es él Nilo? ¿Te acuerdas del hombre que te encontraste en el bar? ¿El que pareció leerte la mente? Yo sé quién es, ¿quieres que te lo diga?
La situación empezaba a sobrepasarme. Asentí.
-Es un psiquiatra, Nilo. Se llama Ernesto Bánegas y le gusta definirse como un patafísico, pero sin rastro de ironía. Lleva haciendo experimentos durante mucho tiempo. Hay personas que han desaparecido en sueños como éste en el que estamos tú y yo.
Empezaron a explotar las ventanas del restaurante. Hacía mucho ruido y Laura gritaba cada palabra.
-Este es el primer paso, imbécil. Nos mete en una situación en la que en teoría deberíamos enamorarnos. Vamos a follar y follar que el mundo se va a acabar, ¿no? Tú te acercas a mí virgen, como atrapado en otra historia, sin recordar nada. Y yo no debería recordar que eres un cabrón pero lo recuerdo, lo recuerdo perfectamente.
Entendía sólo a medias lo que me decía. Mientras gritaba. Mientras más y más edificios volaban a nuestro alrededor. Mientras las personas que había en este bar se iban deshaciendo. Primero perdiendo la piel, convirtiéndose en esqueletos que bailaban al son de un programa de música de los ochenta en la televisión. A los cantantes se les pudría la piel por efecto de la radiación.
Y Laura, su belleza, era lo único que se mantenía constante. También sus ojos cargados de odio.
Y supe que el final estaba cerca.
-¿Sabes Nilo? Tienes razón, sólo eres un secundario. Éste es mi sueño. Y si te fijas alrededor, toda esta gente pudriéndose son personas, las personas que más quieres. Vas a sentir como los pierdes uno a uno. Pero el final no está cerca, no lo creas, porque también vas a sentir tu muerte lenta. La manera en que te irás pudriendo poco a poco, tus dedos cayéndose, tus ojos colgando. Y podrás ver también como disfruto de todo ello.
Sonrió de nuevo.
-Y lo mejor es que, al despertar, recordarás perfectamente todo lo que ha pasado.
Cirujano patafísico: Cien pasos en falso