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Las vidas alternas

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Las vidas alternas

Etiqueta: Cirujano Patafísico

Cien pasos en falso

2018-08-08

Cien pasos en falso

Me desperté tarde. Odiaba despertarme tarde. Para mí, es como si hubiera gafado el resto del día. Y, sin embargo, era el cuarto día seguido que lo hacía. Me preocupaba pensar que dejaría de preocuparme.

Recorrí los armarios de la cocina en busca de algo que pudiera servirme como desayuno. No había nada. No debería haberme extrañado puesto que no recordaba la última vez que había ido al supermercado. Apenas recordaba haber salido a ningún sitio. Pero, después de días y días de consumo constante hoy no me podría librar: tendría que salir a la calle.

Y en la siguiente escena ya estaba en el bar. Pedí un café con leche y medio bocadillo de jamón serrano. Estaba normal tirando a normal. Y en una de las mesas del fondo había una chica jugando con su pelo.

No se me hubiera ocurrido hacerme ilusiones. En un 99% de las ocasiones no lo haría por mí. Pensándolo bien, que eso pueda ocurrirme una vez de cada cien es una previsión demasiado optimista. Pero esta vez sí, era rubia, bastante guapa, vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con una inscripción en letras rojas, supongo que japonesas y me miraba fijamente.

En las películas lo que se hace normalmente es acercarse a la mesa de la otra persona, preguntar si puedes sentarte y presentarte. Me traté de animar diciendo que no tenía por qué salir mal, que yo era el protagonista de mi propia película.

Pero llevaba una camiseta sucia, unos pantalones rotos no a la moda y olía a perro mojado. Así que decidí que lo mejor sería apartar la mirada y centrarme en el periódico. Ni siquiera el hecho de pensar en el poco tiempo que nos quedaba me sirvió para reunir el valor suficiente.
Aunque la verdad es que tampoco me apetecía mucho hablar con nadie. Estaba a punto de iniciarse la Tercera Guerra Mundial y todo el mundo a mi alrededor se empeñaba en seguir con su vida como si no pasara nada.

Volví a mirarla, y ella no apartaba la mirada de mí. Nos miramos fijamente, yo seguía paralizado. Ella, por suerte, no. Resultó que esta era su película y yo sólo un secundario. Y entendí por fin que es quien se acerca quien tiene toda la ventaja, porque el protagonista no puede desaparecer de su propia historia. Pero yo tal vez sí.

Se sentó sin pedir permiso, siguió mirándome y extendió su mano:

-Odio a las que dan dos besos. Me llamo Laura y todo esto no tiene ningún sentido.

-¿Perdón?

-Venga Nilo, tú ya sabes de lo que te estoy hablando. –Pensé que quizá estaba loca, pero sabía mi nombre. Y era verdad que todo esto no tenía ningún sentido porque, continuó hablando: Ayer noche estaba en tu casa, me habías drogado y después me habías atado. Mi vida entera pasó ante mis ojos, y hoy me despierto aquí. En un mundo donde los líderes políticos han decidido iniciar una nueva guerra mundial y los ciudadanos, todos excepto tú y yo, no podemos hacer nada al respecto.

Entonces hizo una pausa. Creo que mi cara, bastante elocuente, dejó claro que no entendía nada de lo que decía sobre el secuestro. Sabía que tenía que hacer algo. Si quería seguir en esta historia debía reaccionar rápido. Y de repente mi expresión cambió, se afiló. Me convertí en una persona decidida sin saber por qué. Decidí que tenía tanto derecho a estar en este relato como ella.

-Si ayer te tenía secuestrada y hoy estás aquí. ¿Cómo escapaste? Es decir, yo creía que había venido aquí a desayunar sólo porque no quedaba nada en casa. Pero igual no es así, igual sólo vine aquí a buscarte. Porque eres preciosa y porque nada más verte…

Me interrumpió, su expresión cambió bruscamente, y dijo:

-Ernesto, Senén o como se llame es un puto cursi. ¿Vale? No te dejes llevar por él, no digas las chorradas que él diría. Porque lo que quieres decirme es que soy una puta. Que me acuesto con todos excepto contigo y que tú me podrías hacer feliz.

Intenté protestar, pero no me lo permitió.

-¿Sabes? Creo que no escapé, creo que sigo ahí. Que esto es parte de tu experimento. –Hizo una pequeña pausa y continuó: fíjate. Mira por la ventana. ¿Lo ves?

Podía ver las setas nucleares explotando más allá de las ventanas, podía ver como el cielo se teñía de rojo y los edificios a nuestro alrededor se deshacían por efecto de la onda expansiva. Todos excepto el edificio en el que estábamos nosotros. En aquel bar todos estaban sentados en sus mesas, mirando las explosiones a su alrededor, sin hacer ninguna broma, sin inmutarse.

Pensé entonces que quizá era sólo uno de los personajes del sueño de Laura. El chico al que se acercaba con una estrategia disparatada para ligar. El mismo que acababa de ver como el mundo se destruía a su alrededor, cuyos padres, hermanos, amigos, ahora mismo todos estaban muertos, y a mí sólo me quedaba ella. Sólo existía porque sus ojos me miraban y, si no conseguía interesarle lo suficiente no tendría nada. Esta historia acabaría para mí. Y entonces le dije:

-Sí, lo eres, eres una puta. Desde que te conozco lo único que has hecho es aprovecharte de mí. Te secuestré por lo que él me dijo. Su método es la única manera de hacértelo entender.

-¿Sí? Ésta es la única manera. ¿De verdad, Nilo? ¿Crees que me he olvidado de Martín? ¿Crees que metiéndome en sueños sin sentido vas a conquistarme? – Nunca había visto esa expresión en su rostro: Me das asco Nilo, esa es la verdad. Y ni tú ni el hombre del maravilloso método me vais a convencer de lo contrario. ¿Quién es él Nilo? ¿Te acuerdas del hombre que te encontraste en el bar? ¿El que pareció leerte la mente? Yo sé quién es, ¿quieres que te lo diga?

La situación empezaba a sobrepasarme. Asentí.

-Es un psiquiatra, Nilo. Se llama Ernesto Bánegas y le gusta definirse como un patafísico, pero sin rastro de ironía. Lleva haciendo experimentos durante mucho tiempo. Hay personas que han desaparecido en sueños como éste en el que estamos tú y yo.

Empezaron a explotar las ventanas del restaurante. Hacía mucho ruido y Laura gritaba cada palabra.

-Este es el primer paso, imbécil. Nos mete en una situación en la que en teoría deberíamos enamorarnos. Vamos a follar y follar que el mundo se va a acabar, ¿no? Tú te acercas a mí virgen, como atrapado en otra historia, sin recordar nada. Y yo no debería recordar que eres un cabrón pero lo recuerdo, lo recuerdo perfectamente.

Entendía sólo a medias lo que me decía. Mientras gritaba. Mientras más y más edificios volaban a nuestro alrededor. Mientras las personas que había en este bar se iban deshaciendo. Primero perdiendo la piel, convirtiéndose en esqueletos que bailaban al son de un programa de música de los ochenta en la televisión. A los cantantes se les pudría la piel por efecto de la radiación.

Y Laura, su belleza, era lo único que se mantenía constante. También sus ojos cargados de odio.

Y supe que el final estaba cerca.

-¿Sabes Nilo? Tienes razón, sólo eres un secundario. Éste es mi sueño. Y si te fijas alrededor, toda esta gente pudriéndose son personas, las personas que más quieres. Vas a sentir como los pierdes uno a uno. Pero el final no está cerca, no lo creas, porque también vas a sentir tu muerte lenta. La manera en que te irás pudriendo poco a poco, tus dedos cayéndose, tus ojos colgando. Y podrás ver también como disfruto de todo ello.

Sonrió de nuevo.

-Y lo mejor es que, al despertar, recordarás perfectamente todo lo que ha pasado.

cien pasos en falso

Cirujano patafísico: Cien pasos en falso

Relato Cirujano Patafísico, Ernesto Bánegas

Alternativas liberadas (Cirujano patafísico, fragmento libre)

2018-05-16

Alternativas liberadas (Cirujano patafísico, fragmento libre)
 
Aquella noche Nilo soñó con dimensiones desconocidas en las que no había grasa en sus entrañas y no sonaba ninguna alarma en Laura si él decidía escribirle una carta de amor. Allí donde ella nació de nuevo en otro lugar, en sus brazos, el lugar que siempre le había correspondido.

Laura no había nacido en España, le gustaba mucho el país, tampoco había nacido en Colombia, México o Ecuador. Había nacido en Venezuela, donde le correspondía porque dicen que son de ahí las mujeres más bellas del mundo y ella venía a confirmarlo. Oscureció un poco su piel y ensanchó su sonrisa aunque sólo hablaba con él. Porque Nilo consiguió por fin encerrarla en una botella de cristal, y ella sólo necesitaba su amor para sentirse libre.
 
Siempre había sido exigente,
risueña y un poco alocada,
directa y preguntona,
encantadoramente caprichosa,
cariñosa, sensual, inteligente.
 
Aquel pequeño frasco de cristal tenía la virtud de condesar la perfección. Y ahora Nilo tenía claro que, probablemente, no era digno de ser su amigo. Y sin embargo en aquella dimensión desconocida eran amantes.

Mundos de placeres inimitables,
desayunos, comidas, cenas,
todos únicos, especiales, divertidos.
Si aquello era un sueño mejor no despertar,
mejor hacer locuras juntos,
plantearse todas las preguntas sin respuesta,
mejor desnudos mientras lo hacían.
 
Y en el sueño no pasaba el tiempo,
pensó que era el tipo de chica
al lado de la que te dormías,
al lado de la te despertabas entre sus labios.

Nilo se levantó aquella mañana pensando que se había abierto en su vida una nueva posibilidad: la de que el sueño no terminara nunca.

alternativas liberadas

Noclasificables Cirujano Patafísico, Fragmento libre

Cirujano patafísico (II): Los deseos alternos

2018-05-15

Cirujano patafísico (II): Los deseos alternos

Viene de:
Cirujano Patafísico (I)

Dos semanas antes…

Nilo tenía dolor de cabeza y el estómago revuelto; dos síntomas clásicos de la resaca. No recordaba perfectamente la noche anterior, pero había sido, sin duda la más extraña de toda su vida.

La del sábado había sido una mala tarde con Laura. Se había pasado el último mes cuidándola, haciendo todo lo posible por entretenerla. Todo lo posible para que no pensara ni en Martín ni en el accidente.

Había vuelto agotada de Madrid. Estaba devastada. En un principio apenas era capaz de comer, no digamos ya de sonreír. Se pasaba el día en casa de sus padres, tumbada en la habitación mirando al techo, con los ojos fijos en aquella horrible lámpara de araña, o viendo telebasura o leyendo algún libro ligero para poder llorar cuando los protagonistas se demostraban su amor.

Nilo, en una ocasión, había podido leer lo que ella sentía: “Martín había pintado para mí un vergel daltónico, un futuro perdido que llega ahora, cuando mi casa se ha convertido en un contenedor de rincones desiertos y habitaciones abandonadas.

“Estoy cansada. Mire donde mire hay recuerdos, hasta el infinito. Quizá fueron pocos meses, pero yo llegué a sentirlos como media vida. Recuerdos diferentes a otros recuerdos, esta vez no merece la pena vivir sin ellos.

“No estoy aquí, porque no estar con él significa no estar. Porque esta capital es un agujero enorme, repleto de manchas y suciedad, personas perdidas, vidas destrozadas, pobreza por doquier.

“Nuestro ángel prometió protegernos. No dudo que lo intentó pero era incapaz de preverlo todo. Ahora me mira horrorizado, sin saber qué decir, su boca abierta sus ojos desencajados, sin saber cómo colocar sus brazos ahora que nunca jamás permitiré sus abrazos.

“Y eso que sé que no fue culpa suya. Que soy yo, estoy maldita. Siempre lo he estado. Fui una niña triste y una adolescente perdida.

“La felicidad de la que presumen en la televisión nunca estuvo hecha para mí.

“No encontraré ningún camino, sólo la eterna pregunta. ¿Por qué yo no? Por qué no puedo despreocuparme, disfrutar de las pequeñas cosas y amanecer con el sol cada mañana.

“Por qué no puedo ser feliz, por qué me esfuerzo tanto en evitarlo.

“Porque no es mi naturaleza.

“Y Martín no se cruzó en mi camino sino para confirmarlo”.

Nilo nunca había conocido a Martín. Sin embargo, estaba harto de él. Laura no hablaba de otra cosa. Por mucho que él pusiera de su parte ella siempre se mostraba renuente a mejorar.

Y es que si contaba una historia siempre salía él. Martín decía, Martín estuvo, Martín hacía, Martín escuchaba. Un fantasma la había poseído para hacer de la vida de Nilo algo insoportable. Porque había sido él quien siempre había cuidado de ella y también era el que estaba ahí ahora que su vida se había derrumbado. Durante meses Nilo tuvo que soportar su silencio. El hecho de que pareciera que ella consideraba que siempre tenía algo mejor que hacer que hablar con él, o preguntarle cómo estaba. Tan centrada estaba en Martín que parecía no importarle si había pasado algo en la vida de Nilo.

Él sólo le importaba en la medida en que como apoyo, no era más que el pañuelo en el que derramaba sus lágrimas y sólo permanecería a su lado en esta época de extrema sensibilidad. En cuanto mejorara le volvería a dejar tirado. Quizá quedaría con él alguna tarde, para tomar café de vez en cuando, pero sólo porque sabía que en el futuro le podría necesitar. Mientras no sería lo suficientemente guapo, inteligente, divertido o atractivo para que Laura se plantease en serio compartir su vida con él.

Y lo peor de todo es que él siempre le había dado estabilidad. Sabía perfectamente que con ella sería feliz, pero no sabía explicárselo. Porque era incapaz de callarla con un beso o imponerse en una discusión.

Como aquella tarde. Había quedado para ir al cine. Nilo tenía muchas ganas de ver la película. Ella sólo iba a ir para acompañarle. Y al final no la vio ninguno de los dos porque ella llegó media hora tarde y él no fue capaz de dejarla tirada y entrar solo al cine. Estuvo incluso preocupado por si le había pasado algo. Y sólo era dejadez. Y le convenció de que no tenía importancia, que tomarían un café e irían a verla otro día. Y Nilo incapaz de trasmitirle lo mucho que le había molestado, sólo capaz de lanzarle indirectas en una patética táctica pasivo agresiva que ella siempre ignoraba.

Tomaban un café. Uno delante de otro en uno de esos bares tradicionales, sin aspavientos decorativos. Nilo pensó que el café estaba bueno, pero no sabía que estaba próximo a atragantársele porque ella tenía una confesión que hacerle. Palabras que demostraban su falta de sensibilidad. No debió contarle algo que él no quería saber. Quizá ella sabía que era un error contárselo, pero no lo pudo parar; era preferible desahogarse aunque ello implicara partirle el alma en dos.

-¿Recuerdas que te dije que Marcos había venido al funeral de Martín? – Nilo asintió, ella empezó a jugar con su pelo y siguió hablando- Estaba guapo la verdad, se ve que le ha sentado bien vivir fuera de casa; ha adelgazado unos cuantos kilos, se ha dejado crecer el pelo y la barba y ya no lleva los jerséis que le compra su madre, viste mucho mejor. Llevaba una camiseta de Joy Division y una chaqueta de cuero desgastada, me dijo que era de su padre.

-¿Fue así vestido al funeral? –El gesto de desaprobación era evidente.

-Sí –Laura soltó una carcajada. Nilo la observó maravillado, hacía mucho que no la veía reír así. Su rostro se transformaba de una manera maravillosa cuando lo hacía- No era lo más adecuado, pero me dijo que se había enterado esa misma tarde. Fue curioso verle allí… Me recordó a cuando me regaló aquel libro de pequeña. ¿Sabes? Todavía lo tengo. Fue mi salvador entonces y también quiso serlo ahora…

Y se hizo el silencio. Y Nilo supo la historia que iba a venir a continuación antes de que se la contara. Después del funeral quedaron para cenar otro día. Fue una cena agradable, llena de recuerdos. Y ella se divirtió. Tenía la sensación de no haberse divertido en siglos, a pesar de que Martín había muerto hacía sólo unas semanas.

Bebieron mucho vino. Él le acompañó a casa, tentado de besarla en cada farola decidió respetar su duelo. Pero ella no. Se sentía perdida, sola, pero sobre todo no se sentía. No era capaz de sentir nada, ni siquiera el dolor. Pensó que Marcos le podría hacer sentir algo. Se abrazó fuerte a él y buscó su boca, después se buscaron sus lenguas. Se encontraron. Volvieron a perderse. Y volvieron a encontrarse. Recorrieron sus cuerpos desnudos en la misma cama en la que ella había hecho el amor con Martín un mes antes. Los dos se corrieron, más de una vez. Y después del coito, como todos los animales, se sintieron tristes, cada uno por una traición diferente.

Nilo no hubiera necesitado conocer esa historia. Se puso pálido, y entendió que ella era presa de una extraña aflicción. Pues lo que le había contado no era lógico. Se fue sin decir nada, sólo se sentía mal y Laura parecía realmente preocupada. Pero daba igual; sólo era una pose. Ella no le quería, él nunca le había importado. Despreciaba a la única persona que realmente hubiera podido hacerla feliz.

Y recorrió la ciudad de bar en bar. Bebiendo sin consuelo, por más que tantos médicos le habían dicho que no lo hiciera. Repasaba en su mente las imágenes del coito y tenía ganas de llorar. Se detuvo en una barra, bajó la cabeza. Se sentía mareado, con ganas de vomitar.

Hasta que alguien se puso a su lado y sin mirarle, mientras mantenía la cabeza baja, le dijo:

“Hola Nilo. Sé que no me conoces pero lo harás. He podido leer tu mente hoy. Y vengo a ofrecerte una solución a tus problemas.

“Sé cómo puedes hacer que Laura sea feliz, aunque es largo de explicar y difícil de entender. ¿Te interesa?”

Continuará…

los deseos alternos

Relato Cirujano Patafísico

Cirujano patafísico (I)

2018-05-03

Cirujano patafísico, primera parte.

Durante unos minutos Laura pensó que aquello que sentía era la muerte. Con los ojos abiertos era incapaz de ver, como lo era de mover sus miembros, incluso de sentirlos, y una sensación narcótica recorría todo su cuerpo.

La segunda señal de que aquellos serían sus últimos momentos fue ver pasar su vida ante sus ojos. Como los que reciben la visita del fantasma de las navidades pasadas, ella podía verlo todo como si estuviera presente en la habitación, como si pudiera tocar a sus padres acercarse al armario y contemplar su colección de libros de TEO. Sacar uno y volverlo a meter en el armario, y pararse en el que le regaló Marcos.

En segundo de parvulitos la maestra trajo unos cuantos a la escuela, no los suficientes para todos por lo que decidió sortearlos. Vestida con una bata de cuadros rosas y blancos, sentada en una silla diminuta, sólo esperaba que la profesora sacara su nombre de aquella caja para levantarse y recoger su libro.

Pero su nombre nunca salió. Lloraba, no había consuelo posible, o eso creían los demás cuando él se acercó y le regaló el que le había tocado. Quizá Marcos no era el niño más guapo del mundo, pero ella estuvo enamorada de él toda la primaria.

Y ella sí que era una preciosidad, se lo repetía su madre a menudo mientras peinaba sus largos cabellos rubios, lo veía en los ojos de la gente que se quedaba mirándola cuando paseaban por la calle, en las miradas indiscretas de los ancianos cuando su padre la llevaba a la piscina ya con doce o trece años, en las votaciones oficiales y oficiosas que se hacían en la clase en los ojos de Nilo en el primer curso de Bachillerato.

Nilo…

Y volvió hacia atrás. La profesora le dijo delante de toda la clase que ella, a partir de ese momento, tenía nivel suficiente para coger los libros que tenían un punto verde en la biblioteca, no sólo los de punto blanco. Se lo contó a Marta, su hermana mayor unas cien veces durante el camino de vuelta a casa. Marta se burló y la llamó chulita.

La profesora le castigó por primera vez el día que rompió las hojas con los ejercicios de divisiones que les había puesto ese día. Si había algo que Laura no podía soportar era sentirse tonta, y aquel día tenía aquella constante sensación, al ver que sus compañeros resolvían los ejercicios sin mayor dificultad mientras ella era incapaz de entenderlos. Sólo ella y Francisco Cortés se quedaron castigados en clase hasta la una. Se quedó castigada con él, que tenía todas las papeletas para convertirse en el primer repetidor del grupo.

La profesora hablaba con una compañera en la puerta. Estaba distraída. Era su momento. Se abrochó la mochila y salió corriendo. A ninguna de las dos maestras le dio tiempo a reaccionar, sólo cuando ya había bajado un piso corriendo. Quedaban dos más hasta la calle. Bajaba las escaleras de dos en dos y de tres en tres, sin agarrarse a la barandilla de rejillas negras de metal y pasamanos marrón claro, el barniz de aquella madera siempre le había parecido precioso, volvió la cabeza. Maite, la maestra gritaba algo desde arriba que, con el eco no llegó a entender.

Pero se despistó y cayó hacía delante. Se le habría deformado todo el rostro de no haber tenido los reflejos suficientes para parar el golpe con sus manos. Se rompió la muñeca izquierda.

En el hospital su madre le reñía. No debería haber hecho eso. Siempre hay que obedecer a la profesora. Le pediría disculpas en cuanto volviera a clase. Pero ahora tenía que descansar, dijo su padre, le guiñó un ojo y, cuando la madre se dio la vuelta, le dio una bolsa de gominolas. Coloco su dedo sobre los labios y ante su rostro bonachón. Y Laura ahora tenía catorce años.

Había sacado todo sobresaliente en la escuela y estaba en el instituto. Se besó con lengua por primera vez con Francisco Cortés, el asqueroso no hacía otra cosa que mover la lengua como un loco. Solía quedar con Nilo para estudiar en la biblioteca después de clase, y siempre volvían juntos a casa. Llevaba faldas que a su madre le parecían muy cortas, y nunca confesó a nadie que le excitaba la manera en que algunos chicos le miraban las piernas. Podía sentir perfectamente el aroma de su sexo.

Conoció a Martín con 19 años, cuando se fue a Madrid a estudiar Derecho, fue ella la que le habló por primera vez. Él nunca hablaba con nadie.

Pronto se hicieron inseparables, iban juntos a todas las clases. Se besaron por primera vez un mes y siete días después de conocerse. Martín saltaba la verja de su residencia cada noche y volvía a salir por las mañanas, oculto entre los setos. Hacían el amor hasta quedarse dormidos cada noche, escuchando la misma canción: 1979 de los Smashing Pumpkins.

Se levantaba en mañanas soleadas de invierno y se quedaba mirándole. Ahora se sentía tan especial, y un momento después rompía a llorar, porque la moto en la que solían recorrer la ciudad chocó contra un coche cuando ella no estaba presente, y Martín murió en el acto.

Marcos estuvo en el funeral, también estaba en Madrid, estudiando periodismo pensó que era la mejor persona que conocía, pero apenas tenía veinte años y se estaba quedando calvo.

El curso se le hizo demasiado cuesta arriba. Dejó la carrera y volvió con sus padres. En principio sólo durante un año. Necesitaba tiempo para pensar. Tiempo para no llegar a conclusiones. Sus padres agradecían mucho a Nilo que fuera tan atento con ella. Nilo Fuster, de vez en cuando la convencía para ir al cine o tomar una copa. Era un buen amigo.

Un día en el cine él apareció en la pantalla. Mirando fijamente al patio de butacas.

O sólo le miraba a ella.

Era ella la que tenía los ojos abiertos.

Las manos y los pies atados a una silla.

No estaba cerca de la muerte sino en una casa desconocida.

Y Nilo enfrente de ella. Todavía estaba mareada y no llegaba a comprender la expresión de su rostro.

-Perdona –dijo-, es la primera vez que pruebo la máquina y creo que todo ha ido demasiado rápido. Tendremos que empezar de nuevo, necesito que te centres en los detalles.

Continuará…

Cirujano patafísico (II): Los deseos alternos

Cirujano Patafísico

Relato Cirujano Patafísico

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