Comedias de Situación
“Hasta un reloj roto da bien la hora dos veces al día”
Tony Soprano
Comedias de Situación
Convendrán conmigo en que podríamos situar el acta fundacional de lo que ha venido a denominarse época dorada de la televisión en 1999 con el estreno de Los Soprano. Desde sus títulos de crédito la serie de David Chase consiguió revolucionar el mundo de la televisión, y esa revolución continuaría pocos años después con David Simon y The Wire, la que el mes pasado en la votación de mejores series realizada por los críticos de esta redacción, obtuvo el primer lugar como mejor serie de la historia.
Yo no estoy muy de acuerdo con eso pero, por favor, sigan leyendo, empecemos:
Se desechó el término de industria del entretenimiento, lo denostaron, era sólo televisión y, justo en ese momento HBO comenzó a poner su sello antes de los títulos de crédito, queriéndonos decir que aquello no era televisión, era la HBO, y es entonces cuando comenzamos a hablar de productos culturales, de creadores y de fenómenos de culto.
La programación comenzó a diversificarse, siguiendo las directrices marcadas por unas estrategias de mercado que acabó por romper en mil pedazos la unidad de las familias entorno a la caja tonta. Aparecieron productos culturales dirigidos a un público concreto, porque no se trataba ya tanto de conseguir grandes datos de audiencia como de captar a espectadores de altos niveles culturales y económicos que no sólo dejaran de despreciar la mayor parte de lo que se emitía en la televisión sino que pudieran permitirse pagar los productos premium de las compañías que podían generar mucho dinero en publicidad. Ya no importaba el número concreto de televidentes sino las características sociológicas de los mismos en términos de renta.
Hoy en día además, con la gran proliferación de pantallas consecuencia del desarrollo tecnológico se ha hecho posible que en una familia de cinco personas se estén viendo cinco programas diferentes. Porque ya no sólo tenemos la televisión convencional, no estamos en esa época en que el padre, madre, abuelo o abuela deciden que todo el mundo tiene que ver el parte. Es más, se pasó del parte a la plataforma (Netflix, HBO MAX, Disney+, Prime Video, etc) plataformas con contenidos culturales, con contenido propio de series, películas y documentales que nunca vas a poder ver en ninguno de los trescientos canales de tu televisión por cable.
Y no sólo eso, también llega el impulso de las redes sociales, de esos jóvenes y no tan jóvenes que se pasan el día consumiendo contenidos a través del móvil en plataformas como Youtube, Tik Tok o Instagram, donde los adolescentes o los llamados influencers, se pueden convertir en estrellas, sin ejecutivos ni asesores pero sí con regalos de compañías que creen que conectan con el tipo de público al que quieren vender sus productos.
Incluso el tipo de porno ha cambiado con la aparición de OnlyFans donde las actrices y actores porno pueden crear sus propios contenidos y venderlos directamente sin pasar por las webs de contenido para adulto como Brazzers o BangBros. Eliminando intermediarios, con la posibilidad además de recibir propinas o regalos de sus listas de Amazon por parte de sus fans, lo que crea esa ilusión de una mayor cercanía.
Ahora las cadenas saben si usted es o no su público objetivo y, en muchas ocasiones, saben que ni conecta ni le agradan los contenidos que emiten pero, sinceramente, les da igual: usted no forma parte de su nicho de mercado.
Mejor centrarnos y decir que en el mercado de series actuales proliferan cada vez más la profundidad y el manierismo, los cliffhangers que no necesariamente nos tendrán esperando hasta la semana que viene: como ya no existen los horarios podemos pasarnos las tardes y madrugadas viendo un capítulo tras otro, haciendo un maratón que dicen. Y los community managers fomentan el debate en Twitter, que es el lugar donde nace la expectación y se desarrollan las diferentes corrientes de opinión.
Si bien hace un tiempo la radio, la televisión o el cine ejercían de aglutinadores donde toda la familia disfrutaba de un programa (por ejemplo, el Un, Dos, Tres o, incluso, Gran Hermano), de la película de la semana o de grandes acontecimientos deportivos, hoy se ha convertido en todo lo contrario; la proliferación de pantallas nos lleva a un mundo en el que, tanto los niños como los adultos, ven programas hechos a su medida y que difícilmente fomentan cualquier tipo de conversación entre los hijos y sus padres.
Si hace un tiempo me hubieran dicho que triunfaría gente como Ibai o el Rubius jugando desde su casa a un juego de ordenador consiguiendo así que miles de espectadores se sentaran delante del ordenador para ver como lo hacen no me lo habría creído. Pero ellos tienen su cota de popularidad como la de los niños y preadolescentes que ven a pequeños influencers jugando con muñecas o comiendo todo tipo de chucherías sin control, convirtiéndoles así en unos esclavos de los estímulos, en ojos que visionan un mundo irreal e irresponsable, educándoles en hábitos de consumo y, más tarde, de estilo de vida al que la mayoría no podrá aspirar con la aparición o potenciación de Síndromes de Filiación Cultural como la anorexia, la bulimia o el hikikomori, que aumentan su sensación de angustia y soledad, provocan suicidios o depresiones y hábitos de medicación que los mayores aceptamos porque, en fin, el niño con la pastilla se porta mejor

Usted y yo rondamos los cuarenta, y pertenecemos a una generación de individuos que en su juventud tenían que recurrir a los libros para definirse como consumidores de productos culturales, que lucharon por promover su individualidad y curiosamente acabaron obsesionados con una cultura uniforme que retorna una y otra vez a la niñez y a la adolescencia.
Dentro de veinte años, para los que ahora tienen veinte, será muy difícil encontrar un referente tan efectivo como El Equipo A o El coche fantástico, porque no hay horarios ni series de referencia, porque si el niño da el coñazo podemos entretenerlo con una tableta o dejarle pasar las fotos que tenemos alojadas en nuestros dispositivos móviles. No vemos lo que nuestros hijos ven, ni les educamos en valores a través de las historias de las que disfrutan, simplemente les damos una pantalla que les permite meterse en su mundo y, a nosotros, “descansar” de su compañía y ejercer de manera inapropiada nuestras tareas como padres.
Los mejores hombres del ejército americano ya no lo dejan para hacerse soldados de fortuna. Sus intenciones no son tan claras como antes, sus caracteres mucho más complejos; esto no es entretenimiento, son cosas que los niños no entienden.
La nostalgia es un arma. No lo digo yo, lo decía Astrud. En los ochenta David Hasselhoff molaba de verdad y todos, en algún momento, nos referíamos a nuestro coche con el nombre de Kit. Se llevan los ochenta, pero no en un sentido estricto, vuelve la historia esta vez como parodia en la mayor parte de ocasiones, pero también en forma de sentido homenaje en películas como Super 8 o series como Stranger Things (1).
A nosotros también nos manipulan, nos cercan en ese nicho de mercado de la chorrada de Yo fui a EGB, para que podamos presumir de que había una época en la que sí había creatividad, no como la actual que bla bla bla.
Quizá con el paso de los años perdamos en intensidad y ganemos en vergüenza ajena. Yo alucinaba cuando veía a aquellos extraterrestres comiéndose nuestras ratas. Aprendí a desconfiar de la gente del espacio, que casi nunca nos revela sus verdaderas intenciones. Y así aquel que parecía un buenazo, acababa convirtiéndose en Freddy Kruegger, el monstruo que reinaba en nuestras pesadillas.
Comedias de situación
Nuestras pesadillas. Los sueños compartidos. He podido comprobar que, si hago una encuesta entre personas que me llevan tres o cuatro años, la imagen que normalmente se les venía a la cabeza antes de dormir era la de un vampiro arañando el cristal.
Escogimos caminos diferentes, pero juntos llegamos a los noventa, época en la que todos conocíamos al dedillo los entresijos de la relación de Ross y Rachel. Les vimos declararse y romper mil veces y decidimos que en los noventa las que debían reinar eran las comedias de situación, porque nos emocionábamos con ellos, sobre todo con Chandler y Monica.
Comedias de situación
No es que no existieran antes ni que no existan después, ahí están Los problemas crecen o Cheers y, treinta años después, The Big Bang Theory o Como conocí a vuestra madre, pero yo recuerdo que me alimentaba de ellas. Daban alguna a todas horas y, aunque de diferente temática, todas acababan siendo similares. Veía Búscate la vida, Padres Forzosos, Cosas de casa, El príncipe de Bel Air, Matrimonio con Hijos, De repente Susan, Roseanne, Frasier, Seinfield, Primos lejanos y otras muchas que no recuerdo ahora.
Sé que usted y yo no éramos de Sensación de Vivir ni de aquella continuación, Melrose Place, cuyo nombre no recuerdo sin esfuerzo. Nos gustaban las comedias de situación, las clásicas, las que reunían una serie de elementos característicos:
Se centraban en las vivencias de un pequeño grupo de personajes cuyo límite era de cinco o seis, ya que no solían durar más de veinte o veinticinco minutos (2).
La trama, a pesar de existir un trasfondo de vivencias acumuladas, empezaba, se desarrollaba y terminaba en un último capítulo y, al final, todo volvía a la normalidad.
Se desarrollan en pocos escenarios: una casa, un bar o una oficina. Y las puertas nunca se cierran.
Cuando se enfrentaban a algún problema o trataban de saber por qué alguno de los otros personajes se comportaban de manera extraña, nuestros protagonistas recurrían siempre a las soluciones y elucubraciones más disparatadas.
¡La mayor parte de los personajes eran básicamente egoístas, al menos en lo que se refiere a la mejor tradición del género (3).
Las comedias de situación no han desaparecido ni desaparecerán, ya que existen pocos géneros que hayan profundizado tanto y con tanto acierto en la naturaleza humana. No obstante, han pasado a un segundo plano. ¿El motivo? Pues creo que se trata de que, como usted y yo sabemos querido lector, al referirme a la naturaleza humana me refiero a la de los demás, a aquellas personas que no pueden evitar tropezarse varias veces con la misma piedra, entregarse al amor aunque éste le haga sumergirse una y otra vez en las situaciones más humillantes que pueda imaginar o engañar a sus amigos haciéndoles creer que nuestros actos buscan su beneficio y no el propio.
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Nosotros no somos como ellos. No nos dejamos engañar, seríamos incapaces de perdonar a ese amigo una y mil veces, aunque de algún modo nos satisfaga esa concepción inmanente de la amistad y del amor. Aunque nos derritamos cuando ellos se besan por fin, después de darle varias vueltas durante varios capítulos. Porque no creemos que exista nuestra media naranja, pero en la ficción dos personas sí que pueden estar predeterminadas, y perdonarse todo, desde una infidelidad hasta que sus celos provoquen que te echen del trabajo o algo peor.
Porque la redención no existe. El desarrollo de los personajes, tan necesario en nuestros productos culturales, tampoco. La gracia está en que nada cambie, o en que todo lo cambie para que nada lo haga. En saber que el protagonista, lo quiera o no, es un desastre y cuando vuelva a encontrarse en la misma situación, volverá a hacer lo mismo, volverán a perdonarle y volverá a divertirnos.
Que al final todos acabaremos juntos porque seguimos siendo una familia, y en una familia todo se perdona.
Comedias de situación
(1) La segunda temporada es un coñazo, no la vean.
(2) En este caso hay que señalar que las series españolas son la excepción, ya que en el caso de las más exitosas como Siete Vidas o Aquí no hay quien viva la duración llegaba a ser casi de hora y media, y los nombres en el reparto casi ilimitados. Supongo que esto se debe fundamentalmente a dos factores: la necesidad de entregar al espectador un producto que le tuviera entretenido hasta la media noche y la tradición española de las comedias corales en el cine.
(3) Lo que no quita que, en algunos casos, se utilizara el contrapunto. Por ejemplo, en Primos lejanos, donde el primo Larry era el urbanita contaminado por la cultura occidental y Balki Barkotomous el ingenuo inmigrante que siempre acababa dándole lecciones con su generosidad y ausencia de intenciones ocultas en todo lo que hacía.
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