Segundo movimiento: El diminuto destructor de mundos
El diminuto destructor de mundos
“La casa está que arde, y corre, se hace tarde,
mi vida con Fiebre pronto va a saltar.
Mi vida está que arde, la vida se me sale,
mi vida con Fiebre pronto va a saltar.
Soñé que me soñaba soñar que te abrazaba,
mi vida con Fiebre, vida con Fiebre,
mi vida con fiebre
ayúdame a bajarla.”
Chucho, Mi vida con fiebre
El diminuto destructor de mundos
“Te encanta autodestruirte
y que los demás lo vean.
Hazte un favor:
Crece un poquito”.
Me lo dijeron hará veinte años,
son palabras que se me quedaron grabadas.
Aunque ahora no importa:
Ya nadie espera nada de mí.
Sólo temen que vuelva
a traspasar
la fina línea que existe
entre la depresión y la locura..
Alcohol y descontrol,
se me ha apagado el cigarrillo,
tengo mil mecheros
y no funciona ninguno.
Y, totalmente ebrio,
apago la televisión
lanzando con fuerza
una silla del salón.

Necesito fuego mamá,
dónde coño estará
la caja de cerillas.
No puedo pensar en otra puta cosa
que no sea encontrar esa puta caja.
Podría estar haciendo cualquier otra cosa:
dejar de beber todo el tiempo,
impedir el regreso de algunos fantasmas.
Pero no, estoy aquí,
dispuesto a perderlo todo
apostando en mi contra.
Ahora que ni ella ni nadie
están aquí conmigo
puedo hacer lo que quiera.
Mear en las paredes
y tirar botes de pintura roja
sobre todos los muebles.
Puedo apostar contra mí
ahora que estoy
dispuesto a perderlo todo.

Tú ya no estás mamá, ¿qué hora cosa puedo hacer?
Después de tantos años
de drogas y medicación,
me pregunto cómo soy capaz
de recordar nada.
Pero tengo recuerdos de ti,
tan vívidos que se me asemejan
lo único cierto que hay a mi alrededor.
Hay un espejo en mi habitación.
Refleja mis ojeras, mis canas
y esa barriga que tanto criticabas.
Y las voces en mi cabeza
me dicen que no pasa nada,
que puedo viajar al pasado
y volver a verte.
Ser niño otra vez,
volviendo a aquellos tiempos
en que todavía
nadie me había asestado
una puñalada mortal.
Y, sólo por ese motivo,
sigo llamando a un número de teléfono
que la grabación insiste
en decirme que no existe.
Tú deberías estar ahí,
coger el teléfono
y yo, al otro lado de la línea.
Pero no puede ser,
y no sé por qué,
porque la muerte es un misterio,
una dama sin rostro
que, bajo sus mortajas,
esconde misterios
que nadie nunca podrá desvelar.
Y pienso que no merezco que me quiera nadie.
Y pienso que no quiero que me quiera nadie.
Y pienso también en no volver a querer a nadie,
nunca.
El diminuto destructor de mundos

A pesar de que también sé,
que ella estará llamando
a un teléfono que sólo comunica
porque hace ya horas que tiré
el móvil y sus llamadas
por la ventana hacia el cemento gris.
Y, mamá, lo sé, sé que está preocupada
pero he conseguido que deje de afectarme,
Porque qué, mamá, que después de ti
ya no merezco que me quiera nadie.
Sólo puedo decirles: alejaos,
porque sé que mi historia
nunca terminará bien.