“No sé qué dijiste pero tengo miedo. Lo estoy intentando, no lo recuerdo” Barricada, Con el izquierdo
Con el izquierdo
Descontrol. Las voces en mi cabeza vuelven a pelear. Una me dice que te busque en mis recuerdos, la otra que se me ha dormido el pie izquierdo y no me podré levantar.
Lo peor del viaje al centro de la locura es que, dentro de ese tren, siempre hay una rejilla por donde se cuela la luz suficiente para que, en el fondo, seas perfectamente consciente de lo desequilibrado que estás.
Hay una tercera voz te que grita: ¡Reacciona! Pero eres incapaz de obedecer.
La genialidad de ayer, todos tus cumplidos, son hoy papel mojado. Y no recuerdo, exactamente, que es lo que decías ayer.
Tu cara sin rostro, que me habla sin mirar me confunde, y la rejilla me dice que tengo que huir. Pero no puedo porque se me ha dormido el pie izquierdo y estoy atrapado en este camastro.
Hace frío y sólo tengo dos finas sábanas con el escudo del hospital bordado. Se escuchan voces fuera de la habitación, debería salir huyendo de aquí, pero todas las puertas están cerradas.
Algo me dice que tendría que echar a correr pero, ya sabes, mi pie izquierdo y mis pensamientos congelados de clonazepam me recuerdan que la puerta de la habitación está ahí cerca, casi al alcance de la mano pero también lejos a miles de años luz de este planeta.
Y me pregunto si alguien aquí es capaz de pensar como yo, no lo mismo, sino de la extraña manera que yo lo hago.
Empiezo a gritar y, cuando creo que nadie me escucha, llegan gigantes vestidos de blanco que me atan a la cama. No puedo mover brazos ni pies, más clonazepan, me duele el pie izquierdo, quizá se esté despertando.
Y tú, flotando en la habitación, mirándome sin ojos y recordándome que las bellas palabras que me dedicabas ayer hoy no son mas que pesadilla.
“God isn’t real. Now go jerk off to my porn” Riley Reid
Riley Reid
Empecemos con una obviedad: el porno es una industria que mueve millones y crea miles de puestos de trabajo para chicas que estén dispuestas a vender su cuerpo, tal vez también su intimidad, delante de una cámara. Quizá sea sólo esa cámara lo que diferencia su profesión de la prostitución, no sé, no voy a abrir ese debate de momento. Pero no nos vayamos por las ramas y dejemos una cosa clara: hay miles de actrices porno rubias, morenas, de ojos azules, marrones, verdes, uno de cada color, tatuadas, operadas, maduras, con labios hinchados por el botox, delgadas, entradas en carnes, intelectuales, frikis, dispuestas a hacer sólo escenas lésbicas o a llegar al límite de lo aceptable en la forma que son humilladas, degradadas o maltratadas.
Entre todos esos terabytes de contenido prohibido, imágenes, vídeos, parafilias y lluvias no sólo de semen, es difícil destacar. Los hombres lo suelen hacer por su dotación, claro. Pero las mujeres… Es otra historia. Literalmente, otra historia, porque deben contárnosla no sólo delante de una cámara con su cuerpo, su cara, su voz lujuriosa y sus gritos de placer, sino también deben hacerlo detrás. Si no, que le pregunten a Sasha Grey que, en el mundo del porno se hizo famosa por la profundidad en el arte de la felación y por pedirle a Rocco Siffredi que le pegase un puñetazo en el estómago mientras se la practicaba. Hubo incluso quien hablaba de la nueva Jenna Jameson y, sin embargo, su popularidad aumentó cuando confesó al mundo que le gustaba leer y escribir y que su intelecto iba más allá de lo que normalmente se considera adecuado para una chica del porno, ya que estas no pasan de bitches, whores o stupid girls.
A partir de ahí su carrera pasó por otros derroteros trabajando como actriz en películas notables como The girlfriend Experience del director Steven Soderbergh y Open Windows, proyecto internacional de nuestro Nacho Vigalondo. Después inició el camino que tantas mujeres han iniciado después de las 50 sombras de Grey, es decir, la escritura de una trilogía de novela erótica e, incluso, ha acabado dando charlas en colegios para promover la lectura.
Pero no hemos venido aquí a hablar de ella, ni de Mia Khalifa, la actriz amenazada por el terrorismo islámico por haber protagonizado una escena con el hijab, convirtiéndose en un símbolo de la libertad contra el fundamentalismo que le catapultaría hacia una carrera de éxito en los programas. Tampoco de Monique Alexander, que combina su faceta de actriz porno con los programas de radio y televisión hablando de educación sexual.
Hemos venido a hablar de Riley Reid y a preguntarnos en primer lugar, el porqué de su reinado en un mundo repleto de veinteañeras con cuerpos semiadolescentes como ella, de sus 2,3 millones de seguidores en Twitter y 2 millones en Instagram. Vamos a hablar de la razón que le ha convertido en un icono y un mito y, también, un poco de su vida privada, del deprecio y el rechazo que ha tenido que sufrir por parte de su familia por su profesión.
Si echas un vistazo a la Wikipedia obtendrás unos pocos datos. Nació en Miami Beach, Florida el 9 de julio de 1991. Pasa de los 30 años aunque no los aparente y en el imaginario colectivo siga siendo esa jovencita, girl of next door que, tal como pudimos ver en el ¿documental? Hot Girls Wanted, se trata de un perfil ampliamente demandado por la industria del porno. Su nombre real es Ashley Mathews, ha ganado multitud de premios AVN por su trabajo y ha participado en más de 1400 escenas entre películas y sitios web como Brazzers, Naughty America, Bang Bros, etcétera.
Riley responde al mito de lolita, no respondiendo a la descripción que se hace del mismo en la película homónima de Stanley Kubrick como a la de la canción Moi… Lolita, gran éxito pop de los noventa, que convirtió a Alizée en una estrella: la jovencita con pantalones vaqueros y malas notas que no tiene la culpa de que los hombres se lancen sobre ella en cuanto la ven. Se trata de la víctima perfecta, pero sólo por una razón: desea serlo.
Milan Kundera decía que el flirteo o la coquetería eran una propuesta de sexo sin garantía. En el caso de Riley Reid, su sonrisa pícara, es una garantía de pecado, porque cuando alguien intenta seducirla significa que ella ya lo ha hecho. Dirá el lector que no podría ser de otra manera en el mundo del porno, con razón, pero así como otras actrices se muestran como víctimas del deseo masculino, ella no lo es. Ella lo sabe, ella maneja la situación, por más dura que acabe siendo la escena.
Y esto es todo lo que tengo que decir de ella como actriz porno o como trabajadora sexual. No creo que haga falta una descripción pormenorizada, ni siquiera añadir una escena, porque quien así lo desee puede dejar un rato de leer este artículo y, cuando vuelva más relajado y dispuesto a la reflexión, retomarlo a partir de su página de twitter:
La foto de su perfil ya es toda una declaración de intenciones, ese dibujo con una gorra comiéndose un plátano básicamente de un bocado. Después, en la foto de la página una interesante reflexión:
“Yo: Existo. Instagram: Has violado nuestro acuerdo de términos y condiciones”.
Riley es una estrella, insistimos, con más de dos millones de seguidores. Hay muchos actores de cine, digamos convencional, que se cortarían un brazo por conseguir esa cifra y, sin embargo, sigue siendo de algún modo despreciada. No se trata de términos y condiciones, sino más bien de términos morales. Como decía Amarna Miller en una interesante entrevista en Jot Down, sobre las escenas de sexo explícito en el mundo del arte:
“Depende de cómo se cuente y cómo se planteen los personajes. Igual que en una película normal el sexo gratuito estorba y no tiene que ver con la trama, pero si se va construyendo una situación en la cual los personajes lo están buscando y al final sucede a mí sí me parece que puede aumentar la calidad literaria. Me parece hipócrita que se omita el sexo en todas las obras supuestamente artísticas, como si el sexo perteneciera a otra área del conocimiento y fuera sucio, turbio y moralmente reprobable”.
Hay directores que ya han superado esto, como lo hizo Michael Winterbottom, con un resultado irregular en su película Nueve canciones. Pero el caso de Riley va más allá, incluso de ella, porque es el hecho de ser una trabajadora sexual es lo que la convierte en sucia, turbia y moralmente reprobable. Viven en un mundo donde el feminismo todavía no ha planteado de una manera abierta y sincera el tema de la prostitución. Donde muchas corrientes quieren imponer una opinión propia sobre el tema, rechazándolo del plano y, lo que resulta más grave en mi opinión, sin permitir, sin dar voz a aquellas personas que se ganan la vida de esta manera.
¿Qué es lo que quieren las trabajadoras sexuales? Apenas lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, más allá de su trabajo, Riley Reid tiene una voz, tiene opiniones propias que le convierten en una mujer inteligente y empoderada. Sí, utiliza su cuenta de Twitter para promocionar su inevitable OnlyFans y sus vídeos porno, pero también para dar sus opiniones sobre teatro, relaciones con hombres de mayor edad, sobre cómo conseguir su independencia económica sin depender de nadie o de la necesidad de controlar el tiempo que pasamos en Internet o en las redes sociales.
Watched The Social Dilemma & you should too if you haven’t. You should also consider changing your phone routines so you don’t spend so much time on social media apps. I know, cliche bc I’m using twitter to inform you of this but thats all I have to connect with you.
No voy a citar tweet a tweet estos temas, no me interesa hacerlo. Me interesa hablar de Riley y su complejo de Electra. Un complejo falso, por supuesto, no más que una metáfora de la manera en la que ha sido menospreciada y despreciada por su familia porque el sexo es sucio e inmoral. Lo es aunque todos lo consumamos. Aunque lo encontremos en todas partes y sea un negocio que mueve millones por todo el mundo.
Riley tuvo este tweet fijado durante bastante tiempo:
¿Recordáis lo que decía Amarna Miller? Riley destroza ese argumento en una frase, no el de Amarna sino aquel que menosprecia el sexo, de diez palabras que traducidas vendrían a decir: “Dios no existe, así que mastúrbate con mis vídeos”. Déjate de chorradas, el sexo está y siempre va a estar ahí. ¿Tienes una necesidad? Satisfácela, deja la moralidad a un lado, porque sólo es un constructo social que te oprime, que nadie te diga que disfrutar es malo, está prohibido o que tienes que esconder ante los demás. Durante siglos hemos vivido el sexo como un pecado, no cometerás actos impuros dice el sexto mandamiento, que se ha utilizado como excusa para defender que el sexo sólo ha de ser utilizado para la procreación. Por eso Dios castigó a Adán y Eva a avergonzarse de su desnudez, no debes morder la manzana, no debes saltarte las reglas. No puedes vivir de acuerdo con tus propias reglas. Por ese motivo, el padre de Riley, fanático religioso la ha rechazado en público varias veces. No es el pecado, es la incapacidad de algunos de permitir a los demás vivir su propia vida como le dé la gana, bajo el imperativo de múltiples ideologías, algunas religiosas, otras que pretenden serlo y otras que no lo son en absoluto.
La ruptura de Riley con Dios le permite, como diría Walter Benjamin caminar entre las ruinas. Es una mujer empoderada, casada y con un hijo que no ha dejado de ejercer su profesión. ¿Una víctima del patriarcado? A mí no me lo parece. Es una mujer de su tiempo que vende su imagen por Internet pero: ¿Por qué su faceta de influencer es menos lícita o legítima que la de Chiara Ferragni?
Y ahora, pienso en lo que escribo y me imagino como una tortuga patas arriba, me contradigo diciendo que Riley Reid sí es una víctima del patriarcado. Lo es por su complejo de Electra, porque ha intentado buscar la aprobación de un padre que la desprecia incluso públicamente. Y es por ello que en la descripción que da de sí misma en las redes es que es atea. El mismo motivo por el que más de una vez les ha dicho a sus seguidores adolescentes que no se preocupen que, también a escondidas, sus padres ven el mismo porno que ellos.
La hipocresía de los argumentos de Riley Reid y Amarna Miller no viene del libre ejercicio de su libertad, sino de la supuesta consideración del porno de Internet como una expresión artística. Porque ya no se hacen películas como Tras la puerta verde, verdadero festival de escenas psicodélicas, como Latex de Michael Ninn, fábula futurista y virtuosa reflexión sobre cómo limitamos nuestro deseo sexual o cualquier película de Andrew Blake, que, con estética de videoclip, consigue crear universos hipnóticos y sugerentes que verdaderamente te atrapan más allá de la paja rápida.
Ellas viven (o vivieron, ya que Amarna ha dejado el negocio) del sexo encorsetado, de las páginas de fetiches: sexo con mi niñera, sexo con mi profesora, infidelidad, sadomasoquismo o vídeos de casting verdaderamente asquerosos donde la sexualidad se confunde con el maltrato, la degradación y la humillación. Escenas unidimensionales donde el cáncer no se haya en el tabú del sexo, sino en la excesiva simplificación del mismo y la cosificación de las trabajadoras sexuales.
Riley Reid puede ser ella misma en Internet. Puede dar sus opiniones, pero éstas están escondidas entre multitud de videos promocionales en plan ¿en qué agujero me la meterías? Por lo que su personalidad y su discurso se desvanecen dando paso a un nihilismo cada vez más presente en todas las capas de la sociedad.
Las fake news y las pajas rápidas provienen de la misma fuente. De aquellos que quieren mostrarnos un mundo a la medida de nuestros deseos, nuestros fetiches más allá de toda empatía o sentido de la reflexión. Mal llamados periodistas que difunden noticias falsas. Mal llamadas feministas para las que las trabajadoras sexuales deberían no existir y, si lo hacen, mejor en la clandestinidad, en los límites, en aquellos lugares en los que no se tenga en cuenta su opinión, dándoles el mismo valor que les dan los consumidores de porno utilizando expresiones como le ha dado lo suyo a esa zorra.
¿Alguien recuerda el famoso vídeo de Rebecca Linares con Max Hardcore? Seguro que la mayoría no han leído las declaraciones de ella diciendo que se había sentido violada y vejada:
“He rodado con ese tipo y la realidad que fue unos de mis peores días de mi vida, estoy avergonzada de ese trabajo debido a que ese tipo no me guardo respeto alguno y no volveré a trabajar con el, casualmente lo vi hace 2 días y el muy cerdo me mandaba besitos dios que asco, a quien le agrada mi trabajo le agrada verme gozar, te afirmo que en esa escena no disfrute nada y me entristece suponer que gente que le agrade, desee verme en esa circunstancia“.
En definitiva se trata de crear el hombre y la mujer unidimensionales que sólo ven el mundo desde su propia esquina, incapaces de aceptar que puede haber cosas en el mundo que no son de su agrado, convencidas de que se trata de aquello que debería no existir. Se trata, en fin, del capitalismo y la cultura del consumidor donde nos meten estímulos constantes con una cuchara haciéndonos sentir superiores engordando nuestro ego sólo en base a la idea de que tenemos siempre la razón, a la ilusión de que un famoso podría ser amigo nuestro por dar un like a uno de nuestros tweets o por seguirnos en Instagram y a la idea descabellada de que Riley podría tener el mínimo interés de practicar sexo con cualquiera de los sudorosos espectadores de sus omnipresentes vídeos.
Siempre quedarán sus canciones, pero eso no es excusa para no echarle de menos. Su voz rasgada se apagó a los 58 años, el ocho de enero, de un cáncer de laringe. Él componía canciones y yo las escuchaba mil veces. Algunas todavía consiguen ponerme la piel de gallina. Sobre todo aquellas que componen los discos de la que considero es la trilogía esencial de Barricada: Pasión por el ruido, Rojo y No sé qué hacer contigo.
Podría poner tantas, incluso varias que no aparecen en estos tres discos. ¿Quién no recuerda No hay tregua o Lentejuelas? Quien no lo haga desconoce parte de mi universo. Escojo ésta, porque en ella Boni nos explica cómo funciona y cómo funcionará siempre nuestra sociedad.
Quizá la pena no se deba tanto a la muerte en sí como al hecho de darnos cuenta de que parte de nuestro mundo se está desvaneciendo y algún día todo él desaparecerá para siempre. Que tuvimos la suerte de que ellos vivieran con nosotros aquellos días y que aquellos días ya nunca volverán.
Y, sin embargo, siempre quedarán las canciones, haciéndonos estremecer, sentirnos capaces de cualquier cosa, acompañándonos de momentos más oscuros o recordándonos quienes somos.
Y, lo más importante, que nunca hay que dar un paso atrás. Porque nadie evita la paliza por salir corriendo.
La sensación de no merecer me persigue en esta noche sin sueño de luna creciente en la que todos a la vez os aparecéis en todos los rincones para convencerme de que sí hay una luz al final del túnel.
Y yo, ni me lo creo, ni me lo dejo de creer. Prometo luchar a veces y otras suelto una diatriba sobre las ventajas de quedarme aquí, quieto, en concordancia con la línea de la compasión y la destrucción.
Y eso es lo que estoy haciendo aquí, en esta habitación de hotel. Rodeado de pastillas, Valorando la necesidad de llegar al fin de la noche y cuestionándome la posibilidad de quitarme de encima toda esta suciedad que tanto contrasta con pulcritud y la impersonalidad de estos muebles que me rodean.
Me gustaría gritar, romper en mil pedazos los espejos, todos los cristales de esta habitación, sólo para evitar ese reflejo donde me miro y veo algo muy distinto a la persona que siempre me hubiera gustado ser.
Y sopeso la posibilidad de no salir nunca de aquí, de no volver a ver de nuevo un amanecer. Y fumo un cigarrillo tras otro pensando en lo cerca y lo lejos que estáis y lo poco que os dejo verme realmente.
Y pienso no merecer saber que me recibiríais con los brazos abiertos, porque por más que lo intente no consigo explicároslo nunca entenderéis que no soy más que la sombra de una mentira, que hay pecados que llevo tatuados en tinta invisible, pegados a mi piel, ocultos para vosotros que no tenéis presente el dolor que sufrí al profanar mi piel con aquellas agujas, ni que ahora me paraliza la vergüenza de mi desnudez y el alcance del daño provocado.
Dónde estoy, muy lejos de mí, dentro del espejo, como Alicia en el país de los desquiciados, junto a ese conejo que me susurra al oído que si pude seguir el camino para llegar aquí debería poder recordar también el de vuelta.
Quizá tomándome todas estas pastillas de golpe lo pueda encontrar.
Pero algo ocurre o ya ocurría, de repente, el humo del tabaco, que cubre ya toda esta habitación se va tiñendo con los rayos de sol que entran entre las rendijas de las persianas.
Y, por fin, abro todas las ventanas, dejo que salga todo el veneno y decido, otra vez, intentarlo un nuevo día.
Y, desde el último piso de este gran hotel, Imagino que puedo volar y vosotras hacerlo conmigo. Volar hacia delante, hacia un futuro que, aunque sea incierto, sigue siendo futuro al fin y al cabo.
Hace ya algún tiempo, que decidí perderme en un laberinto. Consagrar mi fe en la humanidad sólo a sus creaciones artísticas. Ni a la vida ni al perdón.
Dicen que la caída de una hoja y el asesinato son hechos que, racionalmente, tienen el mismo valor. Quizá, entonces, nuestras mentes se hayan vuelto excesivamente racionales.
No es posible sentir lástima por los asesinos de los asesinos porque, como dice la canción, cuando se aprende a llorar por algo, también se aprende a defenderlo. La cuestión es quien fue el primero en defenderse y por qué tantos de vosotros os ofrecéis al fanatismo de las cárceles, de las ejecuciones, de los campos de concentración.
Quisiera que mi voz fuera tan fuerte, pero no lo es, sólo es una más, no atravesará montañas ni removerá conciencias. Tampoco volverá a confiar en vosotros, de la misma forma que nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl.
Si tú me llamas a mí fascista, yo te lo llamaré a ti. Si dices que soy un asesino, te recuerdo las torturas y la absoluta necesidad del tiro en la nuca De tu nombre, dentro de mi punto de mira. De la cal viva, del asesinato de chavales inocentes . Construid un campo de concentración en cada pueblo consagradlo vuestra ideología de mierda. Ésa misma que no se sostiene porque hace agua por todas partes.
Creo que llegué a esconderme en aquel laberinto, por la misma razón que lo hacéis vosotros. Para no sentir nuestra pérdida colectiva de humanidad. Por no reconocer que sólo somos cerdos, con un origen, peor que el de los cerdos.
No sé quién disparó primero. Pero la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado. No sé. Quizá sólo sea el aburrimiento que nos lleve a comprar cualquier doctrina de sado.
Tal vez, sólo seamos una especie destinada a la autodestrucción.
Tal vez sea lo único que nos merecemos.
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