Me llamo Ernesto, Ernesto Bánegas, sin segundo apellido, nadie se molestó en ponérmelo. Nunca estuvieron claros mis orígenes, nací en un momento indefinido, entre los caminos que crean las ruinas y las luces que proyectan sombras.
Camino hacia ninguna parte, así me aseguro de que mi presencia tienda al infinito.
Vivo en la duermevela, entre imágenes que no son reales. Recuerdo a aquella persona que era feliz contigo, pero ya no la reconozco. Viví intensamente nuestros planes de futuro, ilusiones de realidad y me vuelvo a despertar entre pesadillas, ¿o acaso es sólo un mal sueño? ¿Despertaré y tú estarás aquí? No, no estás.
Las pesadillas empiezan desde el amanecer y me paso el día enganchado al narcótico sabor de la eutanasia.
Me encanta autodestruirme, pero no tiene tanta gracia cuando aquí no hay testigos. Pienso en salir a la calle, empezar una nueva vida, pero mi aliento es de metal; ¡se vive tan bien en soledad con cinco comidas, varias botellas y once pastillas al día!
Y suena una música contagiosa y despierto para bailar dormido. Ya no sé dónde estoy, no reconozco el lugar, sólo la nicotina pegada a las pareces. Y pienso que vivo mejor enganchado al dolor, con el recuerdo de un fracaso del que siempre será culpa tuya, no mía.
Siéntete culpable, no disfrutes, no tienes derecho mientras yo me hundo y estoy sufriendo, estoy sufriendo, no tienes derecho.
Y te escribo una hagiografía satánica. Mi baile ya es torpe, desesperado. Hace siglos que no sonrío y las lágrimas no calientan mi rostro. Me siento en un rincón fumando un eterno cigarrillo y caigo en la cuenta de que te has convertido en parte del mundo exterior. Tal vez, si salgo a la calle te vea disfrutar con ellos y la única verdad será clara para mí: No nací en la posibilidad de redención y ahora me encuentro solo, vacío de ilusiones y de futuro, mi pesadilla es tener que enfrentarme constantemente a la realidad y estoy asustado, y sé que tú no te molestarás en venir a salvarme.
