Y, entonces, llegó para mí el instante más temido,
en el que mis frases sonaban a excusas
y mis declaraciones a fuego de artificio.
No era mi página la que estaba en blanco
sino aquella que había escrito para ti.
Sólo quería que volvieras
pero no sabía como decírtelo,
porque en el fondo era consciente;
de nosotros dos sólo quedaba ya una cosa:
un cadáver precioso.
Durante meses tu decepción había sonado en todas las radios
y después tus gritos se convirtieron en el sonido del silencio.
Cuando te fuiste te llevaste todos mis libros
y me dejaste los ojos rojos
y el sabor amargo de aquella bilis tanto tiempo contenida.
Al abrir la puerta
despertaste la corriente
que se llevó todas mis palabras.
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