Jardines de nicotina
He plantado jardines de nicotina,
en ese territorio tan vasto que son mis pulmones.
A veces noto que me falta el aire.
Y pienso que algún día, alguien dirá:
otro talento desaprovechado
que nos ha dejado por culpa del tabaco.
Sin embargo, son otras muchas las veces
las que es el cerebro el que no me deja respirar.
Otros dicen que es la naturaleza
o el instinto de supervivencia.
Yo únicamente sé una cosa:
no me llevaré ninguna sorpresa mi último día
porque tengo claras las sensaciones
que uno experimenta en el momento de morirse.
Es probable que tenga grasa en el hígado.
Dicen que así es como se ha convertido
en ese lugar mullido
donde los glóbulos rojos
se echan a descansar
cuando se encuentran cansados de su largo periplo.
Dicen también que salen un poco mareados
a causa de la mezcla del alcohol y los psicofármacos.
Y que esto afecta también a veces a los glóbulos blancos.
Es ésa y no otra la razón de que los gérmenes y los virus
campen a sus anchas por tantos de mis órganos.
Pero, al menor, una buena noticia:
mi orina es de color amarillo verdoso,
y eso implica que mis riñones funcionan de puta madre.
Mis conexiones cerebrales fallan últimamente,
cada vez más, en medio de una conversación,
de repente digo algo sin sentido y todos se me quedan mirando.
No sé si culpan al alcohol con el que riego mis jardines de nicotina
o simplemente al hecho de ser un desequilibrado mental.
Antes mi pensamiento se movía rápido,
no perdía detalle,
ahora sólo busca conectarse a la realidad,
a las nociones de memoria y tiempo.
Me siento tan mayor ya,
tan de vuelta de todo.
Por eso a veces considero imposible
la posibilidad de volver a pecar
y caigo en el mismo error, una y otra vez,
porque sólo un apéndice y un bazo perfecto estado
como credenciales de la salud de mi organismo,
si os soy sincero, no parecen gran cosa.
