Puedes poner música a un poema, pero no puedes convertir una melodía en palabras. Sólo en un conjunto de notas musicales que no significan nada para casi nadie, al menos no para mí. Y, sin embargo, muchas veces, hay en mi mente una melodía que se repite cuando escribo. Hasta incluso intento adaptar los versos a esa canción. Una canción que puede que exista o no. Depende del día, depende del momento, de si he escuchado a Mingus o a Stars Of The Lid. Entonces la letras deben ser improvisadas, caóticas hasta un punto y ligeras, o bien lentas, pesadas, encerradas en sí mismas.
Cuando un periodista del futuro me pregunte de cuales son mis influencias, le contestaré con muchas influencias musicales y muy pocas literarias; siempre he hecho ver que he leído mucho más de lo que he leído en realidad. Como Nacho Vegas sólo pretendo captar de algún modo actos que son inexplicables, abstractos pero que, sin embargo, son lo más importante en nuestra vida. Casi nunca lo consigo, a veces sí. Pero cada una de mis letras no pretende otra cosa que componer una imagen dentro de una película críptica sin principio ni final. Se trata, en definitiva, de encontrar una serie de frases que tengan un significado por sí mismas en un ambiente de ausencia total de sentido.
Nunca he visto que se le pregunte a alguien por el sentido de una melodía y, por eso, no me parece razonable que nadie me pregunte por el sentido de mis palabras. Incluso en la música, sólo se busca esa influencia en la letra. ¿Ha sido tal o cual ruptura la que te ha llevado a componer esta canción? ¿En quién pensabas cuando escribiste ese poema? Pues quizá sólo en la melancolía. Quizá ella sea la protagonista y el resto un montón de frases sin sentido.
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