Fiebre
Soñé que tenías fiebre
y, entre sudor y temblores,
nos abrazábamos
mientras me repetías
que no te dejara ir.
Soñé que te atrapaba entre mis brazos.
Soñé que desaparecías para siempre.
Soñé como un insecto,
observando la escena pegado a la pared.
Desde arriba te mataba.
Me he levantado con fiebre esta mañana.
He desayunado un poco y me he vuelto a dormir.
La energía fluía
y escapaba lentamente de mi cuerpo.
Soñé que toda aquella energía podía destruir todo el universo.
Y, desde algún lugar,
una presencia extraterrestre me observaba.
Convencida de que mi mal no tenía cura,
arrancaba su nave a máxima velocidad
para destruir nuestro planeta.
El que soñamos tú y yo,
desgastando el sexo, sudor y nuestras lágrimas.
Alimentándonos sólo de la fiebre,
del deseo de ir más allá.
Ahora me encuentro en el purgatorio
y la escena se repite constantemente.
Llegan y lo destruyen todo.
Yo tengo fiebre y tú también.
Nos abrazamos y tú desapareces.
Porque esta noche he aprendido
que sólo puedo detener esta locura
abrazando fuerte tu cuello,
esperando que llegue el momento
en el que, por fin,
dejes de respirar.
Ésa es mi última posibilidad
de proteger nuestro mundo.

Y veo criaturas en las paredes,
vienen a por mí,
tiemblo sólo con la posibilidad
de pensar que podrían
volver a tocarme.
Abrazado a ti,
tiritando,
pensando en la posibilidad
de que vengan a buscarnos
de que esta fiebre acabe,
porque es lo único que nos mantiene vivos:
La necesidad de malgastar todas nuestras fuerzas
hasta quedarnos agotados,
tumbados el uno al lado del otro,
risa con risa nerviosa,
sólo esperando que nuestros cuerpos dejen de temblar
y nuestros sexos dejen de doler.
Y descubro la posibilidad de una noche más.
Deja de estar en guardia el universo.
Los moratones poco a poco desaparecen.
Puedo volver a besar tu precioso cuello.
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