El fin del verano
Reflexionando sobre mi naturaleza divina
caí en la cuenta de que podía hacer muy pocos milagros.
Que me gustaría convertir el agua en vino
y, sobre todo, saber parar antes de que me siente mal.
Pero todo eso es imposible.
Y otras tantas promesas que te hice
también fui incapaz de cumplirlas.
No pude salvar al mundo.
Carezco de la virtud de amar a los demás
como a mí mismo
Y quizá podría hacer algo más,
pero me aburren vuestras oraciones.
Y esta noche te había prometido
fregar los platos antes de acostarme.
Ni siquiera eso podré hacer por ti.
Tengo que irme a otro lugar.
Dejar abandonados a todos los apóstoles.
Gritar,
cuando llegue la noche,
que yo no soy el mesías,
porque me gustaría resucitar a los muertos
pero eso es imposible.
Y, si alguna vez pensaste que podría hacerlo
fue sólo porque quisiste hacerlo.
No me eches a mi la culpa.
Hoy no cargaré con tus pecados.
Nunca más podré redimirte.
Y aún así esta noche soñarás
que soy tu ángel de la guarda.
Conservas compacta toda tu fe en mí.
Pensarás que hoy puedo hacerte feliz.
Pero no ocurrirá,
Esta noche no.
Sólo te diré que lo que eres es tu mayor pesadilla
y, después, me marcharé
dejando la loza a medias,
sin decirte que seré capaz de hacerte feliz,
porque es imposible.
Lo es,
completamente imposible esta noche,
que no es una noche sino una frontera,
la línea a partir de la cual
dejarás de mirarme como lo hacías.
Porque yo también soñé como tú
que todo sería perfecto,
que podría serlo sólo para ti,
que tu amor podría redimirme.
Y tal vez podría dejar de vaciar
tantas botellas.
Pero siempre lo dejé para otra noche,
como haré hoy.
Porque ésta era la noche del milagro,
pero los milagros no existen.
