El escritor
Algunas veces,
la mejor opción,
es el camino más fácil.
Yo,
sin embargo,
ante cualquier disyuntiva,
no tengo ninguna duda:
siempre escojo el camino imposible.
Resulta mucho más dramático,
un paso más,
junto al alcoholismo,
para saciar mi necesidad de ser recordado
como un poeta maldito.
Esta noche ha sido noticia el fallecimiento del escritor Ernesto Bánegas, famoso, además de por obras como “SITCOM” y “cosas imaginarias”, también por llevar una vida desordenada no exenta de polémicas. El escritor, muerto, de acuerdo con la nota de prensa escrita por la familia, a causa de complicaciones en una operación; solía afirmar que su alcoholismo era consecuencia de las pesadillas que le atormentaban cada noche.
Se despertaba sintiendo que miles de arañas recorrían su piel. Cada noche era para él un encuentro con la desesperación ya que siempre temía morir por una de sus picaduras. Decía que, por esa razón, le resultaba imposible irse a dormir sin antes hacer una larga visita a su mueble bar para beber hasta quedar inconsciente. Además del alcohol se rumorea que también coqueteaba a menudo con el rohipnol y el lormetazepan.
Solía despertarse después en plena noche, en posturas imposibles, tumbado en el sofá o sentado sobre una alfombra con la cabeza apoyada en la mesa de su salón. Decía que en aquellos momentos su ánimo era más débil y su inspiración más fuerte, cuando todas las musas de los siete reinos de la literatura acudían a visitarle y él les pagaba escribiendo un conjunto de palabras mágico, desordenado y sublime. Sin duda no plato de buen gusto para cualquier lector, porque había quien veía en él a un genio mientras otros le acusaban de farsante.
Descanse en paz un héroe literario que, en su vida privada, siempre se mostró como un cobarde ante los vaivenes de la existencia.

Supongo que es demasiado largo para un epitafio
y,
sin embargo,
es lo que me gustaría que pusieran en mi tumba.
Algo que no me describiera en absoluto
ser recordado como un personaje literario,
porque las personas siempre mueren
y ellos no:
son dueños de un olvido que nunca llega.
La realidad
es
que
si mi vida fuera literatura
sería mucho más apasionante que la tuya.
Lo cierto
es
que
si bebo tanto
no es para ahuyentar a las pesadillas,
sino para no echarlas de menos al despertar.
Y,
sobre las teclas,
no consigo recordarlas tal como fueron
y vuelo por encima de la realidad,
atravieso las paredes
y escupo rayos láser a través de mis ojos.
O
me quedo,
sin más,
sentado en un sofá,
mirando como el infinito
se transforma en un conjunto de burbujas lisérgicas
hasta que se hace de noche
y mi casa se convierte en un conjunto de luces que proyectan sombras.
Y esas sombras son el lugar perfecto para esconderme.
Y, ahora, empiezo a escribir.
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