Caminabas por la calle,
en una estampa primaveral,
acompañada de un desconocido.
Llevaba una camiseta blanca,
marcaba músculo el chulito,
no puedo decirte nada.
No hubiera podido decirte nada de él que me gustara
pensé en saludarte primero,
pero mejor hacerme invisible.
Torcí en una calle estrecha
y desaparecí para siempre.
Quise volver,
preguntarte donde están todos esos libros que no te regalé y te quedaste.
¿Por qué no sonríes así cuando quedas conmigo?
Recuerdo un tiempo en que lo hacías.
¿Recuerdas tú aquella foto que nos hicimos en el espacio?
Teníamos la tierra y las nubes detrás,
la luz del sol sobre nuestras cabezas
y sonrisas de cristal en nuestros rostros.
Yo te dije que era el destructor de mundos,
y tú inventaste una nueva personalidad para mí.
Adiós al monstruo deforme,
mi espejo sólo devolvía las palabras que me dijiste.
Me rescataste desde el reflejo.
¿Recuerdas a Clark Kent?
A tu lado me convertiría en Superman.
Me lo dijiste tantas veces
y tantas me lo creí.
Se te daba tan bien brillar.
Eras Virginia Madsen en la intro de Dune,
contándome mil historias apasionantes.
Yo un ridículo Krilin antes de conocerte,
después un héroe,
el liberador de Namek.
Me bastaron cinco capítulos para matar a Freezer.
A ti cinco o seis meses para volver a meterme en el baúl del que me sacaste.
Me utilizaste para sentirte superior,
podías construirme y reconstruirme,
siempre a tu antojo.
Te odié,
renegué de ti tantas veces.
Vivía encerrado en mi torre,
siempre puesta mi cámara de hierro,
perezoso del mundo exterior.
La primera vez que salgo en meses
y tuve que cruzarme con el idiota de la camiseta blanca,
con tu rostro luminoso
y tus palabras cegadoras.