Desde algún lugar del este
De nuevo me encontraba en otra ciudad.
Las calles estaban desiertas
y yo buscaba un poco de compañía.
El cielo encapotado
y, las nubes,
oscurecían a medida
que se acercaban al horizonte.
Hacía un viento terrible,
estaba decidido a clavarse en mis huesos
y a destrozarlo todo a su paso.
No había empezado a llover todavía
pero se escuchaban algunos truenos lejanos.
De vez en cuando,
el cielo se llenaba de luz.
Y yo sólo buscaba compañía.
Me subí a aquel taxi.
Y el conductor me dijo
que conocía el lugar adecuado
a un precio
que cualquier hombre occidental
estaría dispuesto a pagar.
El taxi se detuvo
y entré en aquel portal
que parecía estar en ruinas.
Me recibió una mujer ya mayor
y me metió dentro de un cuarto.
Ahora pasarán las chicas dijo,
y fueron pasándose una a una,
en ropa interior, presentándose.
Tú me guiñaste un ojo
e hiciste un globo
con el chicle que llevabas en la boca,
te llamabas Tiffany,
y llevabas puesto el disfraz de Lolita.
Soy búlgara y muy divertida.
Yo no necesitaba explicaciones
porque ya había decidido:
compraría tu compañía.
Al principio te dije que sólo quería hablar
pero eras demasiado joven todavía,
para entender mi hastío,
la manera en que quería desaparecer
tan diferente a la tuya.
Yo quería esconderme
en la cueva de alguna montaña,
y tú querías desvanecerte en mil lugares
que nadie de tu vieja vida
supiera donde estabas nunca más.
Aquella misma mañana
entre el olor del café
y el humo del tabaco,
delante del ventanal,
habría firmado ser tu esclavo
a cambio de que te quedases
siempre junto a mí,
con tus ojos azules,
tu pelo hasta la cintura,
tu acento de algún lugar del este
y tu cara de niña.
Hubiera querido protegerte de todos aquellos hombres
pero yo también te había pagado.
También me había subido encima de ti
y, seguramente, conmigo,
también surgió el deseo
de que todo acabara cuanto antes.

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