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Categoría: Televisión

La guerra contra la droga

2022-12-21

La guerra contra la droga

Dímelo.
Dímelo.
Que tú tienes hambre,
tú tienes hambre,
lo mismo que yo.
Kiko Veneno, Hambre

En los últimos meses he visto dos series españolas en las que había dos personajes arquetípicos similares. Se trata del policía corrupto que recibe grandes cantidades de dinero de pequeños capos de la droga a cambio de protección.

El primer caso es el personaje de Ezequiel, interpretado por Luis Zahera en la ficción de Mediaset Entrevías, serie sita en un barrio marginal de Madrid existente aunque, como aparece en un mensaje al principio cada capítulo, no se identifica con la imagen que ésta da del mismo.

Se trata de un producto bienintencionado que no pasa de ser una nueva vuelta de tuerca a la historia de Romeo y Julieta donde, a medida que pasan los capítulos, como pasa en muchas series españolas, todos terminan liándose con todos.

La serie empieza con una temporada centrada en la degradación de un barrio obrero, relacionando ésta con un aumento del tráfico de drogas y la inmigración que, desde el punto vista de su protagonista, Tirso, interpretado por José Coronado, están íntimamente relacionados.


Si la serie puede subir algún peldaño más arriba de la mediocridad, si es que lo hace, no es sino gracias a las interpretaciones de José Coronado (Tirso) y Luis Zahera (Ezequiel). El resto del reparto cumple con sus papeles, en gran medida inverosímiles, destacando las interpretaciones de María de Nati (Nata) y Franky Martín (Sandro). Respecto a los actores que interpretan a la pareja de enamorados, Felipe Londoño y Nona Sobo, lo mejor que se puede decir es que todavía son jóvenes y tienen tiempo para estudiar y prepararse con la finalidad de ejercer otra profesión para la que realmente estén cualificados.
Respecto a Tirso, lo cierto es que aquí no nos interesa mucho hablar de él. Es un personaje bastante inverosímil, ex militar, vigilante, que pasa de ser un facha redomado a convertirse en un entusiasta defensor de la inmigración y la multiculturalidad.


Ezequiel, sin embargo, es un personaje muy interesante, al menos en la primera temporada. Ezequiel es un subinspector de policía, convencido de que Entrevías es un organismo vivo que seguirá funcionando (o disfuncionando) independientemente de la labor policial. Es un personaje que se mueve constantemente entre líneas, interactuando con los demás personajes con el único fin de que el equilibrio se mantenga para evitar guerras entre las diferentes bandas de traficantes que trabajan en el barrio. Para ello mantiene una alianza con un narcotraficante (Sandro) quien cuenta con más medios, personal y armamento que los demás. Sandro es para él un medio. Debe haber un rey en el barrio al que el resto de señores feudales prometan obediencia o, si se me permite el símil, un Leviatán, que clava sus garras en todas las esquinas del barrio, controlando todo y a todos.

La guerra contra la droga

Entrevías

Esta cosmovisión de lo fútil que es eso que ha venido a llamarse la guerra contra la droga es algo que Ezequiel comparte con el Gato (Salva Reina), protagonista de otra serie, Malaka, que es un ejemplo perfecto de lo que una televisión pública ha de ofrecer a sus telespectadores.


Entrevías no puede competir ni en cuanto a puesta en escena, ni en cuando a interpretaciones, credibilidad ni personajes. Sobre todo en cuando a personajes, ya que aquí cada uno de ellos desde sus protagonistas al último secundario están perfectamente dibujados e interpretados.


Se trata de una serie urbana donde conviven todo tipo de policías los corruptos, como el Gato o el comisario Sarabia, los que tuvieron que abandonar el cuerpo por no serlo (Vicente Romero), también una policía profundamente traumatizada (Maggie Civantos) con todo tipo de delincuentes, destacando Laura Baena en el papel de la Tota, entre ellos traficantes, oportunistas, camellos de poca monta, lavanderas de billetes, constructores y políticos que en un mundo perfecto habrían acabado en la calle, prostitutas amateurs y profesionales e incluso una pareja de marroquíes que acaban convirtiéndose en una mezcla de Omar de The Wire y unos Bonnie and Clyde de barrio.


Malaka parte de dos historias que acaban entremezclándose: la del asesinato de la hija de un importante promotor inmobiliario con la de la aparición de un tipo de hachís llamado oro compuesto de una mutación de varios tipos de marihuana que producen un nivel extremadamente alto de TCH y una adicción desmesurada inexistente en cualquier producto de ese tipo presente hasta ahora en el mercado.


El Gato participa en estas investigaciones sólo parcialmente, apurando la paciencia de Blanca (Civantos) al tener que desaparecer frecuentemente para tener que encargarse de otros asuntos relacionados con el mantenimiento del equilibrio en los bajos fondos de Málaga. Aquí los que mueven en percal no se parecen mucho a lo que estamos acostumbrados a ver en las series americanas, gente de gatillo fácil poseedora de interminables fajos de billetes, sino que miembros de diferentes clanes que se juntan cada noche en una casa a las afueras para comer, beber y hablar de negocios. Ahí están los gitanos, los magrebíes, los payos que tratan de repartirse el mercado, haciendo frente común contra los senegaleses que llegaron al barrio haciéndose un hueco a base de hambre, machetes y tijeras o los rusos, que no aparecen en la serie.


Entre todos ellos el Gato debe hacer y cobrarse favores con el fin de mantener la paz al mismo tiempo que asegurar que las drogas y el dinero sigan circulando sin contratiempos.


En contraste el personaje de Ezequiel, que se presenta como un chaval de un pueblo gallego que se hizo policía para ayudar a la gente para acabar viéndose corrompido por las muchas tentaciones que ofrece la gran ciudad, el Gato conoce la calle desde que era niño. Él y sus amigos se ganaban la vida recogiendo los fardos de droga en el mar. Tiene claro de dónde viene y donde está, por eso supo que era mejor ingresar en la policía, después de ver como varios de sus amigos acabaron muertos y otros en la cárcel.
El barrio no va a cambiar, siempre ha sido así y siempre lo será. No es una cuestión de mano dura, sino de pobreza y marginalidad, de oferta y demanda.


En un alarde de inverosimilitud, en Entrevías, Ezequiel dice algo así como que su trabajo consiste en que no muera nadie y que nadie lo ha hecho mientras él ha realizado su cometido en el barrio. Es un alarde también de hipocresía, olvida a las verdaderas víctimas: los consumidores. Con lo que podríamos finalmente deducir que el verdadero objetivo del policía humanista es que los narcotraficantes no se maten entre ellos.


Otra vuelta de tuerca: los únicos personajes relevantes que son adictos son un exmilitar amigo de Tirso, Sanchís, interpretado por Manolo Caro, que vivió una experiencia traumática en la guerra de Bosnia y su propia nieta que empieza a tomar oxicodona para superar la ansiedad de haber sido víctima de una violación múltiple.


Y una vuelta de tuerca más: En un momento en que la nieta de Tirso empieza a recibir asistencia psicológica. Tirso se opone de manera agresiva. Viene a decirnos que los psicólogos son los responsables de la adicción de Sanchís pues le obligaron a revivir el trauma y éste no lo pudo soportar. Quedando claro, finalmente, que la única forma de ayudar a la nieta es la mano dura, obligarle a trabajar y a ganarse el pan, encerrarla en casa o prohibirle ver a su novio. Y la única solución definitiva al problema encontrar y asesinar a los hombres que la han violado.


Que cada uno saque sus propias conclusiones.

La guerra contra la droga

La guerra contra la droga

Salva Reina, Darío, el Gato, no está obsesionado con minimizar daños. Lo hace porque es bueno para el barrio pero también en beneficio personal. Es una persona violenta porque el Málaga donde vive también lo es y porque es la única manera que conoce de protegerse a él y a los suyos.


Tiene claro que vive en un entorno en que las oportunidades no existen. No hay nada de lo que ves y la única forma de prosperar es la corrupción. Por eso, cuando se trata del futuro de su hijo, es puro delirio. Tiene que conseguir un contrato profesional como futbolista e irse a Inglaterra. Salir del barrio y no volver jamás.


Finalmente, tanto el Gato como Ezequiel son incapaces de ganar la partida, porque las cartas que les han tocado están marcadas. Ezequiel se ve obligado a renunciar al amor y, tras ser expulsado, a asumir que nunca volverá a recuperar su placa.


Darío también pierde su placa, pero sabe que no hay más, a otra cosa, no comparte el desvarío de Luís Zahera, quien sueña con volverse un hombre honrado. Así, el Gato, no muestra arrepentimiento frente a la agente de asuntos internos que le ha jodido. Y, en un discurso sin fallas, lo expone claramente: mientras haya demanda, habrá droga. Podrán presumir los medios de comunicación o el Twitter de la policía de las miles de toneladas de droga incautada, pero la realidad es que cualquier persona en cualquier ciudad de mundo puede encontrar a alguien que le proporcione la droga que más le guste.


Porque al final la actuación policial es un ejercicio de futilidad que no sirve para otra cosa que aumentar el precio. No hay más.

La guerra contra la droga


El negocio de las drogas constituye en esencia una práctica capitalista en la que todos los agentes implicados se mueven por la búsqueda del máximo beneficio. No estar dentro de la legalidad impide que haya una regulación sana, convirtiendo la violencia en un medio, si bien no legítimo, sí efectivo a la hora de conseguir sacar mayor tajada. Evidentemente, si matas a tu competidor ganas un plus en la elaboración o transporte de la mercancía.


Por su parte, la policía, añade el intento de monopolio de la violencia por parte del estado sin conseguirlo. Incauta grandes cantidades de droga, sí, pero éste no es síntoma de que el sistema funciona sino que produce efectos perversos y más dañinos.


Tal como expone Johann Hari en su libro Tras el grito, la ilegalización de las sustancias estupefacientes beneficia el comercio de aquellas sustancias que son más dañinas ya que suelen coincidir con las que precisan de dosis más pequeñas.


El autor lo ejemplifica con la época de la prohibición en Estados Unidos. Un chupito de whisky se vendía a un precio igual o mayor que una jarra de cerveza. Por lo que el dueño de un camión que quisiera dedicarse al negocio del contrabando optaba por la solución más lógica: llenar el camión de whisky o whiskey y obtener así una mayor plusvalía.


Porque quien quiere emborracharse recurre a las bebidas blancas, aquellas que te proporcionan un pedo más inmediato.

La guerra contra la droga



Igualmente, ocurrió en la crisis de la heroína en España, que empezó a venderse en grandes cantidades a precios asequibles. Hay quien habla de una conspiración, de que la guardia civil, los servicios secretos o ambos pusieron en las calles grandes cantidades de heroína a precio barato como un modo de reprimir a las juventudes contestatarias, sobre todo en Euskadi y en Cataluña, convirtiéndolas en masas de yonquis, palabra (en inglés Junkey) que popularizaron en Estados Unidos escritores como William S. Burroughs o Allen Ginsberg y que ha sido la que se ha venido utilizando en las últimas décadas para denominar a los adictos a la heroína.


Sin embargo, por mucho que nos gusten las teorías de la conspiración, yo ésta la pondría en cuarentena, dado que hay pocos o ningún dato real que la sostenga, tal como expone con multitud de argumentos Juan Carlos Usó en su libro ¿Nos matan con la heroína? Porque, al fin y al cabo, la heroína se consumía tanto en la industrializada margen izquierda de la ría del Nervión como en las fiestas pijas de la movida madrileña y, si bien es cierto que hubo guardias civiles que miraron hacia otro lado, no se trató tanto de una decisión política consciente como de algo tan simple como que aceptaban sobornos para hacerlo.

La guerra contra la droga

La guerra contra la droa

Tras esta digresión volvemos al tema del narcotráfico y el coste contable, y llegamos así a las dos primeras temporadas de Narcos México y a su protagonista, Miguel Ángel Félix Gallardo, interpretado de manera soberbia por ese excelente actor mexicano que es Diego Luna.


Todos sabemos que el boom de Narcos se produjo con la figura del Escobar interpretado por Walter Moura, pero Diego Luna no sólo tiene el acento correcto sino que compone un personaje repleto de matices con quien, en mi opinión, el espectador puede identificarse más fácilmente. Pues hay que reconocer que todos escondemos un sociópata que nunca llega a ser capaz de identificarse con lo que quiere.


Bueno, quizá todos no, puede que sólo sea cosa mía. Pero, en fin, en Narcos México se nos muestra que un personaje que ha nacido para ser un secundario puede convertirse en protagonista si posee una visión y la determinación para tratar de llevarla a cabo.


Félix Gallardo, nacido en Sinaloa, fue miembro de la Policía Judicial Mexicana, oficio que compaginó con la fundación del conocido Cártel de Guadalajara a principios de los años 80. Protegido por el Gobernador de la región propuso la idea de colaborar con otros narcotraficantes mexicanos para el envío a Estados Unidos de un tipo de marihuana creada por uno de sus hombres más cercanos que, por razones que no vienen al caso, puede ser cultivada en el desierto.


El proyecto, la visión de Félix era fundar una federación, conseguir que narcos como el Chapo Guzmán o los hermanos Arellano dejen a un lado sus diferencias y trabajen juntos, dejando así la violencia fuera de la ecuación.


Poco más me interesa explicar aquí del argumento. Sólo destacar que el plan de Félix, con sus más y sus menos, fue altamente exitoso y le hizo inmensamente rico. Compró multitud de propiedades, estableció importantes contactos con otros empresarios “respetables” y miembros del corrupto PRI, trabajando a su vez mano a mano con la Dirección Federal de Seguridad.


Hay una escena, en la que Diego Luna o Felix Gallardo mata a golpes con un cenicero en un hotel de su propiedad al jefe de la DFS. En este caso se trata de un personaje ficticio, Salvador Osuna Nava, interpretado por Ernesto Alterio, cuyo asesinato sirve para dejar claro por qué Felix Gallardo fue considerado el “Jefe de Jefes” en México. Podía hacer cualquier cosa y salir indemne de ello.

La guerra contra la droga


El antagonista de Felix Gallardo es el agente de la DEA Kiki Camarena. Inspirado en un personaje real, se trata del típico agente de la DEA de la franquicia: un estadounidense que llega a México a poner orden, capaz de enfrentarse a la corrupción de todo un país y de llegar en sus pesquisas mucho más allá de lo que hubiera sido capaz cualquier agente de cualquier cuerpo de policía mexicano.

Camarena llega a descubrir dónde se encuentra la enorme plantación de marihuana de Gallardo haciéndose pasar por un temporero. En cierto modo, el momento en que llega a la plantación sirve de denuncia de las condiciones de vida y de trabajo de los peones que trabajan en estas plantaciones.
Creo que éste es un tremendo ejercicio de cinismo por parte de los creadores y guionistas de la serie. Si llegamos al fondo de la cuestión, las condiciones de vida de los trabajadores de las plantaciones no hubieran tenido mayor importancia si el producto un producto legal. Hay millones de trabajadores en México y en Estados Unidos que soportan las mismas o peores condiciones, por no hablar de las de ciertos países de Asia.

Si Félix Gallardo se hubiera dedicado al negocio de la moda hubiera sido considerado por todos como un empresario respetable; el Amancio Ortega de Sinaloa. Porque Don Miguel Ángel Félix Gallardo era un neoliberal. Es más, Felix Gallardo era bastante más honrado que el gallego porque, al contrario que éste, vendía un producto de calidad. ¿Que flexibilizaba las condiciones laborales de sus empleados hasta el límite haciendo que la mayor parte de los beneficios se repartieran entre él y los actos directivos de su compañía? Cierto. ¿Es eso inmoral? Juzgue usted. Porque el argumento de que era un empresario que generaba riqueza y puestos de trabajo también le es aplicable.


Algunos socios de Felix Gallardo, sin su conocimiento ni su consentimiento hasta que ya fue demasiado tarde secuestraron, torturaron y asesinaron a Kiki Camarena. Y es aquí cuando Estados Unidos se pone serio. Porque en el fondo, todas las acciones que realiza el país en México no están dirigidas tanto a la lucha contra el narcotráfico como a buscar justicia para Camarena, para detener a su asesino. Lo que nos muestra de forma gráfica la moral dispersa de aquellos agentes que se dedicaban a la lucha contra el narcotráfico.


Pero volveremos a ello más adelante.

La guerra contra la droga

La guerra contra la droga

Hay un término en economía, coste contable, que se refiere al dinero que has dejado de ganar por no haber sabido maximizar el beneficio que puedes obtener de los recursos de los que dispones. Este concepto fue el que le llevó un día a Félix Gallardo a plantearse lo siguiente: ¿Para qué seguir cultivando y transportando Marihuana a Estados Unidos cuando podía ganar muchos más dinero aliándose con los cárteles colombianos para transportar su marihuana?


Y, como buen sinaloense, no pudo resistirse a esa tentación. Pactó con Escobar y empezó a mover la mercancía. Se hizo inmensamente rico, invirtiendo su dinero en negocios legales, aliándose con todos los estamentos del sistema corrupto mexicano: policía, ejército, grandes empresarios y políticos. De acuerdo con lo que dice la serie, llega incluso a establecer una alianza con la CIA mediante la que él facilitaba rutas para el envío de armas a las guerrillas nicaragüenses a cambio de que le dejaran en paz.


Pero tiene dos problemas. El primero es Kiki Camarena. La DEA nunca iba a perdonarle su participación en la muerte de uno de los suyos y el otro, las conspiraciones contra él por parte de los demás miembros de la federación.


Y así, poco a poco, se desmorona un imperio. Felix Gallardo acabará en la cárcel, un lugar de donde nunca volverá a salir.

La guerra contra la droga



Llegamos a la escena final de la segunda temporada. Aquella en la que el agente Walt Breslin (Scott McNairy) visita a Félix en la cárcel. Le enseña una foto de Camarena y le pregunta: ¿Sabes quién soy? Félix le escucha con indiferencia. Breslin le pide información. Y éste le explica lo que va a pasar a continuación. Los Cárteles van a abandonar la Federación y van a ir cada uno por su lado. El negocio seguirá en pie pero, al no contar con una estructura como La Federación donde todo el mundo debía actuar con el beneplácito de Gallardo, va a venir acompañado de más violencia.


El monólogo final de Diego Luna es para enmarcar. Primero se refiere a la Guerra contra la droga, diciendo que los americanos entran en otros países para decirles lo que tienen que hacer sin tener una visión de conjunto. La derrota es similar a la de la Guerra de Vietnam, con la diferencia de que no son ellos los que pierden vidas: “Querías ver otra cosa. Pues te la pelas. (Ustedes) ya empezaron el cagadero y esto nadie lo para. Sin mí, nadie lo para. Yo debería traer tu pinche placa de la DEA. Va a empezar a correr la sangre, el caos. Así van a ver lo que pasa cuando abren la jaula y dejan salir a los animales. Me van a extrañar”.

La guerra contra la droga



Así explica el final David Newman, uno de los creadores de la serie: “Félix Gallardo yendo a la cárcel, y la destrucción de aquello que había construido, fue el comienzo de un primer capítulo increíblemente violento de la guerra contra las drogas; ahora nos dirigimos hacia los años 90, donde la cosa se pone realmente fea, porque aquello que mantuvo unidos a todos, que era Félix Gallardo y su sueño, se ha desvanecido, y ahora comienza la muerte”.


Esta explicación conecta a un hombre como Félix Gallardo con el Gato. Felix Gallardo acabará sus días en la cárcel y el Gato, al perder la placa, se cambiará de lado dedicándose a transportar mercancía por el mar. A los dos les une una visión clara de la realidad que podría parecer cínica. Pero mucho más cínica es la visión de los honrados agentes de la DEA que dan golpes aquí y allá sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos o que, como Steve Murphy se hacen fotos con el cadáver de Pablo Escobar como si éste fuera una pieza de caza.

Nunca pensarán en el origen de los sicarios de Medellín, tal como los describe Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro. Jóvenes, muchos profundamente cristianos, que entran en el negocio por ser la única salida. Salida que les garantiza dinero fácil y un deseo de escapar de la realidad a través de la música, de las drogas o de practicar el deporte bien remunerado de la caza de policías.
Pero esta pobreza, que bien podría parecer exclusiva del tercer mundo, también existe en el cuarto mundo. En el Baltimore que nos enseñaron David Simon y Ed Burns en las cuatro excelentes temporadas de The Wire (porque, que quede claro, nunca se hizo una quinta temporada). No hablamos aquí de los grandes narcotraficantes sino de los pequeños camellos que se buscan la vida cada día en una esquina apoyados en paredes repletas de pequeños agujeros de bala.


En Estados Unidos cuando alguien toma alcohol por la calle debe llevar la botella envuelta en una bolsa de papel. Así te garantizas poder beber sin que la policía te diga nada, suponiendo al mismo tiempo una señal de respeto hacia ellos al no consumir abiertamente.


En la cuarta temporada, el veterano jefe de policía Howard Colvin (interpretado por Robert Wisdom) trata de crear una bolsa de papel para el crack delimitando un territorio, al que se llamaría Hamsterdam donde se podría vender droga libremente. Todo a cambio de que no hubiera violencia entre los diferentes proveedores y que no salieran de aquella zona.


El experimento, por supuesto, termina fracasando cuando algunos policías descontentos informan a la prensa. Y, añadiré, fracasa porque debía hacerlo, porque Hamsterdam se convierte en una especie de círculo del infierno plagado de seres inánimes que conviven con la más absoluta miseria y degradación.


No obstante, la otra alternativa es aquella en que la policía únicamente puede luchar contra el tráfico de sustancias ilegales a través del ejercicio de la violencia. La policía ha olvidado el barrio, el trato con las personas que allí viven, deshumanizándolas y convirtiéndolas en objetivos aleatorios de un maltrato continuado.


Hamsterdam también olvida algo importante. La guerra contra la droga se ha convertido también en una guerra contra los adictos. Tanto la policía como los traficantes les tratan como escoria y, unos y otros, permiten que se les venda una mercancía peligrosamente adulterada.

La guerra contra la droga

La guerra contra la droga

Las típicas lesiones en las venas de los yonquis no son consecuencia de pincharse heroína simplemente, sino también de que ésta ha sido mezclada con polvos de ladrillo, talco o vaya usted a saber qué. En el libro Tras el grito, antes citado se explica esto. También se explica que en Portugal existen programas para los adictos donde se les dan dosis controladas de heroína para poder sobrellevar su adicción de la mejor manera posible. Con esto se consigue, aparte del uso de jeringuillas no contaminadas, que estas personas puedan seguir adelante con sus vidas cotidianas, sin cometer delitos para financiar su adicción ni tener la necesidad de frecuentar ambientes sórdidos y peligrosos para comprar la mercancía.


Este tipo de programas muestran que la intervención estatal, más allá de su ejercicio del monopolio de la violencia, resulta más beneficiosa para el resto de la sociedad que una guerra que nunca acaba. La policía bien puede presumir en Twitter de haber encontrado un cargamento de toneladas de hachís, que han sido más listos que un infeliz que pretendía pasar droga por la frontera escondida en un bocadillo de chorizo o invitarte a denunciar a tu vecino si ves que tiene plantas “raras” en su terraza. Pero el Gato tiene razón. Todo eso no es más que decoración. Es el estado presumiendo de músculo y no de cerebro.
No estoy diciendo que la corrupción, ya sea policial o endémica como en el caso de Félix Gallardo, sea la solución al problema de las drogas. Porque, excepto en el caso de un consumo social que no va más allá, se trata de una crisis sanitaria, agravada por la inexistencia de ningún control de la calidad de la mercancía. Sin embargo, estas prácticas corruptas, son más útiles que esa eterna partida de cartas en la que juegan policías y narcotraficantes. Y, al final, el problema de la corrupción lo es sólo porque los policías corruptos pisan rallas que estamentos más altos quieren esnifar.


Los políticos y los grandes empresarios no odian las drogas. La lucha contra la droga ha supuesto para ellos pingües beneficios a los que no van a renunciar sólo porque ésta sea ineficaz y vayan perdiéndola desde un principio.La violencia aumenta y nunca pasa nada. Mientras no mueran políticos y empresarios, nadie piensa en ciudades arrasadas por el narcotráfico o por las miles de mujeres desaparecidas en México. Porque hay algo que odian más que el crimen, odian a los pobres, como dice la canción de Molotov, los detestan:

La guerra contra la droga

“Gente que vive en la pobreza
Nadie hace nada porque a nadie le interesa
Es la gente de arriba te detesta
Hay más gente que quiere que caigan sus cabezas
Si le das más poder al poder
Más duro te van a venir a coger
Porque fuimos potencia mundial
Somos pobres, nos manejan mal”

Molotov, Gimme the power


  • Tu cumpleaños
  • La canción del mar
  • Jaula
  • Polvo
  • El secreto de los acantilados

Televisión


¿Nos matan con la heroína?

Tras el grito


La guerra contra la droga

La guerra contra la droga

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Comedias de Situación

2018-04-29

Convendrán conmigo en que podríamos situar el acta fundacional de lo que ha venido a denominarse época dorada de la televisión en 1999 con el estreno de Los Soprano. Desde sus títulos de crédito la serie de David Chase consiguió revolucionar el mundo de la televisión, y esa revolución continuaría pocos años después con David Simon y The Wire, la que el mes pasado en la votación de mejores series realizada por los críticos de esta redacción, obtuvo el primer lugar como mejor serie de la historia.

Yo no estoy muy de acuerdo con eso pero, por favor, sigan leyendo.

Se desechó el término de industria del entretenimiento y comenzamos a hablar de productos culturales, de creadores y de fenómenos de culto. La programación comenzó a diversificarse, siguiendo las directrices marcadas por unas estrategias de mercado que acabó por romper en mil pedazos la unidad de las familias entorno a la caja tonta. Aparecieron productos culturales dirigidos a un público concreto, porque no se trataba ya tanto de conseguir grandes datos de audiencia como de captar a espectadores de altos niveles culturales y económicos que no sólo dejaran de despreciar la mayor parte de lo que se emitía en la televisión sino que pudieran permitirse pagar los productos premium de las compañías que podían generar mucho dinero en publicidad.

Hoy en día además, con la gran proliferación de pantallas consecuencia del desarrollo tecnológico se ha hecho posible que en una familia de cinco personas se estén viendo cinco programas diferentes. Se habla de televisión tradicional, de plataformas de contenidos (culturales), incluso podríamos meter en el saco otras como Youtube donde los adolescentes se pueden convertir en estrellas, sin ejecutivos ni asesores. Ahora las cadenas saben si usted es o no su público objetivo y, en muchas ocasiones, saben que ni conecta ni le agradan los contenidos que emiten pero, sinceramente, les da igual: usted no forma parte de su nicho de mercado.

Mejor centrarnos y decir que en el mercado de series actuales proliferan cada vez más la profundidad y el manierismo, los cliffhangers que no necesariamente nos tendrán esperando hasta la semana que viene: como ya no existen los horarios podemos pasarnos las tardes y madrugadas viendo un capítulo tras otro. Y los community managers fomentan el debate en Twitter, que es el lugar donde nace la expectación y se desarrollan las diferentes corrientes de opinión.

Usted y yo rondamos los cuarenta, y pertenecemos a una generación de individuos que en su juventud tenían que recurrir a los libros para definirse como consumidores de productos culturales, que lucharon por promover su individualidad y curiosamente acabaron obsesionados con una cultura uniforme que retorna una y otra vez a la niñez y a la adolescencia.

Dentro de veinte años, para los que ahora tienen veinte, será muy difícil encontrar un referente tan efectivo como El Equipo A o El coche fantástico, porque no hay horarios ni series de referencia, porque si el niño da el coñazo podemos entretenerlo con una tableta o dejarle pasar las fotos que tenemos alojadas en nuestros dispositivos móviles. Seguramente ni nos molestemos en ver con él algún coñazo infantil (a excepción quizá de Bob Esponja).

Los mejores hombres del ejército americano ya no lo dejan para hacerse soldados de fortuna. Sus intenciones no son tan claras como antes, sus caracteres mucho más complejos; esto no es entretenimiento, son cosas que los niños no entienden.

La nostalgia es un arma. No lo digo yo, lo decía Astrud. En los ochenta David Hasselhoff molaba de verdad y todos, en algún momento, nos referíamos a nuestro coche con el nombre de Kit. Se llevan los ochenta, pero no en un sentido estricto, vuelve la historia esta vez como parodia en la mayor parte de ocasiones, pero también en forma de sentido homenaje en películas como Super 8 o series como Stranger Things (1).

Quizá con el paso de los años perdamos en intensidad y ganemos en vergüenza ajena. Yo alucinaba cuando veía a aquellos extraterrestres comiéndose nuestras ratas. Aprendí a desconfiar de la gente del espacio, que casi nunca nos revela sus verdaderas intenciones. Y así aquel que parecía un buenazo, acababa convirtiéndose en Freddy Kruegger, el monstruo que reinaba en nuestras pesadillas.

Nuestras pesadillas. Los sueños compartidos. He podido comprobar que, si hago una encuesta entre personas que me llevan tres o cuatro años, la imagen que normalmente se les venía a la cabeza antes de dormir era la de un vampiro arañando el cristal.

Escogimos caminos diferentes, pero juntos llegamos a los noventa, época en la que todos conocíamos al dedillo los entresijos de la relación de Ross y Rachel. Les vimos declararse y romper mil veces y decidimos que en los noventa las que debían reinar eran las comedias de situación, porque nos emocionábamos con ellos, sobre todo con Chandler y Monica.

No es que no existieran antes ni que no existan después, ahí están Los problemas crecen o Cheers y, treinta años después, The Big Bang Theory o Como conocí a vuestra madre, pero yo recuerdo que me alimentaba de ellas. Daban alguna a todas horas y, aunque de diferente temática, todas acababan siendo similares. Veía Búscate la vida, Padres Forzosos, Cosas de casa, El príncipe de Bel Air, Matrimonio con Hijos, De repente Susan, Roseanne, Frasier, Seinfield, Primos lejanos y otras muchas que no recuerdo ahora.

Sé que usted y yo no éramos de Sensación de Vivir ni de aquella continuación, Melrose Place, cuyo nombre no recuerdo sin esfuerzo. Nos gustaban las comedias de situación, las clásicas, las que reunían una serie de elementos característicos:

Se centraban en las vivencias de un pequeño grupo de personajes cuyo límite era de cinco o seis, ya que no solían durar más de veinte o veinticinco minutos (1).

La trama, a pesar de existir un trasfondo de vivencias acumuladas, empezaba, se desarrollaba y terminaba en un último capítulo y, al final, todo volvía a la normalidad.

Se desarrollan en pocos escenarios: una casa, un bar o una oficina. Y las puertas nunca se cierran.

Cuando se enfrentaban a algún problema o trataban de saber por qué alguno de los otros personajes se comportaban de manera extraña, nuestros protagonistas recurrían siempre a las soluciones y elucubraciones más disparatadas.

¡La mayor parte de los personajes eran básicamente egoístas, al menos en lo que se refiere a la mejor tradición del género (2).

Las comedias de situación no han desaparecido ni desaparecerán, ya que existen pocos géneros que hayan profundizado tanto y con tanto acierto en la naturaleza humana. No obstante, han pasado a un segundo plano. ¿El motivo? Pues creo que se trata de que, como usted y yo sabemos querido lector, al referirme a la naturaleza humana me refiero a la de los demás, a aquellas personas que no pueden evitar tropezarse varias veces con la misma piedra, entregarse al amor aunque éste le haga sumergirse una y otra vez en las situaciones más humillantes que pueda imaginar o engañar a sus amigos haciéndoles creer que nuestros actos buscan su beneficio y no el propio.

Nosotros no somos como ellos. No nos dejamos engañar, seríamos incapaces de perdonar a ese amigo una y mil veces, aunque de algún modo nos satisfaga esa concepción inmanente de la amistad y del amor. Aunque nos derritamos cuando ellos se besan por fin, después de darle varias vueltas durante varios capítulos. Porque no creemos que exista nuestra media naranja, pero en la ficción dos personas sí que pueden estar predeterminadas, y perdonarse todo, desde una infidelidad hasta que sus celos provoquen que te echen del trabajo o algo peor.

Porque la redención no existe. El desarrollo de los personajes, tan necesario en nuestros productos culturales, tampoco. La gracia está en que nada cambie, o en que todo lo cambie para que nada lo haga. En saber que el protagonista, lo quiera o no, es un desastre y cuando vuelva a encontrarse en la misma situación, volverá a hacer lo mismo, volverán a perdonarle y volverá a divertirnos.

Que al final todos acabaremos juntos porque seguimos siendo una familia, y en una familia todo se perdona.

(1) La segunda temporada es un coñazo, no la vean.

(2) En este caso hay que señalar que las series españolas son la excepción, ya que en el caso de las más exitosas como Siete Vidas o Aquí no hay quien viva la duración llegaba a ser casi de hora y media, y los nombres en el reparto casi ilimitados. Supongo que esto se debe fundamentalmente a dos factores: la necesidad de entregar al espectador un producto que le tuviera entretenido hasta la media noche y la tradición española de las comedias corales en el cine.

(3) Lo que no quita que, en algunos casos, se utilizara el contrapunto. Por ejemplo, en Primos lejanos, donde el primo Larry era el urbanita contaminado por la cultura occidental y Balki Barkotomous el ingenuo inmigrante que siempre acababa dándole lecciones con su generosidad y ausencia de intenciones ocultas en todo lo que hacía.

Televisión Años noventa, Años ochenta, Comedia de Situación

Netflix: ¿Publicidad o ficción?

2018-03-26

Netflix: ¿Publicidad o ficción?

Nos estamos acostumbrado a lo destartalado o directamente inacabado.
Nos hemos vuelto inmunes a películas hechas con prisas y/o fácilmente mejorables
si se pusiera el freno de mano y se escuchara a los cineastas.
Y eso, se mire como se mire, es tan malo para el cine de entretenimiento como para los que lo amamos.

Desirée de Fez, El periódico (22 de marzo de 2018)

Netflix: ¿Publicidad o ficción?

Entras en el diario El mundo, no en las grandes noticias sino en la revista de tendencias, una especie de tentaciones que han bautizado como Buho Magazine. Está dirigida a un público juvenil y todo en ella debe ser dinámico. Tu jefe lo tiene claro, no hace falta profundizar. A la hora de escribir un artículo sólo debes tener una cosa clara: Buscar un buen titular que atraiga muchos clicks. La forma de leer ha cambiado, la juventud necesita de estímulos, constantemente.

Escribirás en todas las secciones, es fácil encontrar datos de interés en Internet. El de especialización es un concepto anticuado, lo importante es saber adaptarte, que sepas escribir de cualquier cosa. Y empiezas a escribir artículos, te vas dando cuenta de que tu jefe tenía razón: puedes currarte el artículo todo lo que quieras, pero el valor de tu trabajo lo mide un número, y lo importante es la gente que entra, no el tiempo que permanezca dentro.

Empiezas a tener una colección de artículos, con títulos tan evocadores como: “¿Por qué todo el mundo habla del torneo de El Rubius?”, “Ejercicios para poner tu culo duro como una piedra” o “¿Qué beneficios tiene el uso del semen fuera de la reproducción?”.

Te gusta decirle a todo el mundo que eres periodista, pero cuando te preguntan si han leído algo tuyo te avergüenzas un poco. Por las noches, tus ojos en blanco se repiten que todo el mundo ha empezado por abajo, que llegará un día en que te podrás dedicar a hacer otras cosas que te llenarán más, pero ahora lo importante es coger experiencia y ganar dinero.

Eres un milennial y vosotros sois la primera generación nativa digital, utilizáis las redes sociales para manteneros informados de todo lo que os interesa, estáis expuestos a infinidad de estímulos. Si los Mass Media quieren captar tu atención necesitan crear contenido atractivo.

La gente hoy en día, no sólo vosotros, no usa los viejos ordenadores ni grandes pantallas. Puede acceder a cualquier contenido a través de su móvil. Puede consumir mientras viaja en el autobús o sentado en el cuarto de baño. No podéis permitiros perder veinte minutos leyendo un artículo, ni siquiera creéis que eso sea bueno para la vista. En la época del papel había que justificar un gran número de páginas más allá del interés. Ahora se trata de generar noticias continuamente, estamos en el siglo XXI y no mola mancharse las manos de tinta.

“Lo haces bien, chaval. Es por eso que te vamos a dar más responsabilidades. Una plataforma de contenidos por Internet, Netflix, nos paga por crear contenido promocional. Tienes que hacer un artículo sobre su última película Annihilation, pero no has de venderles una experiencia cinematográfica, eso es lo de menos”. ¿Has oído hablar de las fake news? No se trata de crear contenidos que seduzcan la inteligencia del lector, hay que crear contenidos que exalten sus emociones. Por eso pasas de sutilezas: “Como siempre, te recomendamos que la veas y saques tus propias conclusiones. Si estás suscrito a Netflix (¿quién no lo está ahora mismo?), su visionado debería ser obligatorio. Piensa que, te guste o no, puedes sumarte al debate que hay ahora mismo en Twitter. Te lo prometemos: ¡no se está hablando de otra cosa!” (Artículo Completo Aquí).


Netflix

Ni siquiera les prometes que la película les va a gustar. Si me permites utilizar una expresión muy de los ochenta, el único argumento que utilizas es que si ven esa película estarán en la onda. Y yo, además de preguntarme por qué no puedo dejar de pulsar sobre todos aquellos titulares, recuerdo la HBO y su slogan, que decía algo así: “Esto no es televisión, es HBO”. Muy simple. Afiliándote demostrabas cierto status, porque podías permitirte pagarte un canal de televisión de pago y acceder a contenidos de calidad no accesibles al público en general.

Las cosas no han cambio. Netflix en un principio vio claro que no bastaba con tener una plataforma de streaming técnicamente impecable, sino también contenidos que la dotasen de prestigio. Pero aquel iba a ser el primer anzuelo, porque tú no pierdes el tiempo viendo Sálvame, ves cosas que te aportan.

La plataforma empezó a producir sus propias películas. En su mayoría cine disfrazado de independiente al que acompañaban unas buenas críticas que, aunque no quiero ser malpensado, creo que no hubieran conseguido de haberse estrenado en salas comerciales. No se trata tanto del pago de publicidad encubierta como del número de seguidores, de ganar todos, Netflix proporciona visitas y nosotros interés, y para eso tanto vale una buena crítica como un debate en Twitter.

¿Recuerdas lo que dijiste antes? Hay que apelar a las emociones. No quieren espectadores: quieren fans que defiendan sus contenidos a capa y espada (y que paguen una cuota mensual). No importa la pérdida de riesgo y calidad de la HBO, eso ya no se valora. No importa que me dejen frío los documentales revolucionarios de Netflix, porque seguramente es mi problema. Importa lo que se ha convertido en parte de nuestra identidad.

Un político pide que le recomienden series y con diez tweets un medio puede permitirse hacer un artículo. La plataforma consigue publicidad, todos contentos. El espectador escribe una opinión, da igual que sea positiva o negativa, sobre la última película que ha visto y su centro del placer se activa con los me gusta. No se valora el pedigrí, la cultura es lo que gusta a la gente, ni más ni menos. Importa la experiencia completa, no sólo los contenidos.

El logro es crear un caldo de cultivo en el que los fans se desesperen esperando. La próxima película o la próxima entrega de universos como el UCM o DC. No hay nada que excite más a las productoras que la creación de un universo propio, poder apoyarse en grandes ejércitos que defenderán sus gustos hasta desgastarse los dedos y acudirán en masa a ver el próximo estreno.

Pero todo tiene un precio. Y como la gente no espera eternamente hay que buscar una manera de mantener la expectación y cumplir tus promesas al mismo tiempo. Las plataformas prometen cada vez más contenido propio y las franquicias todo un calendario de estrenos. El producto deja de adaptarse a la promoción y los espectadores, como señala señala acertadamente Desirée de Fez, nos estamos acostumbrando a productos hechos con prisa y mal acabados.

El éxito es que tu adelanto en la Comic Con, generar noticias, aunque no haya nada que decir. Porque, insisto, nos interesa a todos. Debe haber filtraciones, cuidadosamente estudiadas, uno o dos teasers y cuatro o cinco trailers, que nos confirmen que va a ser todo un evento, que obtendremos lo que estamos esperando, aunque perdamos la capacidad de sorpresa, porque ya nos han destripado la mayor parte del argumento, mostrado las escenas más espectaculares y contado los mejores chistes.

Promoción antes que producción. Lo importante es que hablen de ti, da igual si lo hacen bien o mal. Series como The Walking Dead cada vez más adaptan sus guiones al impacto que puedan tener en las redes sociales. Lo demás da igual, ¿te acuerdas del ciervo? Entre una temporada y otra, entre una película y otra, van a pasar varios meses, quizá incluso años, y hay que mantener la atención del espectador, como sea. Lo que también puede tener un efecto perverso, ya que a veces toda esta información acaba provocando decepción en vez de expectación y las grandes marcas reaccionan con cambios y nuevas escenas poco meditadas.

Otro efecto perverso pero beneficioso para grandes productoras y Mass Media es la captación de un nutrido grupo de fans que defenderán el producto independientemente de su calidad. Así cada vez son más frecuentes en los actores y directores las declaraciones del tipo “no hacemos películas para la crítica, sino para los fans” o los mensajes victimistas en Twitter de realizadores sin talento defendiendo su obra con la única justificación de que también son grandes fans del universo en que trabajan, se han dejado la piel y vosotros no lo habéis entendido. Incluso medios para mí de calidad y redactores con talento caen en la trampa a veces, publicando crónicas o reseñas más o menos elaboradas pero destinadas únicamente a crear polémica.

Y finalmente sólo podemos decir que seguiremos pulsando, porque cada vez que pulsamos generamos endorfinas. Debemos seguir pulsando para curar nuestra decepción anterior. Para seguir pensando que todavía algo puede resultar estimulante. Veremos vuestras películas y vuestras series, aunque nos empecemos a avergonzar, aunque sepamos que van a ser una mierda y, sobre todo, esparciremos nuestras opiniones a lo largo y ancho del universo. ¿Quién sabe? Quizá algún día incluso algún periódico publique nuestra opinión o alguna interpretación loca que se nos haya ocurrido de la última de Star Wars, aunque sólo sea para rebajar a cero el coste de los clicks.



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  • La canción del mar
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Television


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