“Jimmy Stewart said he stopped making movies because he didn’t like the way he looked on screen anymore. I’m more the guy who says I look like hell but I’m going to see where it gets me” Tom Waits
Circunloquio
Sin existir duele, sin tocarnos muerde, sin pensarlo ahí está y, cuando intentas tocarlo, simplemente desaparece.
Dejo abiertas puertas y ventanas por si quisiera volver, por si tú y tantos otros tú, quisierais vernos de nuevo.
Pero ya es tarde, perdimos nuestro tiempo y lugar, aquel espacio que sólo había para los dos, sillas sentados mirando, al atardecer, como el sol se esconde, divagando la madrugada y bostezando nuestras tristezas.
Lo siento, escogí no quererte cuando tú si lo hacías, no pude ser tu canción de amor y no te sirve de consuelo pero te diré que a mí también me pasó lo mismo.
Circunloquio
Lo siento, escogí mentirte y ocultar la verdad, pero no te consiento reprochármelo era mi mundo el que se estaba derrumbando.
Lo siento, te diste la vuelta fue mi culpa, ya lo sé, pero he decidido que, aunque no tenga motivos, yo tampoco te perdono el no haber podido enamorarme.
Lo siento, se acabó el pasado del que creíamos que algo quedaba, seguimos hacia delante, encontramos el precipicio y yo decido tirarme sin importarme si me esperarás en la cima.
Lo siento, mi corazón es hielo y mi culpa un pájaro que decidió volar del nido abandonando a sus crías aún sabiendo que iban a morir.
Circunloquio
Y me siento un idiota disculpándome, explicando una y otra vez que yo no era yo, sólo ansiedad y que los maníacos depresivos nunca tenemos descanso.
Y me agarro a una botella de alcohol barato, con tantos grados que cada trago hace cocer mis órganos, decidido a autodestruirme porque quiero, porque la decisión es mía y no de la gente que me quiere.
¿Por qué debería pensar en ellos? Solo estaba cuando sufría sin saber por qué en un Madrid abandonado desde un balcón que miraba al cementerio, nadie estaba conmigo y ahora nadie me hace falta.
Y me voy durmiendo, poco a poco, gota a gota, despreciando este poema, castigándole al eterno retorno, dejándolo sin final, como a todos los demás, porque mañana ya no seré yo y hoy me es imposible saber cómo acabará el cuento.
“Suéñame lo que hay desde allí hasta aquí. Suéñame lo que nunca te pedí” Los Enemigos, Sueña(por mí)
mi querida audrey
Sus entrañas, su sangre, estaban hechas de nubes de colores.
Mi cerebro era gris, y sólo sabía que me gustaban las tortugas.
Ella podía nadar tan profundo, como ellas, darme la mano y seguirlas y dibujarme una sonrisa.
En el fondo del Mediterráneo empezaba a descongelarme y pensar que ojalá me enseñara todos sus secretos y ojalá me contara por qué no no salía corriendo al verme.
Mil veces la he imaginado desnuda y volando como una golondrina que camina sobre mi cabeza recordándome: “Estoy aquí”.
Y al cielo gritaba cuál era su nombre y, como no me lo quiso decir, yo le llamaba audrey, así en minúscula, porque si no, no sería especial.
Quedábamos en Conejera casi todas las noches. Ella me traía tesoros que encontraba debajo del mar. Yo le contaba mis historias de pirata y decía: “He mentido, he sangrado, he robado y he matado, sólo por conseguir droga y alimento para llegar hasta ti”.
Después ella me dejaba poner mi cabeza sobre sus muslos y, acariciando mi pelo enmarañado me hacía sentir que no era un vengador tóxico.
Ni ella una superheroína, ni teníamos por qué enfrentarnos, que podíamos buscar nuestro destino en la dirección que marcaba la brisa.
Y ser mar toda la noche iluminados por la luna y las estrellas y, entre las olas, acariciarnos suavemente sin importarnos qué corriente nos había unido ni si mañana volvería a salir el sol por el mismo lugar.
Puedes pedirme que te diga todas las mentiras del mundo pero hay algo que nunca podré negar, ni aunque me vaya la vida en ello, eso es: que nunca te amé.
Por si decides volver (I): Te odio, te necesito (versión alterna)
“When I was young It seemed that life was so wonderful A miracle Oh, it was beautiful, magical” Supertramp, The logical song
Por si decides volver (I): Te odio, te necesito (versión alterna)
No necesito que vuelvas a explicármelo, ahora está todo claro: tú no estabas obligada a quererme ni yo a darle vueltas y vueltas a la cabeza preguntándome por qué era tan poca cosa, por qué no era suficiente para ti.
Sólo un apunte: no había necesidad de ser tan cruel. Podrías haber contestado alguno de esos mensajes que te envié, aquellos que no tenían respuesta y venían acompañados de una línea comunicando.
Podrías haber estado alguna vez en alguno de esos bares que conocimos juntos. Los mismos que he recorrido mil veces, para despertarme a la mañana siguiente casi sin fuerzas, repleto de alcohol, nicotina y algunas otras sustancias.
Y hoy creo que me pasaré el día en la cama, escuchando las mismas canciones que nos enamoraron, recibiendo a viejos fantasmas que me presentan otros nuevos en esta habitación de olor dulce a heroína.
Nunca pensé en enamorarme, no creíamos en la existencia del amor, tú y yo sólo éramos un vagón de tren que conducía a una vía muerta.
Sabíamos que la vida nos separaría sin remedio, que yo iba a resultarte demasiado torturado y triste, creí que en algún momento ibas a decir basta. Nunca pensé que disfrutarías tanto torturándome:
Por si decides volver (I): Te odio, te necesito (versión alterna)
“Te podría querer sí, te podría querer quizá, si caminaras de otra manera, si te gustara otro tipo de música,
si no fueras tan torpe y despistado, si fueras capaz de excitarme cuando estoy enfadada”
Por si decides volver (I): Te odio, te necesito (versión alterna)
De la noche anterior sólo recuerdo el olor del frío en mi chaqueta de cuero. Del día de hoy sólo duermevela: sueños que se convierten en pesadillas al despertar.
Y todos esos malditos tópicos: la cama vacía, las mantas que apestan, porque tengo miedo de lavarlas y que así pierdan tu olor.
El recuerdo de un beso robado en los jardines de Sabatini, chupitos robados en un bar de Iturribide, y una botella comprada en el paqui de Marqués de la Fontsanta.
Sólo me queda la esperanza de que un día vuelvas a buscarme de amor desesperada, cuando tú hayas perdido el camino y mis letras llenen estadios.
Entonces te rechazaré, sólo con la intención de besarte, tanto y en tantos lugares, que nunca dejemos de hacerlo.
Sé que no es real, no soy imbécil, aunque estoy seguro de que tú sí lo piensas y sólo espero que, si algún día lees estas palabras, te arrepientas y sientas tuyo todo el dolor que has provocado, que fuiste una zorra, que no mereces nunca más ser feliz, ni siquiera el recuerdo del amor. Que la soledad parta tu alma.
Mientras eso no ocurra tengo un plan. Salir algunas noches, sobrevivir a las resacas, fumar un cigarrillo tras otro, vaciar mil botellas, pincharme las venas y entregarme al narcótico sabor de la eutanasia.
No me queda otra Porque sé que nunca volverás, que seguiré estando solo, y aterrorizado ante la vida y que a ti te dará igual Porque no perderás ni un solo minuto en volver a verme y venir a salvarme.
“No será peor de lo que era No será peor, seguro que es mejor” Los planetas, Cumpleaños total
Ayer fue un buen día porque, por fin, olvidé tu cumpleaños.
Porque no pasé la tarde, móvil en mano, pensando si llamarte o no, si serías amable, me preguntarías cómo me va o, por el contrario, te mostrarías lacónico y distante, haciéndome ver, como ya hiciste tantas veces que ni siquiera te importaba.
Olvidé que tengo tu número memorizado ahí, escondido para siempre en un pequeño hueco de mi memoria, ese lugar que me mortifica recordándome que, en esta vida moderna, la presencia de otra persona se reduce tan solo a una cantidad de nueve dígitos aleatorios.
No te envié ningún mensaje, no borré ninguno después de enviártelo, ni envié nada del tipo: “Feliz cumpleaños cabrón de mierda”.
No metí el móvil en un cajón, dejando a posta un mensaje olvidado, que te había enviado, ya sabes, como sin querer, como por efecto de un recuerdo repentino, así como por casualidad, porque lo tenía apuntado en el calendario o me había saltado una alarma en ese Facebook en el que, a veces estás bloqueado, a veces no.
No me pregunté porque era yo la que tenía que sufrir, por qué yo no soy lo suficiente para ti por qué en tus redes sociales pareces tan feliz ella tiene los pechos más firmes pero es imposible que la chupe mejor que yo, que no puede ser, es imposible, porque yo le saco diez años de experiencia.
Ayer decidí no imprimir alguna de vuestras fotos, para romperla, apuntar con mis dardos o quemarla. Los dos de vacaciones en algún lugar tranquilo, disfrutando como en un anuncio de Coca Cola tan sonrientes, tan agarrados, protagonistas de un anuncio sobre lo increíble que es estar enamorado.
Y yo, sí, ayer fue un buen día, porque me olvidé de ti, salí con mis amigas y me lo pasé genial, me bebí más de la mitad de las bodegas de La Rioja hasta que pasó la madrugada y llegué a casa y no pude evitar volver a pensar en ti y entonces volví a mirar el móvil una y otra vez, y, al final, no pude evitarlo, en fin, te dije: “Feliz cumpleaños, disculpa el retraso”
Y tú contestaste: “Gracias”. Intenté continuar con la conversación, preguntándote qué tal te iba, dijiste: “Bien” y, pensé que, en fin, soy gilipollas.
De pequeño jugaba sentado ahí donde la sombra duerme, ahí, en esa parte del bosque donde el cielo no existe, más allá de los rayos del sol cansados que se colaban entre las ramas y los celajes.
Recuerdo claramente la hierba virgen, Invisible, que me acariciaba los tobillos mientras yo corría buscando flores verdes, blancas y rojas, los colores favoritos de mi madre, quien las replantaba enseñándome que el secreto de la vida se esconde entre la tierra y el agua.
Crecí obsesionado con una pregunta que vino desde la distancia: dónde nacen la tierra y el agua. Y resultó que obtuve respuestas, no en la ciencia sino en las canciones que los árboles susurraban moviendo sus ramas encantadas.
Me dirigieron a un camino suntuoso, cubierto de hojas, verdes, rojas, amarillas y moradas, y una miríada de flores y criaturas que nadaban en los ríos y manantiales, aguas cuya melodía tantas veces, sin éxito, los hombres trataron de aprehender.
Llegué a un claro de bosque donde mis ojos se volvieron débiles pues nunca habían sido expuestos a tal claridad. Primero decidí fijar la vista en el suelo, donde las mariquitas batían sus alas y las abejas en enjambre con las flores bailaban.
Descubrí que aquellos insectos no temían la muerte, el silencio absoluto, porque era algo que no podían imaginar ensimismados como estaban en sus tareas. Yo, sin embargo, alcé la mirada y sentí mi débil corazón la primera vez que vi el cielo, el sol, la luna y las estrellas enamoradas, las nubes y ese azul brillante que imitaban las alas de los pájaros más audaces.
Algún viajante de aquellos que aparecían de tanto en tanto me contó el secreto del cielo omnipresente, que en realidad no existía, que no era más que el reflejo de los océanos descomunales.
Sin embargo, me subí al más alto de los árboles y parecía un lugar diminuto pero el salitre se pegó en mi piel desnuda y ese olor se convirtió en determinación de caminar hasta el mar y descubrir todos los tesoros que, entre algas, flotaban bajo aquel manto azul que los días de verano brillaban como pepitas de oro.
Tomé una determinación y me encaminé hacia aquel lugar, pregunté a los robles centenarios cuál era el misterio, cómo podría abandonar las sombras que siempre me habían protegido para emprender el camino que me llevara al mar. Me contestaron que era imposible llegar allí a pie y que yo no tenía alas para poder volar ni branquias para respirar y luchar contra la corriente de los ríos pedregosos y cristalinos.
Yo les contesté que podía escuchar la canción del monte, de los manantiales, los ríos, los árboles y las montañas, pero ellos me hicieron ver que mis frágiles huesos serían incapaces de soportar el peso del camino y los terribles secretos que la noche esconde.
Mi frustración devino tempestad, aún siendo mediodía las nubes de ébano apenas nos dejaban ver y la lluvia y el granizo cayeron sobre mí cortando mi piel cruda, blanca, casi transparente. El barro no me dejaba caminar apenas ver los relámpagos y el fuego que me rodeaban.
Los árboles esputaban lágrimas y palabras que quedaban olvidadas entre la resina que las cubría. En un intento de protegerse de la destrucción hicieron crecer sus raíces para así no desprenderse del suelo y yo, que ya me había convertido en un muñeco de barro, intenté gritar, pedir ayuda a todos los dioses que ingenuamente pensé que siempre me habían protegido.
En medio del fin del mundo apareciste tú señor y, en un esfuerzo supremo, conseguí gritarte: haz que desaparezca el tiempo y la distancia. Pasaron cientos de años, o así me lo pareció.
Aparecí en una playa, tumbado boca abajo, y me puse de pie, y surcando la arena llameante, me metí en el agua y, por instinto, intenté nadar hasta el fin del horizonte.
Hasta que finalmente me encontré flotando mar adentro, con los oídos hundidos, el sonido de la calma.
Al cerrar los ojos pude escuchar, por primera vez, venido del norte, el canto de las ballenas que dominaban el reino marino desde las aguas congeladas del Ártico. Y, al mismo tiempo, en el Atlántico las rocas, majestuosas e invencibles, soportaban imperturbables el continuo golpear de corrientes que capaces de alimentar todo un reino, aquel de los animales que vivían pegados a ellas escondidos en sus conchas mientras, entre susurros me decían: escóndete hazlo antes de que los tiburones huelan tu sangre.
Pero yo, flotaba y flotaba, ajeno a todo, al miedo, a la soledad y al olvido a las olas gigantes del índico que había escondido grandes tesoros en sus entrañas. Ni siquiera subyacía en mi mente el sempiterno deseo de fumar, sólo flotar, dejarme llevar por la corriente, hasta el pacífico, en cuyas noches niños de ojos rasgados se atrevían a lanzarse al agua que, por efecto de las medusas y los corales, constituían una zona de baile obligatoria donde todos los peces movían las raspas buscando un poco de calor y una compañía que olvidarían pasados un par de segundos.
Nunca olvidaré la canción del mar. No lo haré, por más años que viva. Me quedan pocos ya, hace tiempo que, como despertando de un sueño un día de primavera, una mañana de sábado.
El bosque ya no era infinito, los pocos árboles que quedaban apenas producían oxígeno y, mi cuerpo, hundido por el cansancio y las noches de insomnio, incansable, me comunicaban que ya poco quedaba de mí apenas un soplo de energía la necesaria para cavar una tumba entre las raíces del primer árbol que recuperó sus hojas.
Hundí mi cadáver entre la tierra y sus tiernas raíces me abrazaron, llevándome a un sueño profundo, del que algunas veces puedo regresar. Y escuchar de nuevo la canción del mar. Y soñar que esta historia vuelve a empezar porque morir no es otra cosa que volver a imaginar que estás vivo.
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