Precipicio
Puede que la calidad de mis escritos esté disminuyendo.
Puede que lo que está roto, simplemente lo esté,
que nunca pueda llegar a recomponerse.
Por muy cruenta que resulte la lucha en tu interior.
Tal vez todos caminemos por senderos ya marcados,
obligados a recorrer una y otra vez los mismos errores.
A beber las mismas sustancias una y otra vez
y a desear, al día siguiente, que alguien te inyecte
una aguja con agua helada en el cerebro.
Los fantasmas sólo son esas personas
que alguna vez te hicieron daño
y que no pueden ser olvidadas.
Tal vez yo sea el fantasma de alguien,
confieso que me gustaría serlo.
Me gustaría que estuvierais ahora mismo
leyendo este estúpido texto y haceros sufrir.
Porque todos preferimos ser odiados a resultar indiferentes.
Porque estoy cansado de sufrir y ya es hora de que le toque a otro.
Por qué reniego de la felicidad aún cuando la tengo al alcance de la mano.
Y hoy he tirado otra vez los dados y me ha tocado de nuevo sufrir.
Y me he dado cuenta, esta vez de verdad, de que no sé distinguir
cuando alguien se acerca a mí para ayudarme
y cuando lo hace para hacerme daño.
Y vivo en un urna de cristal,
tan frágil que ha estallado en mil pedazos ya un millón de veces.
Y tú vives al borde del precipicio, donde crecen las flores más hermosas.
Tan hermosas como tú y tan inalcanzables,
no tienen necesidad de hacer crecer espinas en sus tallos para protegerse.

Y por intentar cogerte estoy así,
contigo pero cayendo,
en la sobriedad,
en el amor más puro,
al que han dejado de importarle las consecuencias.
Así que si tengo que sufrir contigo, seguiré sufriendo.
Y si tengo que volar para volver a tenerte,
me lanzaré sin pensarlo.
Aunque tenga las alas rotas
y los pies destrozados
de tanto caminar entre las piedras.
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