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Las vidas alternas

Categoría: Manifiesto

Holocausto nuclear

2019-10-19

Holocausto nuclear



Éste es el fin del mundo. Suenan las sirenas anunciando un inminente ataque nuclear. Paseáis por los supermercados y los centros comerciales preguntándoos si merece la pena pasar por caja. Intentáis llamar a vuestros familiares para darles el último adiós, pero no podéis: todas las líneas están colapsadas. Y es ahora, cuando va a suceder lo inevitable, el momento en que os arrepentís de haber votado a aquel loco que tomó la decisión de entrar en guerra con una superpotencia extranjera sólo porque eso le garantizaba un alto índice de popularidad en las redes sociales.

Vosotros, como siempre, aplaudiendo a cualquiera que diga que va a tener mano dura, contra esos estados que llamáis terroristas; o contra los inmigrantes, la gente blanca sin trabajo que cobra alguna ayuda social o, simplemente, contra aquellos que no piensan como vosotros. Necesitabais un enemigo, hasta el final. Ahora mismo.

Y yo desapareceré sin guardaros apenas rencor. Porque vosotros sólo erais una panda de gilipollas. Las clases desfavorecidas que vivíais de la ilusión de ser de clase media. Aunque no tuvierais inteligencia ni un mínimo de cultura. No como nosotros, la verdadera clase media, liberal y comprometida. Aquellos que en nuestra adolescencia escribíamos loas a la muerte, al final de todas las cosas. Los que pasábamos el tiempo convencidos de que daba igual votar o no votar; asistir a manifestaciones o integrarnos en un movimiento social no merecía la pena. Porque el mundo se ha convertido en un lugar hostil e ignorante; un recorrido que hace tiempo ya dejó de merecer la pena. Sólo por vuestra culpa, atajo de imbéciles dispuestos a rendir culto al profeta que anunciaba las verdades que queríais oír. Porque al final sólo se trataba de eso, de vivir de la ilusión de que teníais razón. En todas aquellas diatribas que soltabais en la barra del bar, convencidos de que teníais soluciones fáciles para los problemas complejos.

Convertisteis el orden en desorden. Vuestra imagen de Dios sólo estaba en vuestra cabeza y nunca os parasteis a penar que quizá si esa aberración existirá, tal vez nos hubiera creado con el único fin de divertirse contemplando nuestra autodestrucción. Ya que aquello tuvo que acelerar con un meteorito, aburrido ya de dinosaurios que no hacían más que comerse sus excrementos o los unos a los otros. Fue sólo un experimento inútil. No necesitaba criaturas majestuosas que dominaran la tierra, sino una especie de diminutos seres frágiles que, creyéndose inteligentes, iniciaran la aniquilación de todas las especies que existen en nuestro planeta hasta acabar consigo mismos.

No sé qué criaturas vendrán a sustituirnos. Quizá una especie de cucarachas superdotadas, capaces también de ponerse un cinturón de explosivos en la cintura para suicidarse llevándose consigo las más posibles de su propia especie. Serán un poco más resistentes, pero en todo lo demás como nosotros. Esconderán sus excrementos, detestarán el olor de sus semejantes y sentirán una terrible indefensión cuando se encuentren desnudos frente a otros.

Interpretarán esa fragilidad como el inicio de algo llamado amor. Algo destinado a salvarles a todos. Y sufrirán cuando el amor termine, y volverán a ilusionarse otra vez. Habrá momentos incluso en los que se crean los amos del firmamento, investidos del derecho a cumplir sus sueños. A sentirse únicos en un océano en el que algunas gotas estarán más sucias que otras, pero gotas al fin y al cabo. Solamente capaces de ponerse de acuerdo para producir una ola gigante que arrase con todo. Unas pocas harán fuerza y las demás se dejarán llevar por la corriente.

¿Y después? ¿Seguirá habiendo vida en este planeta? ¿Volverán algún día a crecer las flores? ¿A quién demonios le importa eso ya?


Holocausto nuclear


Menos a mí que a nadie. Que me encuentro ya casi al final de mi historia. De nuevo atrapado en aquella habitación naranja. Sin posibilidad de, al menos contemplar el apocalipsis, porque aquí no hay puertas ni ventanas. Siempre aparezco aquí y en algún momento una puerta aparece en algún lugar de la habitación. Siempre cuando mi grado de desesperación alcanza el límite. Pero esta vez no va a ser así, no sólo porque esta vez no soy yo quien va a salir sino ellos los que entrarán en algún momento, sino porque la sirena no deja de sonar en mi cabeza. Recordándome que el fin ya ha llegado y la única opción que me queda en este momento es la de luchar.

No hay muebles en esta habitación. Nada que pueda usar para defenderme, así que cuando uno de ellos, aquellos hombres enfundados en trajes negros estilo película del Quentin Tarantino que todavía conservaba algún talento, los mismos que llevaban días siguiéndome y acabaron encerrándome aquí, cuando el primero de ellos entre por el lugar que sea que aparezca una salida esta vez, saltaré sobre su cara, apretaré sus ojos hacia el interior con todas las fuerzas de que sea capaz, hasta que sus gritos se superpongan a esta sirena que ya me está provocando un agudo dolor de cabeza y mis manos se llenen de sangre.

Pero tardan mucho. Quizá esté ahora en un búnker bajo tierra y la historia que intento contaros no tenga ninguna relevancia. Porque estáis todos muertos, incluso ellos. Y a mí sólo me quedan días de angustia y dolor, hasta morir de hambre mientras mi mente se sigue paseando por los lugares más insospechados.

Intento recordar mis vídeos de música favoritos de los años ochenta. Recuerdo sobre todo a Status Quo, in the army now. Es curioso recuerdo la sensación derrotista pero el vídeo en sí. El caso es que no lo he vuelto a ver desde que era niño. Recuerdo también take on me. Me mimetizo con ese vídeo y empiezo a recordarlo todo dibujado en blanco y negro. Entro en aquel espacio irreal en el que sólo consigo sumergirme bajo el efecto del flunitrazepam. Y soy un niño, dibujando todo lo que recuerdo de aquella época. Porque nosotros nacimos en una generación que, quizá por primera vez, no estaba destinada a alcanzar grandes metas, sino solamente para observar desde la ingravidez un mundo que se destruye a sí mismo.

Lo primero que dibujé fueron los bombarderos, planeando entre las nubes. El sol sonreía hasta que se percató de su presencia. Tenía cuatro años y por eso no pude pintar nada mejor que una cara triste. ¿Recordáis aquellas imágenes? Seguro que las habéis visto mil veces en infinidad de películas. El avión avanza, rompiendo el viento y, al principio, la ciudad se ve muy pequeña, apareciendo poco a poco mientras las nubes se van disipando. Se va haciendo cada vez más grande. Llega un momento en que los monstruos mecánicos se sitúan en el centro de la ciudad y empiezan a soltar su carga letal. Entonces se dibuja una seta gigante y la onda expansiva va destruyendo todo a su alrededor.

Ése fue el fantasma nos aterraba en nuestra niñez y que escondía otro mucho mayor: la crisis. Porque su onda expansiva destruyó las fábricas, condenó a la juventud de nuestros barrios a la precariedad y a la drogadicción. La misma onda expansiva que fue acabando con los dibujos de nuestra niñez. Acabó con las fábricas, algunas de las cuales ya estaban en ruinas; con aquel dibujo de un grupo de obreros unidos contra el patrón. Se borraron las palabras comunidad y solidaridad y fueron sustituidas por el miedo y la rabia contra todo el que es diferente. Y en aquel dibujo todas esas siglas de sindicatos y partidos políticos que la clase obrera pensaba que le defendían fueron perdiendo sentido.

Y entonces yo caminaba en círculos, como muchos otros, pero no eran círculos concéntricos sino una espiral; de estudios que no nos habían servido para nada; de imágenes en los medios de comunicación conservadores, donde los inmigrantes de aspecto islámico caminan con machetes por la calle; de alcohol y heroína; de oficinas llenas de cubículos individuales donde estaba prohibido que los trabajadores hablaran unos con otros; de talleres textiles en el fin del mundo donde aquellas chicas, apenas adolescentes, trabajaban en condiciones de esclavitud; de políticos hablando de flexibilizar el mercado laboral; de esa nueva juventud amenazante que se organiza en bandas en el parque, que cualquier noche uno de ellos puede acercarse a ti y violarte o clavarte varias veces el cuchillo que esconde bajo la chaqueta; de los atentados, los coches llenos de polvo, la personas que buscan sus miembros amputados entre una niebla de polvo; de fascistas levantando el brazo mientras una panda de viejos cada vez más ricos se regocijan; de un mundo en que las reglas ya no tienen sentido porque las cambian a su antojo y únicamente puedes limitarte a la no tan difícil tarea de seguir la corriente y tratar de sobrevivir.

Y ahora dejad que deje de dirigirme a vosotros y me dirija sólo a ella. Porque sobrevivir es eso trataba de hacer yo cuando te encontré. Encontrar un sentido más allá de la supervivencia, algo más allá del dolor que me acompañaba siempre. El mismo que me acompañó desde niño. A pesar de haber nacido en una familia de clase media y haberlo tenido más fácil. De haber encontrado un trabajo muy bien remunerado y vivir en una de esas zonas ricas de la ciudad donde puedes pasear tranquilamente entre gente de tu propia raza.

No podía creer en nada y decidí creer en ti. Había pasado muchos años sometiéndome a rituales de autodestrucción y anomía que me llevaron a encontrarte. A ti, la asombrosa Nina Gold, aunque sepa que ese no es tu verdadero nombre. Decidí ser tu esclavo, entregarte todo lo que tenía y vivir según tus reglas. A cambio prometiste dotar de un sentido a mi existencia. Uno basado simplemente en la satisfacción de tus caprichos y deseos.

Por ti estoy atrapado en esta habitación. Por la necesidad de encontrarte, sentirte, tocarte y salvarte, aunque tú no creas merecer aquella salvación. Yo te la conseguiré, sean cuales sean las consecuencias.

Y ahora caigo en la cuenta de que las sirenas hace un rato que ya han cesado, que puede que no estemos en los albores del fin del mundo sino en el inicio de un nuevo comienzo. Migas de cal empiezan a caer sobre mi rostro. Ahora sé que entrarán por el techo y también sé que no estoy muerto.

Sé que a pesar de ser apenas capaces de mantenernos en pie, todavía nos quedan fuerzas para luchar por aquello en lo que creemos.


Holocausto nuclear


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El escritor

5
2019-03-17

El escritor

Algunas veces,
la mejor opción,
es el camino más fácil.
Yo,
sin embargo,
ante cualquier disyuntiva,
no tengo ninguna duda:
siempre escojo el camino imposible.

Resulta mucho más dramático,
un paso más,
junto al alcoholismo,
para saciar mi necesidad de ser recordado
como un poeta maldito.

Esta noche ha sido noticia el fallecimiento del escritor Ernesto Bánegas, famoso, además de por obras como “SITCOM” y «cosas imaginarias», también por llevar una vida desordenada no exenta de polémicas. El escritor, muerto, de acuerdo con la nota de prensa escrita por la familia, a causa de complicaciones en una operación; solía afirmar que su alcoholismo era consecuencia de las pesadillas que le atormentaban cada noche.

Se despertaba sintiendo que miles de arañas recorrían su piel. Cada noche era para él un encuentro con la desesperación ya que siempre temía morir por una de sus picaduras. Decía que, por esa razón, le resultaba imposible irse a dormir sin antes hacer una larga visita a su mueble bar para beber hasta quedar inconsciente. Además del alcohol se rumorea que también coqueteaba a menudo con el rohipnol y el lormetazepan.

Solía despertarse después en plena noche, en posturas imposibles, tumbado en el sofá o sentado sobre una alfombra con la cabeza apoyada en la mesa de su salón. Decía que en aquellos momentos su ánimo era más débil y su inspiración más fuerte, cuando todas las musas de los siete reinos de la literatura acudían a visitarle y él les pagaba escribiendo un conjunto de palabras mágico, desordenado y sublime. Sin duda no plato de buen gusto para cualquier lector, porque había quien veía en él a un genio mientras otros le acusaban de farsante.

Descanse en paz un héroe literario que, en su vida privada, siempre se mostró como un cobarde ante los vaivenes de la existencia.

 

escritor

 

Supongo que es demasiado largo para un epitafio
y,
sin embargo,
es lo que me gustaría que pusieran en mi tumba.
Algo que no me describiera en absoluto
ser recordado como un personaje literario,
porque las personas siempre mueren
y ellos no:
son dueños de un olvido que nunca llega.

La realidad
es
que
si mi vida fuera literatura
sería mucho más apasionante que la tuya.

Lo cierto
es
que
si bebo tanto
no es para ahuyentar a las pesadillas,
sino para no echarlas de menos al despertar.

Y,
sobre las teclas,
no consigo recordarlas tal como fueron
y vuelo por encima de la realidad,
atravieso las paredes
y escupo rayos láser a través de mis ojos.

O
me quedo,
sin más,
sentado en un sofá,
mirando como el infinito
se transforma en un conjunto de burbujas lisérgicas
hasta que se hace de noche
y mi casa se convierte en un conjunto de luces que proyectan sombras.

Y esas sombras son el lugar perfecto para esconderme.

Y, ahora, empiezo a escribir.

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Manifiesto, Relato, Sombras Adicciones, Carácter Destructivo, Ernesto Bánegas, Pesadillas, Reflejos

Lormetazepan

2019-01-17

Lormetazepan

De la familia de las benzodiacepinas, como el diazepan, el alprazolan, el bromazepan, el clonazepan. Psicofármacos que te ayudan a tener quizá una vida no más plena, pero sin duda más soportable.

Los he probado casi todos. Han tenido un efecto devastador en mi memoria. Hay ocasiones en que no recuerdo lo que me has dicho hace quince minutos. Otras, la más, en las que ni siquiera me importa.

Podrían matarte y ni siquiera te importarían las consecuencias, como tampoco te importan demasiado todas esas cosas que dices para hacer daño a aquel que te intenta dar razones que te obliguen a pensar. A detener ese bendito sueño, esa ausencia de emociones y pensamientos que se convierten en el único y principal objetivo.

Porque los sueños simplemente dejan de existir. Dejan de hacerte daño. Según dicen, el lormetazepan interacciona con la fase REM del sueño y es por ese motivo por el que no recuerdas que has soñado al día siguiente.

Cuando tienes un Trastorno Obsesivo Compulsivo eso se convierte en una ventaja. Dejas de ver morir a tus seres queridos una y otra vez. Dejas de verlos empapados en vómitos y sangre. Se detiene por una vez la escalada de violencia que una vez te encontraste en un sueño tan real desaparece de repente.

Cada vez hay en el mundo más personas que presumen de tomar psicofármacos. Quizá les haga especiales o quizá solamente se coloquen en un percentil muy cercano a la normalidad.

Yo sólo puedo decir esta noche que no le encuentro ninguna ventaja a padecer una enfermedad mental. Que he empezado mintiendo. Ya que, por muchos panes que tomes, sólo pueden calmarte por un momento sin impedir que te acuestes destrozado e invadido por multitud de compulsiones y remordimientos. Todo junto, como una ruleta rusa en la que decides como joder más tu vida, de qué vas a tener que arrepentirte otra vez mañana.

Las noches destruyen todo lo que el día ha ordenado. Por eso adoro el lormetazepan, porque detiene la noche, suprime los sueños y sólo te despierta atontado, no en un diálogo constante con las terribles criaturas que vinieron a visitarte en sueños.

Adoro el lormetazepan porque les hace imposible encontrarme.

Manifiesto Lormetazepan, Pesadillas, Trastorno Obsesivo Compulsivo

Estímulos

2018-11-28
Estímulos

Nos preguntamos si éste es el mundo que deseamos para nuestros hijos cuando ni siquiera es el que deseamos para nosotros. Nos cuesta reconocer que no tenemos control alguno sobre la realidad; las cosas pasan y nosotros intentamos adaptarnos. Ayer paseaba con mi hija por El Corte Inglés y, de repente caí en la cuenta o, mejor dicho, me caí del guindo. Pretendiendo pasar un rato en familia y hacer un par de compras en el supermercado la estábamos sometiendo a una miríada de estímulos de los que le era imposible escapar. No es extraño que pidan cosas sin control. Lo que sería realmente extraño es que no lo hicieran.

Mientras, nosotros tratamos de educarles. Enseñarles que no se puede tener todo lo que se desea. Sin darnos cuenta de que caemos en la misma trampa. No queremos que tengan un móvil. Pero nosotros sí que lo tenemos, y a través de él podemos acceder con facilidad a un amplio abanico de compulsiones consumistas y adicciones. Ignoramos el valor del dinero porque ni siquiera lo vemos y porque siempre hay alguien dispuesto a prestarnos más, prestamos a tipos de interés abusivos que aceptamos porque no hay nada peor que encontrar la fuerza de voluntad necesaria para ignorar todos esos estímulos.

Puede que Carlos Sobera haya tenido que aceptar hacer tantos anuncios de microcréditos y casas de apuesta online por un problema de ludopatía. Y tenga tantas deudas que no haya podido hacer otra cosa que ponerse en manos de los usureros. El círculo se cierra mientras ve como su imagen pública se hunde en el fango. O, puede, y es lo más probable, que ni siquiera le importe, que considere que sólo interpreta un papel, que carece de cualquier tipo de responsabilidad. Porque él es sólo un estímulo, otro más, lo mismo que nosotros, cuando nos exponemos en las redes sociales a cambio de likes.

Probablemente llegue el momento aterrador en que mi hija me diga que quiere ser un producto. No con esas palabras, claro, pero querrá ser famosa ante un grupo reducido de personas. Podemos serlo para nuestros seguidores, e incluso usarla, poner fotos de ella tan mona a sus tres añitos para obtener más me gustas. Mientras no tan oscuras compañías analizan cada uno de nuestros movimientos para recoger nuestros datos y convertirlos en publicidad a medida que recibiremos en nuestro móvil, nuestro correo electrónico, que aparecerán en nuestras páginas favoritas para permitirnos comprar unos pantalones sin ni siquiera salir de casa.

No importa el motivo por el que quieras ser famoso. Al sistema le es indiferente incluso si tu objetivo es derrocarlo. Que uses sus medios para hacerlo es ineficaz. Querrás tener más seguidores, más respuestas, más mensajes privados. En definitiva, más datos que almacenar y manejar. La guerra de lo políticamente correcto, el intento de definir qué es la izquierda es sólo música de fondo. Avanzamos tan rápido que es imposible realizar una teoría útil para el objetivo de la liberación humana. Porque un mundo que no podemos definir es un mundo que no podemos transformar.

estímulos

Manifiesto Carlos sobera, Facebook, Instagram, neoliberalismo, Twitter

La utopía destructiva

2018-10-05
Utopía: La humanidad que merece su destrucción

Siempre fui más de la opinión de D.H. Lawrence. Debemos continuar, por muchos cielos que se hayan derrumbado. Es el único sentido que le encuentro a la existencia. La supervivencia sobreponiéndose a una miriada de catástrofes cotidianas, de precisos momentos en los que todo cambió.

Y, sin embargo, a pesar de mi convencimiento, no puedo evitar, a veces, sentirme contagiado del virus posiblemente más dañino de la existencia humana. Me posee, me provoca grandes fiebres, mañanas de mantas y noches de euforia. Estimula mi inspiración y, como una musa maligna, escribe por mí esos textos que suenan tan bien. Aquellos de los que, en el fondo, no estoy especialmente orgulloso. Porque confunden realidad e imaginación.

La utopía. Corre por mis venas como las corrientes sucias y pestilentes que arrasan las calles en una inundación. Me convence de que puedo articular un discurso claro, razonable y consecuente. El discurso que cambiará tu manera de pensar. Que se propagará por la red, será traducido a todos los idiomas que existen y nos hará a todos un poco más felices.

Conseguiré crear una nueva existencia en la que ya nadie sentirá la necesidad de sufrir.

 

La utopía

 

El término fue acuñado por Tomás Moro. En su libro se refería a una isla creada por el rey Utopo, cuya organización se caracterizaba por tres principios fundamentales: la racionalidad, la uniformidad y un sistema de gobierno basado en la gerontocracia y el patriarcado.

Como se suele decir, Tomás Moro fue un producto de su época y los detalles con los que describió esta isla no son otra cosa que un reflejo de su visión de los problemas de la sociedad. Pero a mí lo que más me llama la atención es la uniformidad: todas las ciudades tenían prácticamente la misma extensión, todas las casas eran iguales, así como el perfil de los líderes: hombres de una cierta edad.

Esta uniformidad era la base de todo. Por mucho que existieran esquemas políticos que evitaran la tiranía y el gobierno estimulase la libertad de culto y el respeto a las diferentes corrientes de pensamiento e incentivase la sensibilidad artística entre sus ciudadanos, la uniformidad es el dogma. Unas mismas condiciones para todos los ciudadanos (excepto para las mujeres, claro está) constituirían el ingrediente principal de la fórmula de la felicidad.

Más allá de la visión de Tomás Moro, el concepto de la utopía ha ido evolucionando y alimentando los grandes movimientos por la liberación humana, como pueden ser el comunismo, el anarquismo, los nacionalismos o el feminismo. La mayoría de estos movimientos a pesar de sus posibles sinergias o convergencias han establecido un marco único en el que se daría dicha liberación. En el comunismo se trataba de la dictadura del proletariado, en el anarquismo de la abolición del estado, las leyes y la propiedad, en el caso del nacionalismo la aplicación sin límites del derecho de autodeterminación y, en el del feminismo, la consecución de una igualdad real entre hombres y mujeres que superase las diferencias de género.

Dejando de un lado el feminismo, provisto de tantas corrientes que hacen que resulte muy difícil establecer un único escenario final. El resto de movimientos propugnan siempre una necesidad, lo que Bakunin llamó en su momento la “educación de las clases populares”. Los nacionalistas en su caso hablarán de la “construcción nacional”. En definitiva se refieren no a otra cosa que la necesidad de una élite que muestre el camino al pueblo.

Y los elementos del mismo que expongan opiniones diferentes estarán alienados o serán llamados traidores, o simplemente, como sucede en muchos nacionalismos, radicales o moderados, se les negará su condición de pertenencia a la comunidad.

Algún cínico podría decir que el odio es el precio que tenemos que pagar por la consecución de la felicidad.

 

La utopía neoliberal y el fin de la historia

 

El caso es que todos estos movimientos propugnan esquemas en principio cerrados en los que tendrá lugar dicha liberación. Porque incluso el neoliberalismo fue definido por Pierre Bourdieu como una utopía en vías de realización, señalando que dicho sistema, abrazado como un dogma por organizaciones como el FMI, el Banco Mundial o la OMC no es otra cosa que “una pura ficción matemática fundada, desde su origen, sobre una formidable abstracción, que, en nombre de una concepción tan estrecha como estricta de la racionalidad, identificada con la racionalidad individual, consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales respecto a las normas racionales y de las estructuras económicas y sociales, que son la condición de su ejercicio”. Más allá del engaño intencionado que esconde este dogma, en él se representa de nuevo la idea utópica de que una organización basada en normas racionales podría ser aplicable a cualquier contexto o lugar.

El triunfo de esta visión del mundo viene garantizado por contar entre sus fieles seguidores con los poseedores de “todas las fuerzas de un mundo de relaciones de fuerza” y sicarios en las instituciones políticas dedicados solamente a crear las condiciones necesarias para que este sistema sea posible. Y, es por eso, que en el contexto de la caída del Muro de Berlín y del fin de la utopía soviética, surge un ensayo como “El fin de la historia” de Francis Fukuyama que, a pesar su evidente etnocentrismo y falta de rigor consigue una publicidad inaudita sólo por afirmar que la útopía ya se ha cumplido, porque el sistema capitalista ha vencido al no quedar ya sobre el tablero ningún competidor que pueda hacerle sombra. Con lo que concluye que la historia ha terminado.

Pero el neoliberalismo sigue aludiendo a un futuro en que, gracias al libre comercio, conseguiremos un crecimiento sin fin, ignorando las contradicciones que se producen en su interior y la violencia inherente al propio sistema, ejercida constantemente contra las clases populares más desfavorecidas que son las principales perjudicadas cuando se produce algún desajuste en un sistema ya de por sí basado en la desigualdad.

 

El carácter destructivo

 

Pero si definimos la historia como la consecución de la utopía me temo que ésta nunca llegaría a su fin. El Ángel de la historia, como lo definía Walter Benjamin era sólo el testigo paralizado de una serie de catástrofes que se sucedían una tras otra. Incapaz de deshacer lo hecho, de detener las injusticias o de dar la voz a los más desfavorecidos.

También es interesante la redefinición que hizo el autor del concepto de utopía o, más concretamente, interpreto yo la reflexión acerca de su inutilidad. No se trata de crear una sociedad perfecta, sino de la destrucción de todo aquello que provoca las injusticias o la insatisfacción entre las clases más oprimidas. En palabras del propio autor: “Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen”. Porque no importa tanto lo que venga después como la destrucción en sí, porque: “destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se encuentra. A esta imagen apolínea del destructivo nos lleva por de pronto el atisbo de lo muchísimo que se simplifica el mundo si se comprueba hasta qué punto merece la pena su destrucción”. El autor coloca la destrucción en el núcleo central de su discurso. Nuestra necesidad de destruir aquellas estructuras que nos oprimen y no nos dejan respirar. La necesidad de combatir y erradicar las injusticias. Sin otro propósito concreto más allá de darnos la oportunidad de poder caminar entre las ruinas de lo existente, entre las que será posible hallar caminos por todas partes.

 

La confusión siniestra

 

Fukuyama tenía razón en una cosa: hoy en día no existe ningún sistema o ideología que aglutine por sí solo la fuerza suficiente como para hacer sombra al capitalismo. La izquierda se ha dividido en infinidad de movimientos a veces incompatibles entre sí. Por ejemplo, los movimientos ecologistas o antibelicistas pueden chocar con grandes partidos de izquierda preocupados de mantener los puestos de trabajo en ciertos sectores. Un ejemplo claro de ello es Cádiz, donde la producción de armamento militar para países con regímenes crueles y totalitarios se ha convertido en el principal medio de subsistencia de gran parte de la población.

La izquierda se enfrenta cada vez más a decisiones fatales en las que ha de escoger entre abandonar a su base social y traicionar sus ideales. Por otro lado, se le han ido pegando vicios de la derecha basados en la negación de la realidad, donde no se mira la realidad tal cual sino tal cual querríamos que fuera, negándose a legislar en temas como la prostitución que sigue siendo objeto de debate, incluso dentro del feminismo.

Mientras la derecha se dedica a buscar enemigos o promocionar teorías más o menos estrafalarias como las de Pinker o puramente reaccionarias como las de Sartori, recientemente fallecido, la izquierda se pierde en los detalles incapaz como es de ofrecer una alternativa o un nuevo modelo de sociedad.

Quizá sea mejor. Que el debate se centre en las decisiones concretas. En los problemas que afectan a la población. Porque lo cierto, es que en una sociedad de clases endeudadas pero aun así razonablemente acomodadas, resulta imposible plantear una ruptura con el régimen actual.

 

El fin de la historia

 

El debate se ha vuelto confuso. Los movimientos son cada vez más, sustituidos por una marea de opiniones. Las redes sociales han cobrado vida propia y empieza a ganar importancia no la realidad en sí, sino los sentimientos, nuestra idea de cómo debería ser. Y por eso sólo consumimos las opiniones que apuntalan nuestra manera de pensar, independientemente de su veracidad. Porque la realidad, el verdadero sufrimiento han dejado de importar. Ahora sólo importa justificar a los nuestros.

La utopía sigue existiendo. A ratos. Guardando las formas. Hoy ningún líder político saldrá a decirnos que otro mundo es posible. Por lo menos no nos lo dirá en serio. Las nuevas repúblicas son sólo duran segundos. Las personas están cada vez más polarizadas, pero también aisladas. Los problemas se resolverán en un futuro.

Pero el problema sigue ahí. El odio. Al traidor. Al diferente. No nos importa cómo se sienta la persona que hay delante. Ni sus motivos. Ese rencor crece y crece. Se busca un enemigo y uno de los bandos debe ganar. Se cebará sobre su oponente. Vendrán catástrofes futuras.

Y el ángel de la historia sigue observando, impertérrito, como los imperios se levantan y después caen, como la guerra lo convierte todo en ruinas.

Y a la humanidad sólo le queda la opción de seguir adelante, por muchos cielos que se hayan derrumbado.

utopía

Manifiesto Angelus Novus, Bárbara Ayuso, Carácter Destructivo, D. H. Lawrence, Destructor de mundos, Feminismo, Francis Fukuyama, Giovanni Sartori, Mijail Bakunin, Pierre Bourdieu, Steven Pinker, Tomás Moro, Utopía, Walter Benjamin

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