“Para invocar un demonio necesitas saber qué nombre tiene” William Gibson, Neuromante
Upgrade (Ilimitado) [Leigh Whannell, 2018]
Upgrade es un ejemplo perfecto de lo que es una efectiva a atractiva serie B. Protagonizada por Logan Marshall Green, del que más que su parecido a Tom Hardy o sus colaboraciones en películas de grandes estudios como Spider Man o Prometheus, destacaría su capacidad para expresar mucho con muy poco, un pequeño gesto, una pequeña mirada, que queda patente en otras producciones más bien modestas o independientes como The Invitation de Theodore Shapiro o la extraordinaria miniserie Quarry.
Partiendo de una escenografía que recuerda un poco a una Blade Runner revisitada y un argumento que podría haber salido de alguna película de los 80, es decir, una arquetípica historia de venganza mezclada con la adaptación del cuerpo humano a la tecnología cibernética que bebe de clásicos como eXistenZ de David Cronenberg, la ya mencionada Blade Runner de Ridley Scott y en parte un cyberpunk clásico inspirado en el anime japonés.
Upgrade (Ilimitado) [Leigh Whannell, 2018]
Upgrade (Ilimitado) [Leigh Whannell, 2018]
De este caldo surge una película ni extraordinaria ni excesivamente original, predecible en muchos de sus tramos, que cumple más que sobradamente en su tarea de entretener con originales escenas de acción que cabalga con soltura entre la comedia, el thiller y el drama.
Es digno de elogio señalar que el director y guionista Leigh Whannell consiga hacer todo esto con un montaje muy ágil que, sin rodeos, consigue crear un universo propio, aprovechando muy bien sus referencias, para no tener que hacer digresiones innecesarias que puedan distraer al espectador de aquello que nos trata de hacer llegar que es una disfrutable película de acción futurista que nos introduce con facilidad en su trama y sus personajes en una duración de poco más de hora y media lo que la convierte en una rara avis en un momento en que las carteleras están repletas de películas que pasan con facilidad los 150 minutos.
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir” Roy Batty (Rutger Hauer), Blade Runner
Todo a la vez en todas partes
Sucede, a veces, que la ceremonia de los Oscars decide sorprendernos y, por una vez, hacer justicia al verdadero talento. Quizá incluso lo haga más a menudo de aquí en adelante, porque toda esa serie de películas mediocres que antes podíamos ver en las salas de cine ahora se estrenan directamente en plataformas digitales que, no suelen darnos agradables sorpresas en relación a los proyectos cinematográficos que producen o nos ofrecen, salvo honrosas excepciones nos dan más bien pocas.
Curiosamente, suele tratarse más bien de títulos no hollywoodienses, como Sin novedad en el Frente(Edward Berger, 2022), Los miserables(Ladj Ly, 2018) o Sólo nos queda bailar(Levan Akin, 2019), que quizá no podríamos haber visto de otra manera pues se trata de películas que no suelen durar en cartelera o que, si lo hacen, lo hacen normalmente con pases a los que un honrado padre de familia no tiene posibilidad de acudir.
Pero, en fin, cuál es el futuro de cine, he ahí la polémica. Carlos Boyero, se refiere a ella como una “Lamentable película, un disparate inentendible, bobamente imaginativo, pesado de ver y escuchar” preguntándose: ¿Esa cosa es el presente del cine? A lo que yo contestaría que efectivamente no lo es, porque últimamente resulta muy difícil encontrar una película que como ésta reúna tantas virtudes y tanto talento.
Me arrepiento de no haberla visto en salas. Tengo una tele guay y eso, pero creo que la experiencia hubiera sido mejor en una sala de cine. Confieso que la primera vez que la vi me perdí un poco, bajo la llamada del sueño y el efecto de las benzodiacepinas que tomo como buen habitante de un país occidental. No llegué a verla entera, me quedé casi en el principio, medio dormido. No era el momento.
No obstante, a pesar de todo, guardaba un buen sabor de boca y, el otro día, cuando mi mujer me preguntó si poníamos otra vez la película del Oscar pensé: Sí, por supuesto.
Y esta vez me metí de lleno en el ojo del huracán, y una lluvia de escenas e imágenes coloridas, surrealistas, icónicas, cómicas, dramáticas, emotivas e hipnóticas me sumergieron en una película que, en realidad, no es una alternativa al cine de superhéroes ni un divertimento vacuo sino una historia sobre el amor, sobre la capacidad que a veces perdemos de ver desde los ojos que nos miran y sobre la futilidad de pensar en lo que pudo haber sido y no fue frente al disfrute de las relaciones que entablamos en una vida que es como es: complicada, insatisfactoria, injusta, hostil y carente de sentido.
A mí me pasa lo mismo que al personaje de Evelyn Wang (extraordinaria Michelle Yeoh). No de verdad claro. Pero creo que a ustedes les pasa, a todos. Al menos a todos los que todavía no hemos perdido la capacidad de imaginar. A los que un día, hastiados de trabajar o de hacer otra cosa, nos imaginamos como un actor o un escritor famoso al que alguien está entrevistando (mi sueño siempre ha sido que me entreviste Bárbara Ayuso); también nos pasa, paseando por las calles de Madrid, perdidos entre tanta gente nos sentimos como un espía en medio de una conspiración que tenemos que desentrañar a través de los movimientos de otros viandantes; como cuando soñamos que somos superhéroes o caballeros oscuros que vencen en combate a multitud de enemigos humanos, malignos o deformes.
Pasa que nuestra imaginación también se confunde con películas que hemos visto o libros que hemos leído. De ahí el pastiche, las referencias a Ratatouille o a Deseando Amar de Wong Kar-Wai que, sobrepasando la consideración de ejercicio de estilo, son devoradas por la trama, masticadas y perfectamente absorbidas por nuestro metabolismo.. Hablo, por ejemplo, de esa conversación en un callejón en la que Ke Huy Quan le explica a la protagonista que hay más de una manera de hacer las cosas, que todos los seres humanos somos diferentes y que nos enfrentamos a la vida de diversas maneras, no siendo necesariamente más válida que una de otra.
Y me quedo, injustamente sin señalar la soberbia lección de interpretación que nos regala Jamie Lee Curtis, sin hablar de todo lo que rodea al personaje de Stephanie Hsu, elogiar al omnipresente James Hong, ni decirle a Tallie Medel lo dulce que es y lo bien que le quedaría el pelo largo.
Ni señalar que esta película nos explica el multiverso mucho mejor de lo que lo hacen en el somnoliento primer capítulo de la serie Loki o que hubiera sido lo que Spielberg hubiera rodado en lugar de Ready Player One a principios de los ochenta, cuando todavía le sobraba talento.
“Va a subir la marea, y se lo va a llevar todo” Extremoduro, Decidí
Chris Hemsworth
Malas noticias para el actor australiano que, en una batería de pruebas realizada para la docuserie Limitless, en la que se habla de un tema tan en boga como la posibilidad de desarrollar nuestras capacidades al máximo para conseguir tener una mayor calidad de vida, tanto en el sentido físico como en el mental, descubrió que tenía dos copias del gen ApoE4, una propensión genética heredada de sus padres de desarrollar la enfermedad del Alzheimer.
El actor ha manifestado que hará un parón de su carrera y dedicara sus esfuerzos a tomar medidas preventivas contra una enfermedad para la que es entre 8 y 10 veces más propenso que la media. Desconocemos cuáles son esas medidas preventivas, pero es imposible no sentir empatía por alguien aterrado por la posibilidad de sufrir una de las enfermedades más crueles que existen.
Porque, como el mismo actor ha señalado, está muy presente el momento de dejar de recordar lo que es la vida, ir perdiéndonos, poco a poco, en un pozo oscuro entre el exceso de recuerdos y la incapacidad de vivir nuestro día a día con una cierta normalidad.
Lo que siempre me ha aterrado de la muerte, como a todo buen ateo, es la idea de que algún día no existiré. Que entre billones y billones de habitantes de billones de galaxias no creo que ninguno de nosotros sea especial. ¿Puede usted imaginar la no existencia? ¿Un negro más oscuro que el ébano sin sonido ni tacto, ni respiración? ¿Nada? El Alzheimer no es eso, lo sabemos, pero poco a poco va acercando a quienes lo sufren hacia esa nada, con las terroríficas consecuencias que eso tiene para quien lo padece y para quienes están a su lado.
No obstante, la actriz Elsa Pataky, esposa del actor ha comentado que han dicho que han decidido tomárselo de manera positiva. Vivir el día a día, teniendo en cuenta que el actor todavía tiene 39 años y le queda mucho por ver y hacer y, seguro, muchos éxitos por venir tanto en el ámbito profesional como en el afectivo. Por lo que sólo queda vivir y tomar esas “medidas preventivas” que esperemos ayuden al actor a mantener a raya esa maldita enfermedad y rezar a un Dios inexistente para que a ninguno de nosotros nos llegue el día en que seamos incapaces de reconocer el tiempo, a nuestros seres queridos y nuestros verdaderos propósitos.
“God isn’t real. Now go jerk off to my porn” Riley Reid
Riley Reid
Empecemos con una obviedad: el porno es una industria que mueve millones y crea miles de puestos de trabajo para chicas que estén dispuestas a vender su cuerpo, tal vez también su intimidad, delante de una cámara. Quizá sea sólo esa cámara lo que diferencia su profesión de la prostitución, no sé, no voy a abrir ese debate de momento. Pero no nos vayamos por las ramas y dejemos una cosa clara: hay miles de actrices porno rubias, morenas, de ojos azules, marrones, verdes, uno de cada color, tatuadas, operadas, maduras, con labios hinchados por el botox, delgadas, entradas en carnes, intelectuales, frikis, dispuestas a hacer sólo escenas lésbicas o a llegar al límite de lo aceptable en la forma que son humilladas, degradadas o maltratadas.
Entre todos esos terabytes de contenido prohibido, imágenes, vídeos, parafilias y lluvias no sólo de semen, es difícil destacar. Los hombres lo suelen hacer por su dotación, claro. Pero las mujeres… Es otra historia. Literalmente, otra historia, porque deben contárnosla no sólo delante de una cámara con su cuerpo, su cara, su voz lujuriosa y sus gritos de placer, sino también deben hacerlo detrás. Si no, que le pregunten a Sasha Grey que, en el mundo del porno se hizo famosa por la profundidad en el arte de la felación y por pedirle a Rocco Siffredi que le pegase un puñetazo en el estómago mientras se la practicaba. Hubo incluso quien hablaba de la nueva Jenna Jameson y, sin embargo, su popularidad aumentó cuando confesó al mundo que le gustaba leer y escribir y que su intelecto iba más allá de lo que normalmente se considera adecuado para una chica del porno, ya que estas no pasan de bitches, whores o stupid girls.
A partir de ahí su carrera pasó por otros derroteros trabajando como actriz en películas notables como The girlfriend Experience del director Steven Soderbergh y Open Windows, proyecto internacional de nuestro Nacho Vigalondo. Después inició el camino que tantas mujeres han iniciado después de las 50 sombras de Grey, es decir, la escritura de una trilogía de novela erótica e, incluso, ha acabado dando charlas en colegios para promover la lectura.
Pero no hemos venido aquí a hablar de ella, ni de Mia Khalifa, la actriz amenazada por el terrorismo islámico por haber protagonizado una escena con el hijab, convirtiéndose en un símbolo de la libertad contra el fundamentalismo que le catapultaría hacia una carrera de éxito en los programas. Tampoco de Monique Alexander, que combina su faceta de actriz porno con los programas de radio y televisión hablando de educación sexual.
Hemos venido a hablar de Riley Reid y a preguntarnos en primer lugar, el porqué de su reinado en un mundo repleto de veinteañeras con cuerpos semiadolescentes como ella, de sus 2,3 millones de seguidores en Twitter y 2 millones en Instagram. Vamos a hablar de la razón que le ha convertido en un icono y un mito y, también, un poco de su vida privada, del deprecio y el rechazo que ha tenido que sufrir por parte de su familia por su profesión.
Si echas un vistazo a la Wikipedia obtendrás unos pocos datos. Nació en Miami Beach, Florida el 9 de julio de 1991. Pasa de los 30 años aunque no los aparente y en el imaginario colectivo siga siendo esa jovencita, girl of next door que, tal como pudimos ver en el ¿documental? Hot Girls Wanted, se trata de un perfil ampliamente demandado por la industria del porno. Su nombre real es Ashley Mathews, ha ganado multitud de premios AVN por su trabajo y ha participado en más de 1400 escenas entre películas y sitios web como Brazzers, Naughty America, Bang Bros, etcétera.
Riley responde al mito de lolita, no respondiendo a la descripción que se hace del mismo en la película homónima de Stanley Kubrick como a la de la canción Moi… Lolita, gran éxito pop de los noventa, que convirtió a Alizée en una estrella: la jovencita con pantalones vaqueros y malas notas que no tiene la culpa de que los hombres se lancen sobre ella en cuanto la ven. Se trata de la víctima perfecta, pero sólo por una razón: desea serlo.
Milan Kundera decía que el flirteo o la coquetería eran una propuesta de sexo sin garantía. En el caso de Riley Reid, su sonrisa pícara, es una garantía de pecado, porque cuando alguien intenta seducirla significa que ella ya lo ha hecho. Dirá el lector que no podría ser de otra manera en el mundo del porno, con razón, pero así como otras actrices se muestran como víctimas del deseo masculino, ella no lo es. Ella lo sabe, ella maneja la situación, por más dura que acabe siendo la escena.
Y esto es todo lo que tengo que decir de ella como actriz porno o como trabajadora sexual. No creo que haga falta una descripción pormenorizada, ni siquiera añadir una escena, porque quien así lo desee puede dejar un rato de leer este artículo y, cuando vuelva más relajado y dispuesto a la reflexión, retomarlo a partir de su página de twitter:
La foto de su perfil ya es toda una declaración de intenciones, ese dibujo con una gorra comiéndose un plátano básicamente de un bocado. Después, en la foto de la página una interesante reflexión:
“Yo: Existo. Instagram: Has violado nuestro acuerdo de términos y condiciones”.
Riley es una estrella, insistimos, con más de dos millones de seguidores. Hay muchos actores de cine, digamos convencional, que se cortarían un brazo por conseguir esa cifra y, sin embargo, sigue siendo de algún modo despreciada. No se trata de términos y condiciones, sino más bien de términos morales. Como decía Amarna Miller en una interesante entrevista en Jot Down, sobre las escenas de sexo explícito en el mundo del arte:
“Depende de cómo se cuente y cómo se planteen los personajes. Igual que en una película normal el sexo gratuito estorba y no tiene que ver con la trama, pero si se va construyendo una situación en la cual los personajes lo están buscando y al final sucede a mí sí me parece que puede aumentar la calidad literaria. Me parece hipócrita que se omita el sexo en todas las obras supuestamente artísticas, como si el sexo perteneciera a otra área del conocimiento y fuera sucio, turbio y moralmente reprobable”.
Hay directores que ya han superado esto, como lo hizo Michael Winterbottom, con un resultado irregular en su película Nueve canciones. Pero el caso de Riley va más allá, incluso de ella, porque es el hecho de ser una trabajadora sexual es lo que la convierte en sucia, turbia y moralmente reprobable. Viven en un mundo donde el feminismo todavía no ha planteado de una manera abierta y sincera el tema de la prostitución. Donde muchas corrientes quieren imponer una opinión propia sobre el tema, rechazándolo del plano y, lo que resulta más grave en mi opinión, sin permitir, sin dar voz a aquellas personas que se ganan la vida de esta manera.
¿Qué es lo que quieren las trabajadoras sexuales? Apenas lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, más allá de su trabajo, Riley Reid tiene una voz, tiene opiniones propias que le convierten en una mujer inteligente y empoderada. Sí, utiliza su cuenta de Twitter para promocionar su inevitable OnlyFans y sus vídeos porno, pero también para dar sus opiniones sobre teatro, relaciones con hombres de mayor edad, sobre cómo conseguir su independencia económica sin depender de nadie o de la necesidad de controlar el tiempo que pasamos en Internet o en las redes sociales.
Watched The Social Dilemma & you should too if you haven’t. You should also consider changing your phone routines so you don’t spend so much time on social media apps. I know, cliche bc I’m using twitter to inform you of this but thats all I have to connect with you.
No voy a citar tweet a tweet estos temas, no me interesa hacerlo. Me interesa hablar de Riley y su complejo de Electra. Un complejo falso, por supuesto, no más que una metáfora de la manera en la que ha sido menospreciada y despreciada por su familia porque el sexo es sucio e inmoral. Lo es aunque todos lo consumamos. Aunque lo encontremos en todas partes y sea un negocio que mueve millones por todo el mundo.
Riley tuvo este tweet fijado durante bastante tiempo:
¿Recordáis lo que decía Amarna Miller? Riley destroza ese argumento en una frase, no el de Amarna sino aquel que menosprecia el sexo, de diez palabras que traducidas vendrían a decir: “Dios no existe, así que mastúrbate con mis vídeos”. Déjate de chorradas, el sexo está y siempre va a estar ahí. ¿Tienes una necesidad? Satisfácela, deja la moralidad a un lado, porque sólo es un constructo social que te oprime, que nadie te diga que disfrutar es malo, está prohibido o que tienes que esconder ante los demás. Durante siglos hemos vivido el sexo como un pecado, no cometerás actos impuros dice el sexto mandamiento, que se ha utilizado como excusa para defender que el sexo sólo ha de ser utilizado para la procreación. Por eso Dios castigó a Adán y Eva a avergonzarse de su desnudez, no debes morder la manzana, no debes saltarte las reglas. No puedes vivir de acuerdo con tus propias reglas. Por ese motivo, el padre de Riley, fanático religioso la ha rechazado en público varias veces. No es el pecado, es la incapacidad de algunos de permitir a los demás vivir su propia vida como le dé la gana, bajo el imperativo de múltiples ideologías, algunas religiosas, otras que pretenden serlo y otras que no lo son en absoluto.
La ruptura de Riley con Dios le permite, como diría Walter Benjamin caminar entre las ruinas. Es una mujer empoderada, casada y con un hijo que no ha dejado de ejercer su profesión. ¿Una víctima del patriarcado? A mí no me lo parece. Es una mujer de su tiempo que vende su imagen por Internet pero: ¿Por qué su faceta de influencer es menos lícita o legítima que la de Chiara Ferragni?
Y ahora, pienso en lo que escribo y me imagino como una tortuga patas arriba, me contradigo diciendo que Riley Reid sí es una víctima del patriarcado. Lo es por su complejo de Electra, porque ha intentado buscar la aprobación de un padre que la desprecia incluso públicamente. Y es por ello que en la descripción que da de sí misma en las redes es que es atea. El mismo motivo por el que más de una vez les ha dicho a sus seguidores adolescentes que no se preocupen que, también a escondidas, sus padres ven el mismo porno que ellos.
La hipocresía de los argumentos de Riley Reid y Amarna Miller no viene del libre ejercicio de su libertad, sino de la supuesta consideración del porno de Internet como una expresión artística. Porque ya no se hacen películas como Tras la puerta verde, verdadero festival de escenas psicodélicas, como Latex de Michael Ninn, fábula futurista y virtuosa reflexión sobre cómo limitamos nuestro deseo sexual o cualquier película de Andrew Blake, que, con estética de videoclip, consigue crear universos hipnóticos y sugerentes que verdaderamente te atrapan más allá de la paja rápida.
Ellas viven (o vivieron, ya que Amarna ha dejado el negocio) del sexo encorsetado, de las páginas de fetiches: sexo con mi niñera, sexo con mi profesora, infidelidad, sadomasoquismo o vídeos de casting verdaderamente asquerosos donde la sexualidad se confunde con el maltrato, la degradación y la humillación. Escenas unidimensionales donde el cáncer no se haya en el tabú del sexo, sino en la excesiva simplificación del mismo y la cosificación de las trabajadoras sexuales.
Riley Reid puede ser ella misma en Internet. Puede dar sus opiniones, pero éstas están escondidas entre multitud de videos promocionales en plan ¿en qué agujero me la meterías? Por lo que su personalidad y su discurso se desvanecen dando paso a un nihilismo cada vez más presente en todas las capas de la sociedad.
Las fake news y las pajas rápidas provienen de la misma fuente. De aquellos que quieren mostrarnos un mundo a la medida de nuestros deseos, nuestros fetiches más allá de toda empatía o sentido de la reflexión. Mal llamados periodistas que difunden noticias falsas. Mal llamadas feministas para las que las trabajadoras sexuales deberían no existir y, si lo hacen, mejor en la clandestinidad, en los límites, en aquellos lugares en los que no se tenga en cuenta su opinión, dándoles el mismo valor que les dan los consumidores de porno utilizando expresiones como le ha dado lo suyo a esa zorra.
¿Alguien recuerda el famoso vídeo de Rebecca Linares con Max Hardcore? Seguro que la mayoría no han leído las declaraciones de ella diciendo que se había sentido violada y vejada:
“He rodado con ese tipo y la realidad que fue unos de mis peores días de mi vida, estoy avergonzada de ese trabajo debido a que ese tipo no me guardo respeto alguno y no volveré a trabajar con el, casualmente lo vi hace 2 días y el muy cerdo me mandaba besitos dios que asco, a quien le agrada mi trabajo le agrada verme gozar, te afirmo que en esa escena no disfrute nada y me entristece suponer que gente que le agrade, desee verme en esa circunstancia“.
En definitiva se trata de crear el hombre y la mujer unidimensionales que sólo ven el mundo desde su propia esquina, incapaces de aceptar que puede haber cosas en el mundo que no son de su agrado, convencidas de que se trata de aquello que debería no existir. Se trata, en fin, del capitalismo y la cultura del consumidor donde nos meten estímulos constantes con una cuchara haciéndonos sentir superiores engordando nuestro ego sólo en base a la idea de que tenemos siempre la razón, a la ilusión de que un famoso podría ser amigo nuestro por dar un like a uno de nuestros tweets o por seguirnos en Instagram y a la idea descabellada de que Riley podría tener el mínimo interés de practicar sexo con cualquiera de los sudorosos espectadores de sus omnipresentes vídeos.
Mi padre me ha contado muchas veces que cuando se fue a la mili, principios de los setenta, estaban estrenando una película de Ramón Fernández, protagonizada por Alfredo Landa y titulada No desearás al vecino del quinto.
Aquella película, fácil de olvidar excepto para aquellos empeñados en reivindicar cualquier cosa, todavía seguía en cartel cuando terminó el servicio militar, cuando todavía había sesiones dobles que, curiosamente, fue algo que Quentin Tarantino y Robert Rodríguez intentaron reivindicar, quizá no con el éxito esperado en 2007 con Grindhouse (Death Proof y Planet Terror).
No obstante, no estamos aquí para hablar de este proyecto, sino de que en todos mis años de asiduidad a las salas de cine no recuerdo más que una película que lograra mantenerse más de un año en cartelera. Aquella película era Pulp Fiction.
No era una época de crisis de las salas de cine, había éxitos como El Señor de los Anillos, Seven o Trainspotting, también de películas españolas, como El día de la bestia y Abre los ojos. En algunos casos era incluso casi imposible conseguir entradas el fin de semana de estreno y había que esperar una o dos semanas para verlas.
Con Pulp Fiction no ocurrió eso. Tarantino había dirigido uno de los mejores debuts de la historia, Reservoir Dogs y había también figurado como guionista de películas de éxito como Amor a quemarropa, dirigida por Tony Scott o Asesinos natos, que dirigió Oliver Stone. Pero no era una estrella, sino un talentoso director y guionista más en el mundo del cine independiente que en el mainstream. Se trataba, por lo tanto, de un estreno muy esperado para los que estábamos enganchados a las revistas de cine pero no tanto para el resto del público y, sí, la gente empezó a ir a las salas, pero también he de decir que recuerdo a más gente ir a verla por segunda vez en una sala más grande y más llena. Y tampoco puede decirse que hubiera muchos asientos libre la tercera y la cuarta vez.
El boca a boca había funcionado, las expectativas de los críticos (o de buena parte de ellos) habían quedado satisfechas y Tarantino se convirtió en el centro de un remolino donde se alababan sus múltiples referencias a la cultura pop y la Nouvelle Vague, el debate sobre la violencia en el cine, la Palma de Oro en Cannes y el Oscar al mejor guion original.
Tarantino había pasado de vivir de prestado en casa de la actriz Jennifer Beals (quien figura por ello en los agradecimientos de los créditos) a convertirse en una leyenda después de sólo dos películas, cosa que ningún director de la historia del cine ha conseguido con la misma repercusión.
En fin, el tío estaba en todas las portadas, en la cresta de la ola, en la cima del Everest, y todo el mundo se preguntaba qué haría a continuación. No es que se hubiera quedado quieto, en 1995 plagió una historia de Alfred Hitchcock presenta… en la película de episodios Four Rooms y, al año siguiente, fue guionista y realizó un papel secundario en la que fue un éxito de taquilla Abierto hasta el amanecer dirigida por su infatigable amigo Robert Rodríguez.
Aparecieron amigos nuevos, otras relaciones se fueron enfriando, como la amistad que mantenía con Roger Avary que, hasta entonces, había jugado un papel clave en su cine, ya que había trabajado en los guiones de sus dos primeras películas y en el de la antes mencionada Amor a quemarropa. Aún me pregunto a veces cómo hubiera sido la carrera de Quentin en el caso de que no se hubiera roto esa alianza. Quizá volvamos a eso más adelante.
El caso es que en 1997, Quentin Tarantino estrena la que es oficialmente su tercera película como director, Jackie Brown. Y, primera sorpresa, su guion no es original sino que se trata de una adaptación del fantástico novelista Elmore Leonard. Esto hizo levantar la ceja a más de uno, dando argumentos a quienes acusaban a Quentin Tarantino de plagiarismo, a quienes consideraban “Reservoir Dogs” una adaptación no reconocida de City on Fire de Ringo Lam y Pulp Fiction como un ejercicio de estilo basado en el cine europeo, concretamente en Jean-Luc Godard.
Jackie Brown: Tarantino y la antítesis
No digo que estos argumentos carezcan de fundamento, pero mi opinión se mueve en otra dirección: algo murió dentro de Tarantino con esta película, porque fue la última vez que se movió con libertad e hizo la película que él quería sin dejarse llevar por todo aquello que vino a considerarse como su estilo o su sello y que no aparecía necesariamente en sus primeras películas.
Hay muchas similitudes entre Jackie Brown y Pulp ficción. Al igual que recuperó a John Travolta, aquí lo hizo con Pam Grier, actriz semidesconocida para quien no fuera un entendido en el género blaxploitation y a Robert Forster, que no había participado en ningún proyecto relevante desde hace bastante tiempo. Su historia de amor constituye el centro de un relato de matones de poca monta en la ciudad de Los Ángeles y los dos actores están más allá del elogio en sus respectivos papeles de perdedores, con unas interpretaciones sutiles y delicadas (en lo relativo a su relación) desembocan en el que es para mí uno de los finales más bellos y melancólicos del cine de los noventa.
Alrededor de ellos, el ruido, Samuel L. Jackson, Robert De Niro y Bridget Fonda, cada cual en un papel más fascinante. Destaca el primero, la otra pata que sostiene la película. Un gangster desconfiado de gatillo fácil para quien trabaja el personaje de Pam Grier, aprovechando su trabajo de azafata para mover droga y que es captada por el agente de Ray Nicoltette del FBI (he de decir aquí que Michael Keaton está desaprovechado, tal vez por que su elección responde más a un guiño cinéfilo que a otra cosa) para llegar a su jefe.
Ordell Robbie (Jackson) es la serpiente. Un reptil al que no te conviene acercarte si no quieres salir malparado. Desconfiado, piensa que todo el que está a su alrededor es susceptible de ser una rata de la que no va a dudar en deshacerse para asegurar su negocio y su supervivencia.
Jackie Brown: Tarantino y la antítesis
Jackie Brown se encuentra atrapada entre el FBI, él y Max Cherry (Forster) un fiador que, sin motivo aparente decide ayudarle…
Todo parece muy violento. ¿A que sí? Más si tenemos en cuenta a Louis Gara, un excelente Robert De Niro que interpreta a un matón, un garrulo de gatillo fácil que no piensa demasiado las cosas antes de actuar. Un garrulo como lo era Vincent Vega que, asumámoslo, tampoco era un personaje excesivamente inteligente. Y ahí estaba la gracia. Porque las historias de Quentin Tarantino podían ser sórdidas pero, salvo la escena de Michael Madsen bailando con una oreja, dicho esto con matices, sus películas contaban historias sórdidas pero no se ensañaban en escenas gore. Es más, en Jackie Brown todas las muertes aparecen fuera de cámara al igual que en Pulp Fiction. Porque la gracia era otra.
Los primeros personajes de las películas de Tarantino se movían entre lo macabro y lo grotesco. Había historia de violencia, pero las historias se basaban en elementos surrealistas: el gánster que tiene que llevar a cenar a la novia de su jefe, un ex presidiario que mata a una chica después de haber sido humillado en una relación sexual que no llego a durar ni dos minutos, un boxeador y un mafioso que son secuestrados por unos violadores, etcétera.
Se trataba un poco de un libro de anécdotas, cosas extrañas que les pasaban a los gánsteres en el desarrollo de su vida laboral. Un tío podía dispararte más de nueve veces a pocos metros y no acertar con una sola bala. Podríamos hablar del montaje de la película, tan innovador, pero, sin embargo, creo que el primer Tarantino nos contaba historias de perdedores en la ciudad de Los Ángeles.
Jackie Brown: Tarantino y la antítesis
No sé si fue la influencia de Robert Rodríguez o el divorcio con Roger Avary, pero lo que no era tan explícito empezó a serlo en sus siguientes películas. Kill Bill Vol.1 está llena de sangre pero, no podemos soslayar que aquello caracterizaba el cine de Tarantino, incluso su sentido del humor, apenas se veían en ninguna parte. Tarantino mezclaba la serie Z con las películas de kung fu y los westerns de Sergio Leone y no salía bien parado. Porque la historia era plana y los personajes apenas carismáticos. Salvo Bill (David Carradine) y Budd (Michael Madsen) que tienen un mayor protagonismo en la segunda parte, donde Tarantino sí que nos regala un momento brillante en aquel diálogo sobre Superman.
Pero de lo que se trata es que esta película supone el inicio del fin de un Tarantino y nos trae otro diferente que ya ha dejado de tener los pies en la tierra, contándonos historias de mujeres que pueden llevar una katana consigo en un avión, grupos de judíos que exterminan nazis, finales históricos alternativos (con los que de alguna manera pretende hacer una especie de justicia poética), westerns que se pasan de metraje e historias de un Hollywood que ya no existe y que no llega a evocar del todo.
Porque cambiamos a Vincent Vega, un matón con pocas luces adicto a la heroína; Mia Wallace una actriz frustrada casada con un gánster; Louis Gara, un ex presidiario con eyaculación precoz; Butch, un boxeador que no llegó a triunfar; o el Señor Naranja y el Señor Blanco, policía y atracador teñidos de mala suerte y malas decisiones, por otros personajes como O-Ren Ishii, Bill y compañía, la élite de la delincuencia a nivel mundial; el Coronel Hans Landa, acomodado, inteligente, manipulador y casi omnipresente; Django, un improbable justiciero del lejano oeste; o Stuntman Mike, un serial killer (casi) imbatible.
Y no es que estas películas no lleguen a entretener. Lo hacen, en el caso de Malditos Bastardos con gozo, en el caso de Django con interés aunque también con un cierto aburrimiento y en el caso de Los odiosos ocho con un severo aburrimiento que mostraba un estilo Tarantino ya casi acabado, donde predominaban las referencias cinéfilas y fallaban los diálogos y el manejo de los tiempos. Porque Tarantino no hacía más que repetir fórmulas, que a veces salían bien, a veces no.
Jackie Brown: Tarantino y la antítesis
Hay destellos en su última película, parece volver a crear personajes más humanos como Rick Dalton (impresionante Leonardo Dicaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), un actor fracasado y un doble de acción en Los Ángeles en la época que transcurre entre un Hollywood dorado y un terrible asesinato por parte de la Familia Manson tras el que nada volvió a ser como era. Érase una vez en Hollywood quizá tenga algunos ingredientes de lo que es el mejor Tarantino, las escenas de Margot Robbie como Sharon Tate que consigue crear un personaje que encandila sin una sola palabra, la asunción de Rick Dalton de que su carrera está a punto de caer por un precipicio y, en alguna ocasión la chulería del personaje de Pitt, con su enfrentamiento con Bruce Lee incluido.
Y, sin embargo, falla, y lo hace porque otra vez quiere recurrir a la justicia poética y presentar a la familia Manson como una panda de hippies atontados que finalmente se equivocan de casa y son ellos los asesinados por la pareja protagonista. Tarantino apostó por la luz en vez de la oscuridad y se equivocó, porque la película estaba en la figura de Manson y sus seguidores, y Manson no aparece apenas un minuto y la historia que realmente cambió Hollywood quizá toda américa se elimina en un guion en el que en lugar de relatar un tiempo convulso el director pretende impartir justicia a unos hechos que no deberían haber sido modificados (en la ficción).
Jackie Brown: Tarantino y la antítesis
Así que yo me quedo ahí, en su tercera gran película, con Jackie Brown, una mujer valiente e inteligente y, sin embargo, también una perdedora que consigue sobrevivir a cambio de renunciar, uno por uno, a todos sus sueños. Me quedo con el final más conmovedor y sutil de toda la carrera de Tarantino, con las calles de la ciudad de los ángeles, con los personajes pulp y gánsteres de poca monta y el polvo que cubre las aceras desgastadas de un lugar que algún día nos hizo soñar con otros mundos.
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