Te extrañé,
en mis largos viajes,
entre charcos de lefa y bosques encantados,
entre sus habitantes violetas,
más allá de la aurora boreal,
tendido en un vacío de sentido,
entre brumas de melancolía y recuerdos pornográficos,
donde los osos blancos ya no podrían hacerme daño,
en los lugares donde nunca estabas,
empujado por una ausencia total de orgullo.
Te encontré
al sentir mis manos apretar mi cuello.
Estaba tan cansado,
pensé que ya nunca volvería
y me vi reflejado en el espejo,
una imagen que parecía capaz de conseguirlo todo.
Y te pensé,
volviendo a la civilización,
iniciando revoluciones tan sólo con mis palabras,
levantando a los muertos de sus tumbas,
haciendo desaparecer la enfermedad y el sufrimiento,
abriendo en canal a millones de cerdos con mi espada
para liberar de sus malos recuerdos
a todos los niños que alguna vez fueron explotados.
Te olvidé,
aquella misma noche,
entre los cincuenta y cinco y los noventa grados bajo cero,
intentando entrar en calor,
emocionándome para después eyacular
sobre el rostro de mi soledad.
Después caí rendido.
Y comprendí que sólo al final,
cuando no me queden fuerzas,
todo cobrará sentido.
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