Ardiendo
Días quietos, futuro incierto;
días largos, pluma inquieta,
días sin ti, noches malgastadas.
Y, mientras,
tu ausencia se cuela entre los huecos de las paredes,
no como, no duermo,
sólo escribo, trabajo y trabajo,
pinto con letras paisajes pintados en blanco y negro,
grises como este cielo de cemento.

Tú te limitas a no estar.
Yo, trabajo y trabajo.
Construyo un palacio de papel
pero tú nunca quisiste reinar
y las paredes están ardiendo.
Y el Antiguo Orden Mundial
da paso a una nueva sociedad
que anhela el amor perdido
entre las cenizas.
Calcinado,
tumbado sobre las brasas
del infierno de nuestros sentimientos,
frustración y deseos incumplidos.
Tahúres zurdos – Arde
Un virus ha invadido la tierra
y, mientras miles mueren,
yo sólo deseo que vuelvas y me contagies.
Pues no tengo miedo a la muerte,
lo único que temo es darme cuenta,
antes de desaparecer,
de que no conservo nada tuyo.

Y,
en mis paredes blancas
tu rostro
aparece y desaparece
como las caras de Belmez.
Cada vez más difuminado
por mi perspectiva miope
que confunde tu sonrisa,
antes cálida,
ahora extraña y conspiradora.
Extraño es el tiempo
que confunde
mis recuerdos,
como extraña es la persona
que tú eres ahora.
Los enemigos – Claro que arde
Te entregaré mi cuerpo
que no podrás tocar
sin tus guantes.
Te regalaré mi risa
que no podrás escuchar
entre todo este silencio.
Te mandaré bombones
que no te podrás comer
sin infectarte.
Te acercaré mi perfume
que no podrás oler
tras esa mascarilla.

Los hombres santos rezan a Dios,
le piden que salve a la humanidad,
que detenga esta pandemia,
pero él insiste en no escuchar,
porque nada puede hacer.
El olor a putrefacción no procede del cielo
sino de nuestras almas condenadas.
Ardiendo
Entrada en poémame (V)