Árbol
El viento hacía que los árboles se mostraran inquietos.
Movían incluso sus raíces,
destrozando todas las baldosas a su alrededor.
Dicen que lo árboles hablan lento,
yo supongo que no tienen nada mejor que hacer en todo el día
que observarnos y quedarse allí plantados,
esperar a que les caigan las hojas,
después esperar a que les vuelvan a crecer.
Siento que mi cordura se cae también, poco a poco,
se vacía como la parte superior de un reloj de arena.
Entiendo que este proceso es inevitable en casi todos los humanos,
Estén cargados de buenas intenciones o de odio y frustración.
Nunca pude ser un árbol porque nunca pude estarme quieto.
Supongo que los árboles no sienten un vacío en el pecho, no les hace falta
y tampoco se torturan con preguntas irresolubles
y, aunque estén más cerca del cielo,
dudo que alguna vez se hagan preguntas sobre el más allá.
No desean tener enfermedades, pero las tienen,
se derrumban con un golpe de viento lo suficientemente fuerte.
Es curioso, porque a mí siempre me ha gustado el frío y la humedad.
La sensación de llevar por una vez la ropa suficiente
y poder enfrentarme al clima sin pasar demasiado calor.
Dicen que esto nunca pasa a la sombra de un árbol,
dicen que el reloj de arena deja de caer
y el pensamiento se vuelve clarividente.
Podría sentarme tranquilamente a leer un libro,
olvidar los errores que me siguen desde el pasado
y los que vendrán desde el futuro.
No recordar que estoy enfermo y siempre lo estaré,
ni que la tregua no existe para quienes padecemos un trastorno mental.
Ahora sólo quiero que las raíces inquietas me abracen,
me acaricien y me comprendan.
Sólo quiero que me dejen dormir por una vez
sin necesidad de tener pesadillas
o de sustituirlas por resacas o consciencias ausentes.
¿Sabes? Es así como te imagino.
Tantas veces como como te maldigo y pienso
en lo egoísta que fuiste al morir
sabiendo que yo todavía no estaba preparado para aceptarlo.

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