Recuerda, por favor,
que, en aquel instante supremo
en que decidiste aborrecer la vida,
no lo hiciste por puro convencimiento
sino embriagado por las palabras del poeta.
Recuerda que sólo tú decidiste odiarte,
que la vida seguía su curso
sin importarle demasiado
el modo en que tú decidías encararla.
Quizá este momento no es el mejor
que pudiste haber conseguido,
pero el pasado se ha ido.
Nada puedes hacer
salvo construir un nuevo presente.
Empezarás, quizá de nuevo,
a construir la casa por el tejado.
Pero ellas estarán ahí, siempre,
por más que intentes despegarte
con tus rabietas pueriles.
Recuerda, de nuevo,
que ellas son los cimientos
y que todo lo que construyas
por muy torcido,
deficientemente planificado, roto,
por muy desconchadas que estén las paredes,
aunque sea un desastre,
será vuestro desastre, una excusa perfecta
para acercarte a la vida,
y rechazar todo aquello que te lleva a la muerte.
Por eso, esta noche,
recogerás todos los deseos no cumplidos,
el pasado que ya no se puede cambiar,
las cien mil catástrofes que anuncian en tu televisor,
las heridas en tus brazos, tus piernas,
las cicatrices de tu cerebro,
tu nariz tantas veces calcinada,
los monstruos que no tienen
ni nombre ni pasado
y los mandarás lejos,
tanto que serán invisibles para los prismáticos
y quemarás el mapa del tesoro
y, con pintura naranja,
dibujarás un cruz en medio de tu salón.
Y, ahora, tras una pausa dramática,
sé que quieres que te escriba directamente,
y te diga que todas las cosas que te dije
cuando escogí la oscuridad eran mentira.
Y no quieres escucharlo
pero me has salvado la vida tantas veces.
Porque mi silencio
no esconde sólo mentiras,
ni una lucha sin cuartel.
Esconde el agradecimiento
que no puedo expresar con palabras
y la increíble verdad de que os quiero.
De que mi vida ya no es mía sino nuestra.

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