Canas
Un folio en blanco y un lapicero
provenientes de bosques saqueados.
Es la literatura asesinando a la belleza,
sólo por un puñado de versos inútiles,
por ganar la batalla a un papel
del mismo color que nuestras canas
hace tiempo condenadas al olvido.
Y todo para seguir creyendo en un amor
que nunca fue inmortal, que fue sólo uno más,
por mi incapacidad para aceptarlo
o mi urgente necesidad de desprenderme de él,
regalárselo al tiempo y entregárselo al olvido.
Todo para acabar reconociendo
que soy incapaz,
de describir el blanco de tus ojos
o de justificar todo el tiempo y energía
que gasté intentando explicar tus silencios,
tus olvidos, tu manía de enredarlo todo
o nuestras ridículas rabietas.
Por eso este folio sigue así,
pálido, vano, deshabitado,
completo de frases mal imaginadas
y palabras borrosas o tachadas,
dedicado al arte inocuo
de borrar y borrar
hasta llenarlo todo de migas
que uno con pegamento.
Después lo pego todo en la pared
y lo miro cada noche
entre fascinado, soñoliento y hastiado,
buscando en cada una de ellas ese algo que no fue:
Un chicle pegado al estómago
cuyo reflujo nos atrapará una y otra vez,
desarmados, incapaces, cada vez más viejos
por más que nos empeñemos siempre
en atarnos a un tiempo que nunca fue como lo imaginamos
Que por más tiempo que pase,
por más que lo queramos desandar
permanecerá ahí, a lo lejos,
fuera del alcance de nuestros brazos diminutos.
Canas
