Fango, color valentino
Ha llovido sangre,
ayer noche,
y esta mañana ha amanecido
todo
cubierto de sangre.
En las calles, charcos de sangre,
los coches salpican sangre,
las nubes rojas
son heridas en el cielo, sangre.
Te vi pasear,
y la sangre empezó a brotar de tu cuerpo
hasta que, al fin,
ya no quedó nada de él.
Sólo sangre.
¿Cuántos años tienen que pasar
hasta que un cadáver desaparezca?
¿Cuántos más para hacer desaparecer
las ilusiones que alimentamos toda una vida?
¿Cuánto tiempo en la gran ciudad
hasta que dejas de desconfiar del calor de un extraño?
¿Cuánta sangre perderás antes de reconocer el peligro?
Y las lápidas sólo son un recuerdo
de que todos, todos,
estamos condenados a fracasar.
Y nunca fue necesario esperar toda una vida
antes de que esa sangre deje de recorrer
tus venas definitivamente.
Y es tu falta de empeño, nada más,
lo que te lleva a alimentarte
de sustancias que provocarán tu muerte.
Te irás oxidando
hasta que tu piel oxidada,
hasta que tus órganos oxidados,
hasta que todo tu interior oxidado
pierda el brillo
de toda esa sangre.
¿Cuánto tiempo perdisteis adorando a un Dios
que basó su reinado en la corrupción de vuestros cuerpos?
¿Cuándo comprenderás que sólo merece la pena adorar
la santa sangre de las adolescentes vírgenes?
Porque ahí es donde la verdadera vida se esconde:
los planes de futuro sobrecargados,
la ausencia de experiencia y el exceso de esperanza.
Porque es, en definitiva,
cuando la primera gota cae en la tierra sucia
convirtiéndola en fango, color valentino,
ése es el momento en el que tu esencia
se ensucia con los convencionalismo;
tu sangre conoce el alcohol
y nunca más olvida su calor;
y tu cuerpo comienza a oxidarse
para recordarte
como a los emperadores romanos
que sólo eres mortal.
