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Las vidas alternas

Los que no vivieron

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Las vidas alternas

Mes: diciembre 2019

Siete

2019-12-10

Siete

“Los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocarlas.”
Apocalipsis 8:6

 

Si algo nos caracteriza como generación es nuestra absoluta incapacidad de trascender. No quedará mucho de nosotros cuando nos hayamos ido, quizá un conjunto de ciudades sumergidas bajo el agua y un barullo de pensamientos, gustos y opiniones perdidos en la vacuidad del hiperespacio. No nos tocó la tarea de cambiar el mundo, sino la de ser testigos de su destrucción. Somos los tontos útiles que alimentamos un sistema que, conscientemente o no, se ha marcado el objetivo de engullirnos, llevándonos en volandas hacia ese fin de la historia que tan poco tiene que ver con el que predijo Fukuyama ya que, si algún día acaban las guerras no será porque hayamos encontrado la manera de convivir en paz y armonía, sino más bien porque no quedará nadie aquí para empuñar un arma.



Hemos decidido creer sólo en aquello que nos conviene. Ya no buscamos hermanos, sólo enemigos, una forma de vida inferior a la que culpar de nuestras desgracias. Discriminamos por sexo, cultura, raza o ideología siguiendo la lógica del exterminio. Gritamos nuestras opiniones a los cuatro vientos, en nuestras redes sociales o la barra de algún bar. Nos tememos los unos a los otros. Estamos solos. Algunos sobrevivimos gracias a la medicación, otros a la ignorancia y, unos pocos, seguimos enganchados a la literatura, sujetos a la idea de que ésta será de algún modo capaz de construir un refugio en el que cobijarnos cuando todo lo demás nos ha fallado. Buscando ese momento en que conseguirnos ahogarnos entre palabras y curar todas y cada una de las heridas que la vida nos ha infligido.

No obstante, tarde o temprano, llegamos a comprender que dentro de este horror no hay literatura. Nos educaron para ser protagonistas, cuando la realidad es que, con suerte, llegaremos a actores secundarios, cuando no extras con frase. Podremos morir de cáncer, entre vómitos y sangre, acompañados de unos pocos seres queridos que sólo desearán liberarnos del dolor por medio de una sobredosis; o en un atentado suicida en el centro neurálgico de las ciudades que habitamos, caso en el que puede que nos dediquen un reportaje de televisión para hacer creer al mundo que nuestra muerte no fue en vano, que nuestra vida tenía un sentido, un engranaje compuesto por los sueños y las ilusiones que se habían convertido en el objetivo de nuestra existencia.

Tal vez sea el día de nuestra muerte en el que nos convertimos en protagonistas absolutos. El día en que pienses en mí. Y nuestras vidas tengan sentido en función de todas esas grandes cosas que estábamos destinados a hacer y no pudimos debido al fatal desenlace. Sería bonito que fuera así. Pero me temo que no es la muerte la que nos paraliza sino el miedo a la vida. Y que tú y yo sabemos que ésta se compone de desesperación y promesas incumplidas. Que pasamos nuestra existencia ocultando con ropa nuestros cuerpos avergonzados y nuestros errores. Que sólo el miedo al dolor guía nuestros actos. O la búsqueda del mismo porque, si hay algo que nos una más allá de toda duda, es la convicción de que merecemos ser castigados.


 

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Promesas

2019-12-04

Promesas


Promesas. Prometo. Prometiste, prometieron. Tantas veces, que no iban a encontrar en nosotros aquello que llaman amor. La duda. El miedo a sufrir. La certeza de lo postmoderno. La construcción individual de la realidad. Cultura pop. Nuestro amor, aquel que nunca llegamos a reconocer, sólo era una promesa de felicidad. Un conjunto de promesas incumplidas. Un esperar a que pase lo que sólo se encontraba en nuestra imaginación colectiva que, inevitablemente, algún día tenía que chocar con la realidad. Y estoy seguro de que sólo me harían falta siete segundos para hacértelo entender. Tan solo siete palabras: Yo he visto el fin del mundo. Y tú no estabas ahí. Porque la primera de las siete promesas no se cumplió. No era verdad que fuéramos a estar toda la vida juntos. Si tanto nos queríamos… ¿Por qué dejamos que el mundo nos alejara? Si tanto nos queríamos… ¿Por qué incumplimos también las otras seis promesas?

Nuestra vida no sería como la de los demás. He ahí nuestra segunda promesa. Y no sé tú, ya que también incumplimos aquella tercera promesa de estar siempre en contacto, pasara lo que pasara con nuestra relación, pero yo tengo un trabajo de oficina de siete horas diarias que paso programando. Completamente alienado. Hay gente que en su mesa tiene fotos de su familia, dibujos que les han regalado sus hijos o algún amuleto, recuerdo de alguien especial. Yo no tengo nada. Y eso puede extrapolarse también a la agenda de mi móvil, donde hay muchos teléfonos pero prácticamente ninguno al que pueda llamar. Lo he intentado con el tuyo como un millón de veces y siempre comunica. Creo que debes haber cambiado de número. Supongo que cuando decidiste desaparecer también decidiste hacerlo bien. Romper todos tus lazos con el pasado de manera eficaz rompiendo la cuarta promesa: se suponía que eso lo haríamos juntos. Dejar atrás Madrid, donde cada desconocido representa una amenaza o una aventura, dependiendo del prisma con que se mire.

El centro ha explotado. Siempre ha sido ese agujero en el que se hacían realidad nuestros pensamientos más oscuros. Ahora es sólo un agujero, un paisaje en ruinas. Algunos lo definen como un escenario de guerra. Y debo decirte que es una definición bastante precisa. Hay militares en las calles. No sé si has podido verlo con tus propios ojos pero estoy seguro de que, estés donde estés, te has enterado. Porque podemos intentar huir de Madrid pero su sordidez siempre nos persigue. Estuve ahí cuando todo ocurrió. Fui testigo del momento en que el primer ángel hizo sonar la primera de las trompetas. Pude fijarme en él, en plena calle Preciados. A tan solo siete días de Navidad. Le vi caminar entre la gente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete pasos. Después una luz blanca intensa. Fuego y escombros. Yo rodeado de polvo entre cadáveres, miembros amputados, personas que, sin yo solicitárselo, me enseñaban sus órganos internos. Y se hizo evidente que había ocurrido una catástrofe porque los móviles se quedaron sin cobertura al mismo tiempo que los pocos supervivientes intentaban comunicarse con sus seres queridos.

Mientras yo permanecía impasible, cubierto de piel, sin ninguna herida visible. Fui uno de un pequeño grupo de supervivientes. Un zombi más de la manada, recorriendo Preciados calle arriba, asintiendo a toda esa gente que me preguntaba si estaba bien y concentrado en el sonido de las sirenas, en su interior podían identificar la melodía de cientos de canciones que nos hicieron felices. Y, entre todo aquel festín de cadáveres, sólo fui capaz de pensar que, seguramente, siete años después de la última vez que nos vimos, no volvería a verte.

¿Recuerdas las otras tres promesas? Yo tampoco.


 

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