De mi sangre a tus cuchillas
En las guerras que libramos con nuestros fantasmas siempre ganan ellos. Así habría quedado mejor. La literatura te da segundas oportunidades pero la vida no. Una vez dichas las palabras ahí quedan. Son pequeños errores. La diferencia entre lo que quisiste decir y lo que dijiste, cómo lo dijiste y si realmente era aquél el momento adecuado. Y no sería un problema si no tuvieran vida propia, si no alimentaran las ilusiones y los miedos de los demás. Sobre todo los de la gente que más te importa.
Nunca sabemos cómo va a acabar una historia. Quiero creer que si tú lo hubieras sabido no me hubieras dicho tantas veces que me querías. Recuerdo tus palabras. La modulación exacta de tu voz. Las historias que me contabas significaban para mí el descubrimiento de un nuevo mundo. Por qué me diste tanto. Por qué te entregué todo mi ser. Son preguntas que se llevará el viento y se esconderán ante el hecho de que todo era más alegre cuando pululabas alrededor de mi universo.
Y ahora, ahora nada. Sólo intento dejar de sentir. Pero, a veces, me asusto de lo poco que queda de mí mismo. Son esas ocasiones en las que vengo a ver a Evelynn quien, en realidad, se llama Linet. Es sólo una mentira más. Una mentira absurda si tenemos en cuenta la cantidad de información que puedes obtener de una persona con un número de teléfono y una dirección de correo electrónico.
Sólo puedo hablar con ella. Creo que es porque existe en un mundo paralelo. Parece imposible que nuestros universos lleguen a chocar alguna vez. Supongo que eso es lo que buscamos en las prostitutas además de lo que buscan otros, lo obvio. Ellas viven en locales o en pisos. Permanecen ocultas a la vista de todos. Cuando pasamos por aquella puerta sabemos que no veremos a nadie más y, al entrar en sus cuartos, nuestros mundos se quedan reducidos a esas cuatro paredes.
Confiamos en que no compartimos ningún conocido, que no vamos a encontrarnos en los mismos bares. No nos van a llamar ni a pedir explicaciones si un día decidimos desaparecer.
Y por eso les confiamos nuestras más profundas perversiones y deseos más íntimos. En mi caso la tristeza y la necesidad de demostrarme que existo. Caer hacia arriba en esta espiral provocada por mi mente subconsciente. “Y es que estoy convencido de que este sueño tiene un sentido. Creo que Nina está en peligro. Que, de alguna manera, ha contactado conmigo para que vaya a buscarla, esté donde esté. Que la salve de un final horrible. Creo que la puerta todavía no se ha abierto. Y la cuestión es quién será el primero que entre por ella”.
“Ernesto, espero que no te sientas ofendido por lo que te voy a decir. Pero lo que me estás diciendo ahora no tiene ningún sentido”. Sí que me sentí ofendido, pero ella tenía algo de razón. Me hacía falta volver a la realidad. Entonces recordé el motivo que me trajo a esa habitación: sentir. En una vida marcada por la imaginación, los pensamientos recurrentes y las compulsiones adictivas, se vuelve necesario. Volver un momento a la realidad para después poder volver a flotar dando vueltas alrededor de ella.
“¿Lo tienes todo?”.
“Sabes que siempre estoy preparada cuando vienes”. Dio la vuelta a su puño cerrado y me abrió la mano. Ahí estaba, perfectamente envuelta. A pesar de todos mis miedos, a los microorganismos y las enfermedades de contacto, confiaba en ella. Sabía que aquella cuchilla no la había usado nadie más. Pensándolo bien, no creo que sean muchos los que vengan a visitar a Linet para lo que yo vengo. Cogí la cuchilla entre mis dedos y, antes de empezar con el ritual, ella continuó hablando: “¿Sabes? Creo que las mujeres maduramos. Llega una edad en la que crecemos y dejamos de ser niñas. Pero los hombres no. Crecéis pero no os hacéis mayores. Tú sigues siendo el niño que, sin ningún motivo, se sienta en una esquina y se pone a llorar. No es que se sienta triste, sólo quiere atención. Con todo tu discurso sobre lo poco que te importa la opinión de los demás. Detrás de esa aparente frialdad y de tu estudiado desdén hacia todo lo que te rodea, lo único que te importa es que la gente piense que eres tan especial como te crees”.
Mantengo la mirada fija en ella hasta que finalmente decido ignorar su discurso. Me quito la camiseta. Mi cuerpo vuelve a temblar. Me pierdo en la atracción mórbida, atrapado entre la imagen de la sangre que corre por mi brazo y el miedo a lo que voy a hacer. Si cortas en un lugar no adecuado puedes acabar muy mal.
¡Dios!
¡Joder!
La electricidad.
Imagino el mar. Las olas. Una marea de electricidad que recorre mi cuerpo, que tiembla ahora en una mezcolanza de placer y dolor.
Me tumbo sobre la cama. Da igual que todo se llene de sangre. Estoy a años luz de la mirada de Linet o Evelynn o como ella prefiera que le llamen. Me toco la herida y me llevo los dedos a la boca saboreando cada partícula metálica del plasma que brota de mi piel.
Pero la sensación desaparece pronto y vuelvo a sentirme vacío.
“Otra vez, sólo una más, por favor”.
Para mí, ha sido mejor que un orgasmo. Omne animal triste post coitum. Yo no estoy triste. Estoy vacío en el buen sentido. Sólo tengo ganas de llegar a casa y descansar. Linet me cura las heridas con dulzura. Primero me pasa una gasa cubierta en alcohol, que escuece y alarga mi sensación de paz. Coge otra gasa y la coloca encima de la herida. Después esparadrapo.
Se me queda mirando. Se acerca, se acerca demasiado. Y me besa dulcemente, sin lengua, Pequeños besos que recorren mis labios. Yo respondo. Ahora todo está a flor de piel. Por primera vez en meses no siento la cercanía como una invasión. Ella me muerde el labio inferior y se detiene.
“Eres el peor cliente que tengo. Nunca intentas propasarte. No tengo que tocar tu asquerosa polla. Y me consientes. Me pagas más de lo necesario y me compras toda clase de caprichos. Pero… Tener que ver esto cada vez y al mismo tiempo no poder abandonarte… Te quiero, Ernesto, de verdad que sí. Pero ahora mismo también te odio, con todas mis fuerzas”.
De mi sangre a tus cuchillas. De mi sangre a tus cuchillas.
De mi sangre a tus cuchillas. De mi sangre a tus cuchillas.
