Desenfocadas (Breve historia en la literatura)
Llegaste en un instante.
Desaparecí sin pretenderlo.
Soñé con tu rostro.
Te hice una foto pero no se distingue.
Es sólo una mancha negra
entre los rayos del sol.
Decidí dejarte y decidiste que te dejara.
Podrías haberme obligado a quedarme
pero me dejaste marchar.
Sólo porque no tenía sentido que lo hiciera
si no salía de mí.
Bebí una pequeña dosis de tu veneno
y, ahora, tengo órganos que ya nunca
funcionarán correctamente.
Grité,
me até con cadenas a tus piernas.
Te zafaste con facilidad.
“Buenas noches.
Que descanses.
Nunca volveremos a vernos”.
Y entonces me inundó una mezcolanza se sensualidad,
dulzura
y tristeza.
Desconozco
de tu descripción
si se puede ser a la vez
sensible e inteligente.
Si puedo ser algo más
que un bloque de hielo apasionado
o un mártir
siempre devorado por la culpa.
Desconozco tantas cosas.
¿Cuántas vidas alternas
pueden mantenerse simultáneamente?
¿Cuántos mundos he de destruir?
Me desperté esta noche
con el dedo bien sujeto
a su mano diminuta.
Supe entonces que no había espacio para nada más.
Para ninguna de esas vidas
que, sin embargo,
se resisten a desaparecer.
¿En cuál de ellas podré sentir que existo realmente?
¿Estoy vivo o sólo soy fruto de tu imaginación?
Si lo soy devuélveme mi existencia.
Puede que sólo seamos varias personas
viviendo una sola vida.
Ahí está el problema y la solución.
Porque nadie podrá violentar
mi pequeño mundo.
Nada,
ni la muerte dulce,
podrá obligarme a desaparecer.
Podrás leer un libro con todas mis historias.
Podrás imaginarme,
vestido,
desnudo,
como más te satisfaga
o como menos ridículo te parezca.
Pero llegará un día
en que no pueda salir de esas páginas
y estará bien
porque sólo allí seré feliz.
No me afectará el frío,
el calor o la muerte.
No trataré de leer tus pensamientos
en busca de errores
cuando no importen otras letras que las mías.