Musología aplicada a las ciencias sociales
No acabo de acostumbrarme a la fama. Héctor, mi redactor jefe, me dice que esta buena racha que estoy teniendo últimamente se acabará. Un día de estos me sentaré delante del ordenador y la pantalla seguirá en blanco. O diré algo inadecuado y me denunciarán, lo que últimamente es algo muy común.
Sé que muchos de ustedes me leen desde el otro lado del charco y quizá no están familiarizados con la redefinición del concepto de libertad de expresión que se ha llevado a cabo en este país, así que voy a resumírselo: la libertad de expresión como tal ya no existe en este país.
Bueno, tampoco es que no exista, para los que defienden ideas franquistas sí que existe, incluso puede que les den una subvención y todo. Pero eso se hace porque atacar a las ideas franquistas o hablar de las víctimas de la dictadura divide a la sociedad. Nuestra transición fue modélica y ahora todos somos amigos y tal, pero hasta eso tiene un límite.
En otros supuestos también existe, sólo que está penada. Es decir, si tú dices algo que pueda resultar ofensivo para alguien afín al Gobierno, léase iglesia católica o corona de España, alguien te puede denunciar si cree que le has ofendido. Puede ser desde un chiste de dudoso gusto hasta cagarse en Dios. Importa más bien poco lo que digas porque lo fundamental aquí es el grupo al que ofendes y, en último término, la cosa trata de pensártelo dos veces antes de decir algo en contra del Gobierno.
Ya ven amigos, luego nuestros gobernantes se tiran las manos a la cabeza cuando hablan de la falta de libertad en sus países. Si me considerase español les pediría disculpas pero, afortunada o desgraciadamente, soy vasco y no puedo hablar en nombre de otros.
Sepan ustedes, que el Partido Popular, el que gobierna en España con ayuda de Albert Rivera, valora mucho la libertad, siempre en un sentido neoliberal. Sepan que me denunciarán y que seguramente algún juez afín me enviará a prisión y ahí me prohibirán acercarme a menos de doscientos metros de un teclado. Y yo me pregunto: ¿Me echará usted de menos?
Quizá ahora me eche de más y me prefiera encerrado.
En fin, dicen que para sobrevivir en la cárcel tienes dos opciones:
1.- Matar a la primera persona con la que te cruces, así te ganas el respeto de tus compañeros.
2.- La segunda, dejar que se te caiga el jabón en las duchas delante de un mafioso. Esperar que vea sexy tu agujero a pesar de saber que es por ahí por donde sale la caca. Convertirte en su amante para que te proteja y te consiga tabaco.
Yo prefiero la primera opción, creo. No rechazo ningún tipo de sexo. El problema es que muchos van a la cárcel como quien va a un hotel, ya que las cárceles de ahora están repletas de comodidades, y la gente en sus vacaciones tiende a enamorarse. Y eso no es una cárcel de verdad sino un cachondeo.
Matando a alguien podrían encerrarme en una celda de castigo. Ahí por fin tendría tiempo para pensar. Porque la verdadera condena no tiene nada que ver con la celda sino con lo que me dijo Héctor: la pantalla en blanco. Esa Diosa a la que le entregas tus mejores ideas y te las escupe en el rostro una y otra vez.
Al final he amenazado a mi musa diciéndole que no escribiré nada más hasta que termine la segunda parte de cirujano patafísico. Ella no se lo ha tomado demasiado en serio.
Si alguna otra musa me está leyendo, por favor, que tenga en cuenta que me sobra una vacante.