Mis viajes al fin de la noche (VI): Expediente Bánegas
Sigo un patrón:
primero estimulantes,
después tranquilizantes.
Corrijo los errores de mi generación,
Yo no nací para morir de sobredosis.
Controlar las dosis,
es la metodología perfecta
que puede durar toda una vida.
Sabes que estuve en el centro del universo
cuando todo explotó.
Y ahora estoy en todas partes,
pero no te encontraré si tú no quieres.
Podría salir con todas las mujeres que conoces,
pero no quiero:
para qué si el amor siempre sale mal.
Podría convencerte si quisiera,
volverías,
no lo dudes.
Y sin embargo me entrego a esta dinámica,
la que da lo que promete.
Y aunque apueste un mal viaje,
siempre será mejor que esto.
El médico me dio unas pastillas.
Me dijo que no las mezclara con alcohol.
¿Adivinas lo que estoy haciendo?
Y aún así me sobrará energía
para salir toda la noche
y follar en un retrete,
con mujeres, hombres,
porque ahora me siento libre
y sólo porque no te tengo a ti.
Volveré de cualquier manera,
al día siguiente habré olvidado el trayecto y mis pecados.
Veré todos los amaneceres
y despertaré inmediatamente
después de que el sol se haya vuelto a largar.
Cantaré todas las canciones que recuerdo,
viviré el momento,
me pelearé con el asfalto,
con todos esos chulos a los que antes temía,
porque ahora soy un guerrero,
mis heridas trofeos.
Sobreviviré a todas las batallas que propongas.
Si te preguntas qué es lo que me pasa,
me pasan las noches largas,
el cansancio disimulado,
las canciones de ritmo pegadizo y letras banales,
mi cuerpo pegado a cualquier otro,
sobre todo si dispone de drogas de diseño,
también me valen tradicionales,
las que me ayudan a dormir por las mañanas,
cuando mi rostro es pálido,
tremendas ojeras pero mente inquieta,
sueños no recordados,
a veces miradas cómplices,
en el techo figuras lisérgicas
y en la calle muchos coches
que bordean el accidente.
Y si me preguntas qué es lo que me motiva,
son todos los lugares que nunca visitamos,
las situaciones que no vivimos,
las rayas en línea sobre la tapa de un retrete,
tremendas aventuras sórdidas fruto de mañanas inexistentes
y tardes ausentes frente al televisor.
Viendo cine clásico en canales fachas,
repasando todas las grandes historias de amor de la historia
y pensando en lo ridícula que fue la nuestra.
Pensando que soy tóxico,
que mi sangre podría hacerte volar.
Que debería olvidarte,
que no debería enviarte mensajes
con número oculto
desde todos los bares que visito.
Siento haberte despertado, de verdad.
Siento haberme convertido en todo lo que tú odias,
porque yo también me odio.
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